Hasta el próximo jueves.
Una semana de descanso para que leer no sea aburrido.
Se queja un amigo mío de las sandeces que recibe por correo. Ciertamente, parece que uno tuviera todo el tiempo del mundo para leer cuanta cosa se le ocurre a muchos enviar, no dudo que de buena fe, pensando que nos van a ser útiles, interesar o hacer reír. Junto con ello llega el correo que yo llamo “botella echada al mar”, es decir aquel que busca que compremos algo, participemos o nos unamos, sin un destinatario definido. Si a eso le sumamos los correos maliciosos que pretenden robarnos información, abarrotar determinadas direcciones o destruir el disco duro de nuestra computadora, tendremos una bonita utilización del espacio disponible en nuestro correo y si vemos cada uno de ellos una terrible pérdida de tiempo y quizá de nuestro dinero e información. Entiendo a mi amigo, porque a mí me sucede lo mismo, lo mismo que a millones de personas en el mundo. No importa el idioma, ni donde estés ubicado en el planeta, si tienes un computador y una dirección de correo electrónico y acceso a Internet, sabrás a qué me refiero. Mi esposa se maravilla de la cantidad de correos que van a la basura por mi mano, además de aquellos que de frente llegan a ella. Es un ritual que cumplo temprano y hasta cuatro veces por día: Aun así cada mañana al acceder a mi correo, encuentro algo dirigido a mí, que es real y me interesa, enmascarado entre cientos de cadenas de oración, avisos de que me he hecho millonario, diez formas de cocinar saludablemente, lo increíble de la Ópera de Berlín y cosas así. Muchas veces son amigos o conocidos quienes me hacen los envíos. Suelo ser parte de largas listas de direcciones de correo que aparecen inocentemente, al lado de la mía.
Otro amigo decía que no había que amargarse, que lo bueno era la comunicación. Discrepo: Lo que tenemos en una cháchara insulsa, un vocerío chillón y sin sentido. Por lo menos sin sentido personal. Es como si conversáramos al aire, a ver si alguien oye algo o si le contáramos lo que dijo el primo de una amiga de mi hija a su esposa hablando de la inmortalidad del mosco, descubierta por casualidad en un secreto laboratorio de Yugoslavia. ¡No pues! Yo sé que la comunicación en buena y quieren que participe, pero en el fondo, salvo raras y honrosas excepciones llega basura. Perdón por la denominación: BA-SU-RA. Es como si a nuestra antigua casilla de correos llegara una invasión diaria de folletos, estampitas, ofertas, catálogos y mucho más. Como el envío es electrónico y no cuesta sino el pago del recibo de luz, ahí va de todo. Si fueran impresos que tuvieran un precio, más el costo del franqueo, otra sería la canción.
Yo sé que este tema está muy manido. Pero de vez en cuando alguien protesta, porque parece que lo hemos incorporado a las desgracias aceptadas, al precio que pagamos por tener un correo electrónico. Yo mismo he reconocido y reconozco que hago limpieza diaria y varias veces en el día: Me acostumbré a ello, parece, como a lavarme los dientes.
Sé que este es un grito en el desierto. Pero me uno a mi amigo a ver si nuestros gritos sirven de algo. Porque hay tanto “correo-basura” que un marciano que analice Internet, puede concluir pensando que es una basura. Y creo que no tendría razón aunque los “cibernautas” hagan lo mismo que muchos turistas: dejen los lugares visitados como si fueran un vertedero de desperdicios.
Ha muerto Steve Jobs, el hombre que creo empezó a vivir la eternidad aún antes de fallecer.
Su partida, no por esperada, menos triste, deja al mundo sin un cerebro brillante que pensaba distinto, que hacía que los demás siguieran su corriente ofreciendo ideas impensadas, hechas realidad. Yo diría que fue una especie de Julio Verne que avizoró un futuro fantástico, pero a diferencia del novelista, su «Nautilus» está en millones de escritorios del mundo. Creó un «AA» y un «DA» (Antes de Apple y Después de Apple), consiguiendo un cambio que afectó la vida planetaria en una escala difícil de imaginar.
