EL PRIMUS


Entre mis recuerdos de niño, rescato ese aparato que estaba sobre una mesa en la despensa de la casa de la calle Ayacucho, en Barranco, al lado del comedor… Se trata de un hornillo portátil, en el que se hervían los postres que lo necesitaban se calentaba el agua y si era menester, por alguna emergencia, se preparaba la parte de la comida que requiriera “cocinarse”.

El nombre genérico era “Primus”, lo que en realidad era la marca (sueca) y que es una palabra latina que significa “Primero”. Buscando en Internet para dar con alguna imagen que ilustre este post, encuentro que, por ejemplo, es el nombre de una banda de música “metal”, de una financiera, la marca de equipos europeos para camping, entre muchísimas otras posibilidades.

Nuestro “Primus” era una presencia familiar, hogareña y su uso era diario. Era, como ya he dicho, un hornillo portátil hecho de bronce y que tenía como base una “bombona” o recipiente donde se ponía el líquido que alimentaría el quemador; este líquido era “ron de quemar”, tintado de color azul claro, para que no se confundiera con el ron de beber (alcohol de caña) o con la simple agua…

Un émbolo en el recipiente lleno de líquido permitía que este y el aire subieran por el conducto respectivo hasta el quemador, donde, con un sonido característico, se encendía y lo ponía al rojo vivo, manteniendo una llama circular. El proceso implicaba bombear y aplicar un fósforo encendido al quemador; después, a veces, había que volver a bombear y repetir el encendido con un fósforo. Creo que todo dependía del bombeo inicial y de la cantidad de “ron de quemar” que contuviera la bombona y que, si era poco ya, habría de rellenarse…

El sonido del “Primus” encendido es algo que no puedo olvidar y me parece que es una combinación de aquel que producía el aire aire a presión y el fuego; era lo que me servía para estar atento, siempre que me mandaban a “vigilar” si el aparato estaba encendido, para que no peligrara lo que se calentaba, fuera postre o agua, porque si se trataba de comida, la vigilancia era confiada a una “experta”, como mi madre o a una de las dos empleadas -que eran hermanas- Alejandrina o María.

Las “horas de funcionamiento” del “Primus”, eran, o muy temprano (si es que no se había guardado agua caliente para el desayuno en el “termo grande”), o hacia las 4 de la tarde, para el agua caliente que se usaría en el “lonche” o algún postre como “arroz con leche”, para la comida de la noche… Muy raras veces se encendía para el almuerzo o la comida y como supondrán, el “termo grande” surtía de agua caliente a la mesa familiar, mientras el “termo chico” era llevado por mi mamá, por la noche, al segundo piso, para tenerlo en el baño, cerca de los dormitorios, “por si acaso”.

Es curioso cómo hay cosas, sonidos, nombres y usos que quedan grabados en la memoria, como parte de ese equipaje que nos permite regresar a los momentos felices de la infancia, sin que tengan que ser, necesariamente, hechos trascendentales…

Imagen: http://www.todocoleccion.net

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CASTILLOS DE ARENA


¿Quién que, viviendo en la costa, cerca del mar, y teniendo playas con arena a disposición, en el verano, cuando chico, no se ha entretenido haciendo castillos de arena en la orilla, llenando de arena húmeda el baldecito de metal o de plástico (depende de la edad que se tenga al leer esto), primero con la palita y después con las manos, para apelmazar más el contenido y volcarlo, sacudiendo con golpecitos cuidadosos, para que la “torre” resultante fuera digna del castillo que vivía en nuestra imaginación y poder luego moldear con las manos el muro que iría dando forma a nuestra creación, con tres torres más, y una puerta de entrada, que quizás tuviera un puente levadizo hecho de palitos de helado…

Más o menos elaborado, nuestro sueño constructor veraniego, sería finalmente lo que nuestra paciencia y habilidad lograra, para terminar tarde o temprano siendo una ruina barrida por el mar, unos mogotes informes que se van disolviendo poco a poco dejando solo el recuerdo del sueño, un balde y una pala abandonados, en esa arena donde el ir y venir del mar es inmemorial…

Imagen: http://www.calcar.comeze.com

DIFÍCIL PARA COMER


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Las verduras han sido, son y serán mi némesis, entendida esta como venganza de la naturaleza sobre mí, porque desde pequeño, lo verde y hojoso que para otros es comestible, apetecible y gratamente digerible, para este servidor, importa lo que un dirigible (y es tan comestible como él); sé que se levantarán voces veganas de irritación, denostación o menosprecio y otras no partidarizadas pero simpatizantes, que así demostrarán estar en desacuerdo conmigo, pero francamente, no sé qué pueda hacer…

 

Mi padre, mi madre y mis dos hermanos mayores –que en paz descansen todos- perdieron la batalla y abandonaron cuando se dieron cuenta que los movimientos de cabeza que yo hacía de izquierda a derecha y viceversa, los ojos y boca cerrada, apretadísima, significaban no; que de nada valían los ruegos, amenazas, castigos, coerciones o premios. Algo dentro de mí  me impedía comer un plato de espinacas, una lechuga, coliflor, acelga, zanahorias, remolacha, pepino, berenjena, zapallo, caigua y otras variedades de lo que para mí ha sido siempre némesis, venganza, de esa naturaleza que me eligió (disculpen si aparento parecer importante) como chivo expiatorio por todo el estropicio que significa el hombre que arranca plantitas y  las come, que cultiva y espera el punto exacto, para que lo que coloreaba de verde, morado, rojo, anaranjado o amarillo acabe metido en una olla y servido en los platos, o se mastique crudo (“crudité” le dicen los gastrónomos) para servir de ejercicio al morder de incisivos y al triturar de muelas.

