
Las señales se producen cuando algo pasa y Francisco, este Papa, viene enviando muchas, señal que bastante sucede donde lo acostumbrado era mantener las “costumbres” que no siempre son buenas, sino costumbres nomás.
Las señales son vistas por muchos como indicio que la esperanza sobrevuela territorios que no solo no veían el sol desde hace siglos, sino que las “costumbres” habían convertido en simples mapas.
Si “el Papa bueno” abrió las ventanas para que entrara el aire a las habitaciones, Francisco ha salido por una de ellas y ha empezado a volar, reconociendo cosas que muchos escondían. De pronto, las actitudes cambian regresando a un origen que se fue deformando bajo el peso del oro, el poder y la pompa. Un origen sencillo que terminó en Mercedes, trono de oro y corte aduladora.
La esperanza, como debía ser, alcanza a todos y a los más pobres les devuelve la fe para vivir. Es verdad que hay muecas de disgusto, murmuraciones varias y sonrisas que dicen “pronto se cansará”. Los que están descontentos es porque pierden algo: pierden lo acumulado, las venias, las prebendas, los oropeles varios, las zalemas. Pierden lo que tomaron de los otros, esos a los que siempre falta.
Francisco da señales de cambio en una institución que dormitaba anquilosada en el sofá mullido de la Historia;
es solo un aire nuevo, una esperanza. Son pequeñas las semillas que vuelan. Son pequeñas, porque el peso de siglos no deja por ahora que las grandes despeguen, pero pronto el terreno –que antes se había convertido en mapas- tomará el color de la esperanza y asistiremos todos al brote de las flores.
Son señales las que hay, Francisco, y son buenas señales.
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