Era, evidentemente un líder. El hombre por el cual su gente daba la vida y que comprendió que el cerebro humano requiere tan solo de pequeñas cosas para expresarse.
Un fuera de serie, cuyo solo nombre ya era noticia. Un ser humano que empezó a vivir la eternidad por adelantado al ingresar, respirando hondo, a ese corredor maravilloso que es el futuro y que el decir «Steve Jobs» siempre evocará.
No soy nadie, ni siquiera un usuario de sus productos, pero sé que las generaciones por venir lo reconocerán como un visionario que hacía materiales lo que para muchos eran herramientas de trabajo o juguetes que cumplían alocadas fantasías. Steve Jobs es una verdadera leyenda y debe haber sido difícil vivir siéndolo. Dar en el clavo, trabajar mucho, rodearse de la gente adecuada, no perder el norte, retirarse a tiempo, saber volver y saber que la gloria verdadera estaba siempre un poco más allá. Saber que cada paso que daba, era seguido por otro, en el camino del hacer.
Le envió como obsequio una I-PAD antes que saliera al mercado, a ser prácticamente arrebatada, al Presidente de los EEUU. Y Obama, mostrando el nuevo artefacto, dijo algo como que se lo había hecho llegar el mismo Steve Jobs, significando con ello, que era objeto de una especial deferencia. Un regalo de quien ya disfrutaba del reconocimiento, que estoy seguro Jobs disfrutó, pero nunca le impidió ir más allá, en el territorio que otros solo sueñan o leen en las páginas de la ciencia-ficción.
Hace muy poquito, leí a Milton Vela, mi amigo, alumno, compañero de trabajo, comunicador, bloguero insigne y experto en redes sociales, en el Facebook que «el mundo cayó y calló«, con la muerte de Steve Jobs. Creo que sí. El mundo, tal como nos lo mostró, se vino abajo y el silencio de asombro e incredulidad se podía escuchar en las noticias que daban la vuelta a este mundo que Jobs contribuyó a hacer más pequeño, más entretenido, más amigable y estoy seguro que bastante más humano.
Veo en mis correos que en el Perú la mayoría de mis corresponsales que me escriben seguido, lo hacen sobre tal o cual candidato. O los alaban o ponen algo malo sobre ellos, generalmente usando las palabras de otro. Creo que así piensan que su opinión tiene mayor fuerza, sin pararse a pensar si lo que ponen (y envían) es cierto.
Me hace pensar en la cantidad de cosas que circulan por Internet que “parecen” verdad y son verdades a medias o de plano falsedades con ropaje de verosimilitud.
Hoy la comunicación es casi instantánea y si lo queremos anónima. El escrito que aparece en mi pantalla bajo un título atractivo, puede contener muchas inexactitudes, pero me llega desde una dirección y nombre que reconozco y lo veo. Esto solo en cuanto a los correos que de algún modo yo controlo. ¿Y el resto? A veces, navegando en la Red, me encuentro con información claramente desviada y que busca, evidentemente, hacer creer en algo que no es. Esto da lugar a que existan sitios que publica e investigan los llamados “hoax” es decir, mentiras o engaños. Pero allí llega lo notorio, lo denunciado. Mientras tanto en el océano de información que contiene Internet, los brulotes navegan impunemente, llegan a miles y se multiplican exponencialmente por la buena voluntad de las personas que creen hacer un favor e ilustrarme sobre algunos puntos y no se dan cuenta que muchas veces no son sino eco de mentiras.
Creo poco posible detener esto. La gente quiere creer. En cualquier cosa, En lo que suene a extraño o aventura. Quiere creer porque sus vidas son chatas y algo así crea picos de importancia. Picos que para ellos son una especie de adicción porque los destaca por un momento de la marea de cabezas. Entonces, con un par de clicks lanzan “su” verdad que muchas veces, lo repito, es la mentira de otro.
