LOS VIEJOS VILLANCICOS


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Villancicos eran aquellos que sonaban cuando yo era chico (muy chico) y cerca al día de Navidad salían de discos de 78rpm, que un tocadiscos “Garrard” hacía sonar a través del parlante de una radio “Saba” a la que estaba conectado, instalados ambos en un mueblecito especial, con puertas que se mantenían cerradas, gracias a un imán.

 

Eran villancicos españoles que mi madre ponía al caer la noche y cerca estaba la mesa donde se armaba el nacimiento al que se le ponían velitas de colores (rosa, celeste, amarillo y blanco) en unos pequeños “pies” o soportes de madera que tenían forma de estrella y estaban pintados de dorado; además había floreritos de vidrio transparente, con jazmines, que perfumaban maravillosamente el ambiente.

 

El nacimiento lo formaban imágenes más o menos grandes de San José, la Virgen María, un burro y una vaca rodeando un montoncito de paja que estaba vacío hasta la noche del 24/25 en que se colocaba al niño, echado de espaldas, sonriente y con los brazos abiertos; la “casita” del nacimiento era rústica, hecha de palitos, con techo “a dos aguas” de paja, adornado con una estrella de cartón cubierta de purpurina plateada, colocada en el vértice de la “entrada”;  un mantel de hilo blanco cubría la mesa hasta el suelo.

 

“Noche de Paz” no estaba en el repertorio porque esa era una canción exclusiva para el momento del “nacimiento” y los villancicos hablaban de “los peces en el río que beben y beben y vuelven a beber” o decían que “campana sobre campana…”; eran villancicos y no canciones navideñas en inglés con “merry christmas” y otros como las que ahora suenan en radios, televisores, centros comerciales y tiendas por departamentos.

 

Claro, los villancicos estaban en castellano y la música era acompañada por alegres y rítmicas panderetas, a diferencia de esos sonidos electrónico-melódicos que simulan contento, pero resultan fríos como el hielo… No sé si es nostalgia de viejo, si es una época en que se me amontonan los recuerdos de mi familia, pequeña pero llena, especialmente en época de Navidad, de un espíritu alegre.

 

Sí, había arbolito, que antes de que mi hermana Teté se casara y se fuera a vivir a Arequipa, era un pino pequeño, natural, que ella, mi hermano Panchín y sus amigos “conseguían” alguna noche, ya muy tarde (desenterrándolo, por supuesto) de no sé dónde, más o menos cerca de casa y amanecía el pinito plantado en una lata grande y vacía de aceite de cocina, forrada con papel platina: ¡Nuestro árbol de Navidad…!  Ese que esperaba las guirnaldas y las bolitas de vidrio, brillantes  y de colores que lo adornarían dándoles navideña tarea de mis hermanos, con mi madre protestando un poco por la manera de conseguir el arbolito…

 

Es curioso, pero no he vuelto a oler el aroma a pino mezclado con jazmín nunca más y ese es el olor de la Navidad para mí, como el sonido es el de esos viejos villancicos que llenaban la casa de la calle Ayacucho, N° 263, en Barranco.

 

Imagen: http://www.wikihow.com

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EL OLOR DEL RECUERDO


EL OLOR DEL RECUERDO

 

Los olores hacen que la memoria se active y empiece la película que trae las imágenes: todo puede empezar con el aroma de una torta recién sacada del horno que nos trae infancia, cariño maternal, el sabor insuperable a la vainilla, tardes de vacaciones y un estrujar del corazón que añora los pasados.

 

Puede también ser el olor de un libro, esa curiosa combinación de olor a papel, a tinta vieja, a goma y a guardado que nos trae piratas a la sala o instala Mompracem más allá del jardín y cerremos los ojos para que a esos olores se sume el de la pólvora, el del mar y eso que no parece tener olor alguno, que es el adiós.

 

Los olores son los efluvios que almacenamos de algún modo para recordar, por más explicaciones que nos den sobre que son moléculas que viajan por el aire y que el olfato percibe y se tornan en impulsos que llegan al cerebro que pone a funcionar determinados mecanismos donde la química y la electricidad confluyen, la magia se produce haciéndonos personajes centrales de esa historia nuestra que como un cobertor “patchwork” está hecha de retazos coloridos y abriga…

 

Los olores producen en nosotros eso que es tan extraño y se llama recuerdos.

