Hasta el próximo jueves.
Una semana de descanso para que leer no sea aburrido.
La mayoría de los emprendedores que conozco, son parcos de palabra y aunque desarrollan inmensa actividad no son amigos de andarlo pregonando. Han hecho su camino con esfuerzo y es entonces cuando los comentarios sobran. Cuando se habla de su éxito se limitan a sonreír y a seguir trabajando; ningún emprendedor que yo conozco airea sus hazañas y prefiere caminar por la sombra que soportar flashes y reflectores.
“Haz mucho y habla poco” parece ser su lema y se sorprenden cuando se considera lo que hicieron por lograr un éxito admirable. Hacen lo que saben hacer y lo hacen a conciencia porque saben que no hay mejor premio personal que lo que está bien hecho.
En un mundo que relumbra y suena, ellos pasan caminando en silencio y estoy seguro que así quieren seguir porque están ocupados y muy entretenidos con sus emprendimientos.
A los emprendedores que conozco, que construyen país construyéndose ellos y tejiendo caminos donde reinan los cerros metafóricos de la dificultad, saludo, porque enseñan con su ejemplo más que con la palabra; porque aprendieron que detrás de una meta alcanzada siempre hay un horizonte que promete más metas que alcanzar.
Muchas veces ni se sabe de ellos, pero son los motores silenciosos que jalan el furgón del país y cuando este parece detenerse empujan para hacerlo salir.
Las palabras les sobran a los emprendedores porque requieren concentrarse y no hablar, minando así un esfuerzo que no debe parar.
No es que sean hormigas laboriosas sino que comprendieron que su trabajo sí es su diversión y son incomprendidos por una mayoría que piensa en el trabajo como una maldición.
Emprender es sinónimo de empezar algo y emprendedor de éxito es el que empieza y que sabe seguir.
Así como ayer escribía sobre este nuestro país y sus sombras a veces tenebrosas, hoy las sombras me hacen ver que sin la oscuridad no sería notoria la luz. Y es precisamente sobre esta luz de la que quiero tratar: la famosa luz al final del túnel? No. Aparece al final , es incierta y en la oscuridad las distancias se falsean.
La luz a la que me refiero es ésa que brilla siempre y que los peruanos sabemos ver a pesar de oscuridades, neblinas y distancias. La luz permanente de las oportunidades. Dicen que el kanji de problema es igual al de oportunidad. No sé si será exactamente cierto, porque no soy un conocedor de los símbolos chinos o japoneses de escritura; pero si no lo fuera, merecería serlo porque detrás de cada problema se agazapan las oportunidades. Es cuestión de saberlas ver y aprovechar.
Y repito que en éso, los peruanos somos especialistas. A veces para «sacarle la vuelta» a lo establecido y para obrar de manera incorrecta. Reino de la piratería, lo bamba y la guiñada de ojo, el Perú podría encauzar esta creatividad, este usar las oportunidades, de un modo positivo. A veces parece que lo que nos falta es que nos digan qué está bien y qué no lo está. Y digo a veces, porque el instinto de supervivencia que anima a estas acciones no suele hacer distingos. Llenar el estómago es una prioridad vital. Llevar algo de dinero para que la familia pueda salir a flote también lo es.
No quisiera justificar con ésto un accionar equivocado, pero creo -estoy seguro- que reorientar las cosas ayudaría. De pronto el éxito no es tan grande, pero sí efectivo. Recuerdo muy bien cuando en el inicio de la presidencia de Alberto Fujimori, el ministro de economía nos dijo a través de la TV que el ajustón era tan grande que «Dios se apiade de nosotros» y al día siguiente TODO había subido, sorprendiendo a casi toda la población (salvo seguramente algunos «insiders» que tomaron sus previsiones). En medio de este desbarajuste, mi ruta hacia casa por la av. Javier Prado, vio aparecer a un desempleado que vendía…fósforos!. Los ofrecía por las ventanillas de los autos. Cuánto podía costar una caja? Diez centavos a lo sumo? Tiempo después, la misma persona ofrecía cigarrillos sueltos y en paquete, además de los fósforos. Luego agregó encendedores y sumó una bandejita con correa para mostrar su mercadería.
Encontró una oportunidad y la fué haciendo crecer. Y estoy seguro que siguió así. No robaba, no trampeaba con los contenidos. De pronto cobraba un poco más que una bodega, pero era una compra con «delivery», de ocasión. Llegaba hasta ti con los productos que ofrecía.
Sucedía lo mismo con un señor ya entrado en años que en un azafate cubierto por una servilleta, ofrecía porciones de keke casero, preparado según me contó, por su esposa, cuando se encontraron en serias dificultades porque él había perdido su empleo. Tiempo después lo vi ofreciendo sus kekes, pero embolsados y con su marca: «Casero» impresa en un sticker.
Las oportunidades aprovechadas. La necesidad como acicate y motor. La resolución de un problema (que no otra cosa es la creatividad) de un modo ingenioso y a la mano, sin mayores pretensiones. «Como para empezar» diríamos.
Y así millares de ejemplos: hombres y mujeres que en el Perú prefieren lun trabajo inventado al robo, al engaño o a la plata fácil del narcotráfico. Así los cultivos alternativos a la coca han demostrado que el cacao peruano no sólo es bueno sino muy apreciado fuera; que se puede salir -con esfuerzo es verdad- sin necesidad de engañar a la vida y a uno mismo.
El Perú es un país de oportunidades. Sólo tenemos que tomarlas porque casi todo está por hacer. Entonces, cuando escucho hablar de los emprendedores, me doy cuenta que están hablando de la inmensa mayoría de hombres y mujeres que habitan este territorio llamado Perú. Un territorio que limita con la necesidad, la desesperanza y los problemas. Un territorio que está poblado por la imaginación aunque dentro tenga sus propias cordilleras burocráticas por ejemplo.
Las oportunidades están ahí. Hay que saberlas identificar y luego aprovechar; de pronto habrá que quitarles las espinas, eliminar una cáscara poco atractiva y con las pepas hacer collares. Total, como decía el «Cumpa» Donayre: «Nosotros somos súbditos del temblor y el terremoto…: viva el Perú, carajo!».
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