La mayoría no lo hace porque son intrínsecamente malos, sino al contrario. Lo hacen por ayudar, por demostrar que están informados, porque “saben” algo que los demás desconocen y quieren compartirlo.
¡Como se debe congestionar la Red con mensajes reenviados que no valen nada!
Este tema, que como muchos, no es nuevo es cada vez más preocupante. La Red crece y el mar de información también. Junto con ello hay mayor cantidad de usuarios que creen en lo primero que les dicen, lo reenvían y aquí el problema se multiplica. Ya lo dije: la comunicación cada vez es más fácil, respondemos a estímulos que en otro caso no merecerían nuestra atención. Algo para seguir explorando, porque en este caso la enfermedad parece ser infinita.
Basta echar una revisadita a una historia cualquiera de las computadoras, para convenir que este invento cambió al mundo. Mucho se ha escrito, se escribe y escribirá sobre ellas. Pasado, presente y futuro. Las computadoras que se encuentran hoy a cada paso, eran desconocidas cuando yo nací y hoy las uso todo el tiempo. Incluso tecleo en una que me alivia el trabajo y a veces me complica la vida. Y es de mi relación con ellas de lo que quiero escribir hoy.
La computadora, tal como la conocemos hoy no existía, ya lo dije al empezar, cuando yo nací. Incluso toda mi infancia y mi adolescencia transcurrieron sin ella. No sé si para bien o para mal. Lo único que sí reconozco es que mi fantasía fue mía y que aprendí a valerme por mí mismo para resolver cualquier problema. Hasta aquí no he dicho nada nuevo, ni aportado algo distinto. No creo que lo haga en este artículo. Lo mío es insignificante. Historias de usuario tardío, no muy originales por cierto.
Había oído claro, sobre las computadoras, pero estaban tan lejanas que formaban parte de lo que llamamos desde hace un tiempo, ciencia-ficción. Las veía en historietas, leía algo sobre ellas, pero siempre como algo cerebral y complicado. Lejano, pues.
Hasta que los anuncios hicieron su trabajo de zapa. Yo, redactor publicitario de máquina de escribir no podía quedarme atrás. Mi primer escarceo fue con una PC primitiva (espero que los fanáticos no se mosqueen) marca “Commodore” que era un poco más que un juguete, comparado con lo que vemos ahora. La compré a un amigo argentino, cuando trabajaba en Interandina Publicidad. No la pude pagar a tiempo y me la quitaron. Fue una realidad de la que no he podido sustraerme, un vicio definido por mi profesión de publicitario creo. Siempre estuve por encima de mis posibilidades inmediatas.
La “Commodore” se fue y con ella mis esperanzas de aprender algo nuevo y que demostró ser útil.
Mi segunda compra, esta vez al contado, fue una “Casio” de bolsillo, que tenía una pantalla de cristal líquido de un par de líneas y múltiples funciones. Nunca supe ir más allá de mostrarla, porque su libro de instrucciones era complicadísimo y muy grueso para mi, absolutamente lego en la materia Era bien bonita la máquina y me daba un “caché” enorme, aunque en realidad fuera más un estorbo en mis manos, que otra cosa. Usaba un lenguaje que aún hoy no entiendo y de seguro su capacidad sería hoy comparable a la de… ¡nada!. La compré en Centro Comercial “Camino Real”, en un donde vendían importaciones y supongo que novedades.
Luego vino un procesador de textos portátil marca “Canon”. A caballo entre la computadora y una máquina de escribir, me fue muy útil hasta que me la robaron en la misma oficina donde trabajaba. Intuí quien fue pero nunca lo pude probar.
Un buen día, mi amigo Juan decidió que toda la oficina de “Abril Publicidad” tendría computadoras personales y que él y yo seríamos los últimos en obtenerla. Mis textos seguían siendo escritos a máquina. Procesador de palabras o no, la “Canon” necesitaba cinta que venía en cartuchos y lo escrito era trasladado térmicamente al papel.