 

Imagen: guelafoami.blogspot.com

OLOR A PINO


PINO

Mi primer recuerdo de Navidad es el olor a pino invadiendo la casa de Ayacucho 263, en Barranco. Después visualizo la lata grande vacía, seguramente de aceite, conseguida por mi hermana, alguno de sus amigos, o por mi hermano tal vez, en el “chino” Perico. Lata forrada con papel platina de color rojo y que llena de tierra, contenía el arbolito navideño, adornado con bolas de vidrio de colores y luces que se prendían y apagaban. Una estrella de cartón con purpurina plateada, que la hacía brillar, lo coronaba y por su propio peso hacía que se inclinara como saludando.

El arbolito era natural y lo habían “robado” mi hermana Teté y su amigo “el loco” Miranda de la bajada de los baños, cosa que no gustaba para nada a nuestros papás…

Las luces navideñas eran pequeños foquitos alargados, pintados de verde y rojo transparente, colores que se descascarían con los días.

Alrededor del árbol, en el hall de la casa, había cojines donde se pondrían los regalos: estaban esperando que fuera la tarde-noche del 24.

Mi recuerdo se desdibuja allí, pero el olor a pino y la alegría de la preparación navideña me acompañan hasta hoy, tantos años después.

HAY UN CIERTO OLOR…


CLIP EN NARIZ

Lima se ha despertado y en apariencia nada cambió; sin embargo hay un cierto olor en el aire. Olor común, que es un mal olor.

Tenemos para cuatro años por delante y el olor, que lo impregna todo, es tremendo, pero puede ser que nos acostumbremos: los que viven en medio de la basura, con el tiempo la ignoran. Y lo terrible es eso, que se acepte que las cosas vienen así y peor, que se haya elegido el que así sea.

Ha amanecido como siempre pero hay muchos que sonríen y se frotan las manos porque saben a ciencia cierta que lo que nacía y era una amenaza para ellos, sus estilos de vida y su “futuro” se lo lleva la corriente del “no te preocupes”.

La corriente de aguas servidas que dejará al bajar restos de lo que esas aguas llevan.

La Lima que pudo ser,  ya no será.

Seguirán asesinando las combis asesinas y lo que pudo ser amabilidad, “permiso”  y “por favor” dejará paso a una risita cachacienta que significa que nada de eso será:” ¿vieron?”. Nada de nada, en realidad.

Ayer, el sol por solidaridad, salió con timidez y creo que vergüenza, porque  Lima tendrá la misma lluvia de siempre: pequeña y persistente. Esa lluvia que no lava las cosas sino que ensucia todo.

En Lima los gallinazos regresan; gallinazos que vuelven porque hay promesa de carroña.

Llegan a esta Lima que pudo ser y no será.

 

 

PEQUEÑO DESCANSO


 

Hasta el próximo jueves.

Una semana de descanso para que leer no sea aburrido.

¡Hasta entonces!descanso

CAFÉ


taza-de-cafe

Muchísimo se ha escrito sobre este tema y este post no es sino una pincelada.

Tomo café desde que tengo memoria y hace muchísimos años lo hago sin agregarle azúcar o endulzantes: es que, como digo siempre, me gusta el SABOR y lo otro sería como probar un toffee, con sabor a café es cierto pero “deformado” por el dulce.

Hace años las mañanas, de lunes a viernes, empezaban con tres tazas de “exprés” al menos, bebidas entre conversaciones y silencios que compartíamos Julio Romero y yo en el Haití de Miraflores. Con el tiempo nuestra mesa fue creciendo en amigos que hacían del café matutino y la charla un “must” imprescindible.

Dicen que beberlo de noche quita el sueño, pero en mi caso parece que resulto una excepción a la regla pues duermo tan tranquilo. Acompaña mis lecturas y los momentos en que trato de concentrarme. Es cierto que ahora no tomo más que una taza al día y no siempre, porque supongo que la cafeína como excitante algo tiene que ver con mis tres infartos al cerebro y debe afectar al corazón que sobrevive a cuatro, desde que tenía 36 años. Me dijeron los médicos: “elimina el café”  y así lo hice. Luego que si quería, tomara poco. Y así lo hago.

Un poco de café: no pasa nada si un día no lo tomo, pero siento que forma parte de las buenas lecturas, de las conversaciones y del quedarse solo. Por lo menos los ríos de café que he tomado han tenido siempre las barcas de las letras, el viento de las conversaciones y el remanso tranquilo de la soledad.

Gracias café por ser testigo.