Hasta hace cerca de cuarenta años, todos los veranos iba a la playa, pero tal vez la época que más recuerdo es la de mi adolescencia, en la que el verano significaba la playa “La Herradura”, con su malecón, con “Las Gaviotas”, el único edificio playero de departamentos del que yo supe por mucho tiempo, el antiguo y famoso bar “El Nacional” con su rokola muicaly por supuesto la arena y el maravilloso mar.
En la playa, mientras tomábamos el sol, prolegómeno obligado antes de una zambullida, había música, que nunca supe (ni me interesó saber) de dónde venía y que seguramente era transmitida a través de parlantes. Para mí, era tan natural como el sol, el mar y la arena que hacían de “La Herradura”, LA PLAYA, tan distinta a la cercana y populosa “Agua Dulce” o al también cercano y familiar “Establecimiento Municipal de baños de Barranco”, con su pérgola, orquesta dominical, mesas, funicular y playa de piedras…
“La Cajita de Música” era el programa que conducía el disc-jockey Emilio Peláez Rioja y que forma parte integrante, indesligable, de esos veranos memorables, donde las preocupaciones se reducían a lo que habría en casa para almorzar y que hubieran tapado el plato con la comida, para que conservara un poco de calorcito (ni se soñaba entonces con el horno de microondas).
Verano, sol, playa y música… ¿Se puede pedir más?
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