
Sentados frente a sus cafés, terminado el almuerzo, se miraron sin decir nada, hasta que después de un rato y varios pensativos sorbos, él rompió el silencio: “Se fueron todos, nada más terminar su plato… ¡Ni postre comieron…!” Ella replicó: “Siempre es igual… Tendrán algo qué hacer y deben andar apurados…”
El viejo meneó la cabeza: No lo creo, porque hoy es domingo…” La mujer lo miró, miró su taza de café y dijo: “Ya cuento mal…, creí que era sábado…”
Volvieron al silencio y el viejo argumentó suavemente: “Cuando yo era chico, nadie se levantaba de la mesa de almuerzo o la de la comida, hasta que todos hubiesen terminado…Se conversaba un poco, a veces, los grandes hasta dos cafés se tomaban y nadie se movía hasta que mi papá se paraba y arrimaba la silla…” “Es que los tiempos cambian…” dijo la mujer, sin despegar los ojos de la taza de café que estaba a medias.
“¿Te das cuenta que nos quedamos solos…?”, dijo ella abstraída. “Sí, solos, como al principio…: Tú y yo.”, dijo el viejo.
Ella trató de cambiar de tema: “¿Viste que se llevaron los muebles de la sala y trajeron unos nuevos? La verdad es que los que se llevaron estaban desfondados y con los forros descoloridos y rasgados…”
No se dio cuenta de que no había cambiado de tema y se fueron juntos a la cocina a dejar las tazas de un café ya frío y a medio tomar…
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