Finalmente tuve mi computadora. Allí escribiría y haría maravillas, contando, claro, que pudiera aprender. Porque una cosa era dominar las máquinas de escribir fueran mecánicas o eléctricas y otra muy diferente probar con una computadora que tenía otras funciones, almacenaba textos y demás. De ella decían que era facilísima de usar. La gente de medios lo hacía desde mucho tiempo atrás con total eficiencia y ahorro de tiempo. Pero claro, me decía, son números nada más, sin saber en realidad nada.
Mis historias con la computadora se pierden con el uso intensivo. Se convirtió en una herramienta indispensable y el tener una computadora en la oficina, pasó a ser cosa normal. Aprendí a usarla, aplicando reglas que hubiesen escandalizado a personas con reales conocimientos. Pero aprendí por el viejo método de acierto/error. Si me equivocaba y algo no salía o salía mal, ya sabía que las cosas no eran así y buscaba hasta encontrar la solución. En cosas simples, por supuesto. Cuando el tema era complicado, llamaba en mi auxilio a quien supiera más o al responsable del área informática. A patadas aprendí lo poco que sé de estos avatares.
Con el tiempo compré una “Compaq” para la casa y todos nos pusimos al día.
El tiempo fue pasando y la computadora de casa fue también puesta al día con una nueva tarjeta que la hizo rápida y más eficiente. Hasta que cambiamos el monitor que era pequeño y no bastaba ya. Compramos uno de “pantalla plana” que yo creo fue un engaño, pues tenía delante de la pantalla un vidrio, plano eso sí, pero lo susodicha era curva en realidad. Allí estuvo el monitor, cuya marca me reservo, hasta que sólo tenía dos colores: rojo y verde. Murió de muerte natural y sin perspectivas de arreglo.
Para entonces las “laptop” habían entrado en mi vida y la primera personal, mía que tuve, fue una “Toshiba” que en su época era un balazo. Costó muchos dólares nueva y la vendí por muy poco, años después. Nunca me quejaré del modelo “Tecra” que llegó con novedades a mis manos y le saqué la mugre hasta que las letras de las teclas se borraron por el uso. Luego vino la “Alienware” una marca para mi desconocida, que la hija de de un amigo que vive en Miami, compró para mi, con las especificaciones claras. En realidad, por correo, yo había configurado la máquina e indicado con qué accesorios la quería. Llegó a Lima y resultó de lo más moderna. Es mi compañera hasta ahora, que ya está viejita y también fue sometida a uso intensivo. Mi compañera en casa y en la oficina, ha ido de aquí para allá, soportando viajes a la sierra, la selva y algún lugar del extranjero. La “Alien” tuvo una gemela en la máquina de mi amigo Hans que me inició en la marca. Su gemela salió mala y Hans cuyo trabajo de diseño exige mucho, la dio de baja muy rápidamente. No ocurrió así con la mía, a pesar que virus extraños hicieron que la reformateara varias veces. Hoy finalmente está en casa, dedicada a tareas menores, porque los años no pasan en vano y hay muchas cosas que fallan en ella y que me dejaron más de una vez colgado en el trabajo que realizaba. Lo que no ha variado es el cariño que tengo por mi “Alien”. Sé que puedo conseguir máquinas más modernas, veloces y seguramente mejores. Sin embargo la nostalgia que me llena al tocar sus gastadas teclas no se da con ninguna otra.
Finalmente, me llegó una “Notebook” que también vino de USA gracias a unos amigos. Chiquita, práctica y versátil, me ha acompañado a reuniones y servido para bajar correos en los sitios más insólitos. Su pantalla de diez pulgadas y su teclado pequeño hacen que ahora, que veo mucho menos, me sirva poco de ella. Sin embargo está aquí, prestando los mejores servicios cuando la necesito o alguien como Cristian, mi yerno, o Paloma mi hija quieren comunicarse mediante “Skype” o la requieren para leer los diarios (tema casi imposible para mi, por la letra pequeñita) o navegar un poco.