 

Hay muchas otras cosas que tampoco como, pero sería lago enumerarlas porque van desde los sesos hasta la ya famosa “patita con maní” que no es sino pezuña o pata y me disculparán de nuevo, pero no me provoca.

 

Sí, soy, he sido y voy a ser mientras respire, alguien difícil a la hora de comer, pero con los años que tengo, como poco y fácil: un sanguchito, un tallarín (con queso parmesano, plis), pizza, pollo a la brasa y papas fritas (pechuguita, no ala ni muslo, gracias), un cebiche (sin lechuga o camote, por favor, el choclo déjenlo), galletas, gelatina, algo de fruta (mi concesión al verde, junto con la palta), yogurt, chocolates y de tomar… Café, agua y Coca Cola clásica, en ese estricto orden de importancia.

 

¿Qué le vamos a hacer? Soy un fiel cumplidor de ese refrán que dice “Genio y figura hasta la sepultura”…

 

Imagen: pontesano.com

 

AMPAY…¡ME SALVO!


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Qué chico, aquí en el Perú por lo menos, no ha jugado o juega “A los ampays”?; estoy seguro que todos, a cierta edad lo hemos hecho y “ampay” en este juego significa “te vi”, es decir “te vi y me salvo de que me atrapes” si no me equivoco…

 

La palabra “ampay” que también significa encontrar a alguien en una situación bochornosa, pudiéndose emplear la expresión “te ampayé”; según leo en Google…

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Al árbitro del juego de béisbol se le denomina, en inglés, UMPIRE. Su pronunciación en español es, más o menos, AMPAIR. Y se ha deformado a tal punto que los que entendemos de béisbol cuando escuchamos AMPAYAR sabemos que se están refiriendo a árbitrar un partido de ese deporte. Ejemplo : «¿Quiénes van a AMPAYAR el partido?. En béisbol se utiliza, normalmente, más de un árbitro (UMPIRE).» Sinónimos : Arbitrar.

 

Y Ampay, también usando información de Google, nos remite al Santuario Nacional de AMPAY en el Perú:

 

El Santuario Nacional de Ampay (SNA) está ubicado en el distrito de Tamburco, en la provincia de Abancay, en el departamento de Apurimac. Su extensión es de 3,635.50 hectáreas y está encalvado en medio de los Andes conformando una especie de “isla biológica”. Además, forma parte del concatenamiento de los picos nevados de la Cordillera de Vilcabamba y de los Andes del sur. En el SNA se tiene un rango altitudinal que va desde los 2,900 a los 5,235 m.s.n.m.

Para acceder al santuario se debe tomar, desde Lima, la carretera en dirección Nazca – Puquio Abancay en un recorrido de 940 Km. aproximadamente. Otra ruta de acceso se tiene desde Cusco en dirección a Abancay, donde se recorren cerca de 200 Km. En su interior se contempla una enorme diversidad de riachuelos y manantiales que le confieren una belleza e importancia única al lugar.

El área del santuario es prácticamente toda una escarpada pendiente, en las faldas del nevado Ampay, con escasas zonas planas donde aparecen algunas bellas lagunas que forman un paisaje espectacular. En la sección sur y más baja del área se encuentra el majestuoso bosque de intimpas, objeto de conservación principal del SNA. Ubicado a pocos kilómetros de Abancay y de la importante ruta entre Cusco y la costa, este lugar es muy accesible y es un punto atractivo para el turismo de naturaleza.

 

El nevado Ampay, tiene 5235 m. sobre el nivel del mar y queda en Abancay, departamento de Apurímac.

 

 

Magaly, una periodista peruana de farándula y “chismes” (habladurías), mantiene un programa de televisión muy popular, donde “ampaya” a “famosos” locales, como futbolistas, estrellas faranduleras y algún personaje público y notorio, que despistado, se ponga a tiro de sus cámaras en situaciones “non sanctas”.

 

Bien disímiles estos poquitos significados (y si no me equivoco hay un Cristo de Ampay) o acepciones y estoy seguro que hay mucho más, pero resulta curiosa la relación juego infantil-juego de béisbol-árbitro (umpire) o la de salvarse en el juego infantil pronunciando la frase “¡Ampay me salvo!” – Santuario Nacional (área protegida por ley) de  Ampay…

Y bueno, por último, la relación juego infantil – Cristo de Ampay, porque Cristo es el salvador.

