
En tercero de media me jalaron en dos cursos y como en el “vacacional” también me jalaron, repetí el año.
Entonces me sentí muy mal, porque me estaba separando del día a día de los amigos que había ido haciendo desde 1952. El año iba a ser tremendo. El futuro se presentaba negro.
Justo, antes de que me sucediera esa hecatombe, había escrito, en secreto, una carta a la Embajada Americana, solicitando datos para emigrar y ser ciudadano americano, movido por uno de esos impulsos que tiene un adolescente y que en realidad son como manotazos en la oscuridad, necesidad de afirmación en algo o deseos de sobresalir. Quería saber si podía ser miembro del FBI.
Alentado por novelas y películas, soñaba con aventuras que modernizaban en algo mis lecturas de Verne, Salgari y Rider Haggard, creyendo que se materializarían de ese modo. Éramos bastante más inocentes, ingenuos entonces, porque estoy seguro que a estas alturas a ningún chico se le ocurriría algo así. Días después de llevar a casa la sombría noticia, llegó una carta de respuesta en la que me indicaban los pasos que había que seguir para pedir la pretendida ciudadanía (de lo del FBI, nada). Mi hermano mayor vio la carta que yo no escondí bien y oí que comentaba con mis padres que seguro quería fugarme porque me habían jalado de año. No pude explicar que no era cierto, que mis sueños venían de mucho antes: que yo quería ser un agente secreto.
Repetí el año y sin dejar a mis amigos viejos (antiguos, sería la palabra, porque teníamos la misma edad) fui haciendo nuevos y descubriendo que, después de todo, el horizonte se aclaraba un poco y no había las bromas tan temidas.
Los cursos que no pasé: física-química y matemáticas, me siguieron costando sudor y lágrimas, mientras que los demás eran como echar mantequilla en un pan.
Al final, mis compañeros de antes salieron del colegio y yo, después de un año, hice lo propio. He cumplido dos veces veinticinco años de egresado, tengo dos promociones y todos los amigos que fui haciendo siguen siendo mis “patas”. Descubrí en el camino que nunca hay mal que no venga por bien y estoy muy orgulloso de saber que me quieren y los quiero. De saber que compartimos nuestras vidas tan llenas de momentos memorables. Para mí, toda la ciencia exacta sigue siendo un misterio y de eso doy gracias, porque el misterio es eso, aunque alguien, ingeniero como mi padre, tratara de explicármelo.
Publicado el 21.1.2015, en “DIARIO 16”.
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