Hay muchas historias más alrededor de las computadoras. Esas máquinas, que una vez que entran en tu vida, suelen convertirse en inseparables.
¿Y en qué escribo ahora? En una “Dell” portátil que funciona como máquina de casa, gracias a que es bastante versátil, como para aguantarme a mi y a Alicia, con ocasionales visitas de otros usuarios.
Memoria USB (Universal Serial Bus; en inglés USB flash drive) es un dispositivo de almacenamiento masivo que utiliza memoria flash para guardar la información que puede requerir. Se conecta mediante un puerto USB y la información que a este se le introduzca, puede ser modificada millones de veces durante su vida útil. Estas memorias son resistentes a los rasguños (externos), al polvo, y algunos al agua —que han afectado a las formas previas de almacenamiento portátil.
Las siglas, porque lo son, corresponden (en inglés) a Universal Serial Bus, y forman parte hoy del vocabulario de cualquier informático del mundo. Casi todos los que usan computadora tienen uno o más, muchas veces de diferente capacidad. Los hay desde un gigabyte hasta los muy grandes de varios terabytes.
Cuando yo estaba en el colegio, almacenábamos lo importante en fichas, que eran cartulinas rectangulares que se ordenaban alfabéticamente y se guardaban muchas veces en cajas de zapatos, siendo los más afortunados, poseedores de ficheros, hechos ad hoc, o comprados en las librerías.
Eso es lo que en realidad es un USB o memoria portátil informática, un fichero que acumula miles de datos en el orden que les queramos dar. Los USB son ubicuos y uno los encuentra en los sitios más insólitos con las formas que quiera elegir. Hablo ciertamente de los pequeños, que caben holgadamente en un bolsillo y a los que en otros países se conoce como “pendrive”.
Yo mismo tengo 4 USB, uno en forma de ballesta de escalador. Los tengo conteniendo ciertos datos y me acostumbré a usar más de uno cuando en la universidad donde enseñaba un virus potentísimo pasó a mi computadora y me hizo reformatearla, perdiendo en el trámite parte de mi historia pacientemente coleccionada y sin soporte alguno, por desgracia. El “back up” o respaldo es esencial, ahora lo sé.
Un USB puede perderse muy fácilmente, ser robado o borrado por accidente. En cualquier caso, es una tragedia proporcionas
L a la importancia de los datos. He visto ofrecer recompensas pecuniarias por su hallazgo y devolución. Lo que no sé es si el método fue efectivo.
También yo he perdido un USB, por dejarlo olvidado en un lugar donde muchas personas acostumbran a ir. ¿Es que hay algo más fácil que perder un USB? ¿Es que hay algo peor que perder la memoria?
Supongo que sí, pero perder un USB con datos que uno considera valioso es preguntarse a dónde ellos irán a parar, Muchas veces, alguien se queda con el aparatito y borra los datos, re-usándolo.
Siempre me maravillo de lo pequeño que es, lo fácil de usar y la cantidad de información que almacena. Todo lo que escribo en mi laptop personal, va a uno para poder transportarlo y copiar en otra computadora, en casa, y poder pasarlo después a un disco, no tan seguro, pero que ayuda a tener lo hecho, medianamente ordenado.
Un USB no es entonces otra cosa que una forma de almacenar datos electrónicamente. Al fin y al cabo suple en parte a la memoria pero no la reemplaza (a la memoria personal, claro).
Como todos los artículos modernos, tuvieron un precio alto al salir al mercado y ahora el asunto es diferente, porque los precios han bajado tanto, que han convertido a este adminículo en algo tan común como un lápiz de grafito. Incluso, lo que escribo ahora, irá a uno marca KINGSTON, de color azul transparente y muy pequeño.
Mucho se podría escribir sobre el USB. Seguro que ya está hecho, o con el tiempo se hará. Por lo pronto a millones de personas en el mundo, incluido a mí, les soluciona problemas mil y sin querer se los crea. Pero como todo en la vida tiene solución.
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