 

Uno puede escoger, pero mientras tanto… ¡Ampay, me salvo!

 

Imagen: http://www.espacioninos.com

 

 

 

 

 

 

MANTEQUILLA, PAN NEGRO Y CAFÉ


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Recuerdo que a Manuel Enrique, mi padre, le gustaban especialmente esta tres cosas, además del lomito ahumado que cortado en tajadas delgaditas, sabía a fiesta cuando lo había en casa…

 

La mantequilla era de la marca “Velando”

(un apellido arequipeño)  y era mantequilla auténtica, de leche de vaca y no como ahora de semillas de girasol o aceite de soya (o soja, como le quieran llamar); o sea que era producto de un animal que caminaba y pastaba, no la extracción fabril de jugos de planta que nos pasan por mantequilla, con el nombre de “producto para untar” o   –trabajosa y culpablemente- “margarina”; la mantequilla “de Velando” venía empacada en papel que era como el “papel manteca”, en forma de un cubo rectangular (aunque los cubos sean iguales por todos lados, es la única manera que encuentro para describir la forma del bloque mantequillero). Se podía encontrar en dos presentaciones, con una vaquita impresa en rojo para la que tenía sal y otra en azul para la que no.

 

Mi padre la compraba en una tienda que solamente vendía mantequilla y café, que era molido en una moledora roja ubicada sobre la mesa de despacho, al lado de una balanza. El café era marca “Lanfranco” y llegaba oloroso a casa en una bolsa de papel color kaki bajito, que contenía medio kilo del café recién molido. El único mueble visible en la pequeña tienda era el mostrador/mesa de despacho y detrás había una puerta que seguramente llevaba a un recinto con una heladera, donde se guardaba la mantequilla. El café estaba en un saco de yute detrás del mostrador/mesa de despacho y de allí con una gran cuchara  pasaba a la moledora…

 

El “pan negro”, era un pan de centeno integral, que venía en tajadas rectangulares y envuelto en papel celofán.

Riquísimo, con los granos de centeno partidos e integrados en la miga densa y firme, con corteza dura y delgadita, lo compraba en la Salchichería Suiza (de donde venía el fabuloso lomito ahumado)  y una etiqueta blanca, muy sencilla, decía “Vollkornbrot” y lo que  supongo era el Registro Industrial y algún dato más además de la frase informativa y clarificadora para los no alemán-parlantes: “Pan integral de centeno”.

 

Todo, mantequilla, café, pan y lomito, eran lo que hoy se llamarían alimentos naturales, entonces considerados sanos, porque ahora el colesterol, los triglicéridos, la cafeína estimulante, la carne de cerdo conservada, la sal, el ahumado y hasta las pititas que quedaban como restos de un amarre del lomito ahumado entero y que se iban con las tajadas que la cortadora hacía, serían considerados peligrosos para la salud, muy poco saludables. Se salvaría el pan de centeno que en teoría (y solo en teoría) es comida sana, permitida y yo diría que un poquito aburrida porque le faltaría la mantequilla, una tajada de lomito ahumado y para acompañar, un café cargadito…

 

Los tiempos cambian, los recuerdos quedan y los sabores están en la memoria junto con los buenos momentos.

 

Imagen: http://www.carrefour.es

LOS PATINES DE TETÉ


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Por si acaso no se trata de “sacarlos trapitos al sol” ni de escribir sobre una costumbre deportiva de mi hermana, sino sobre una de las que  casi llamaría yo manía, como las que tenemos todos y a las que mi hermana mayor no era inmune…

 

Teté gustaba de tener los pisos de su casa brillantes y para ello se enceraban y quedaban como verdaderos espejos, pero el trajín  diario los iba desluciendo y al tiempo eran espejos sí, pero empañados…

 

A pesar de la pasada constante de la lustradora, mi hermana no quedaba contenta y tenía un sistema, que a mí, la primera vez que lo vi en funcionamiento me pareció una exageración, casi de otro mundo porque si los japoneses se quitan los zapatos en las habitaciones para no dañar el tatami o alfombra tradicional que creo está tejida de fibra de arroz, que cubre íntegramente los pisos, Teté tenía unos “patines”, que en realidad eran trozos de fieltro o tela gruesa y suave que se pisaban y  arrastraban al caminar, abrillantando con ese acto repetido  la superficie revestida de madera o linóleo.

 

Les llamábamos “patines” porque efectivamente daban al que los usaba (que eran TODOS en la casa), la sensación de patinar, pues lo que hacían era deslizarse por el piso cumpliendo con su función abrillantadora…

 

Eran siempre motivo de broma, pero Teté no cedía un milímetro y el resultado eran pisos brillantes y orgullo de ama de casa para la que todo andaba en orden en lo que atañía al funcionamiento de sus dominios hogareños.

 

Cuando iba a Arequipa de vacaciones, como me hospedaba siempre en casa de mi hermana, hacerlo era como vivir una temporada en una pista de patinaje…