
Amigo de mi padre, Percy Nugent, aparece junto con él en una fotografía en el campo, ambos vestidos para el trabajo, con el inscrito “Don Quijote y Sancho Panza, Yonan I.53” el del casco es mi padre (Sancho Panza, por supuesto).
Percy y Lucha, su esposa, vivieron un tiempo en mi casa de Barranco. Tenían un perro que se llamaba “Nuts”, de raza Boxer, que solo entendía órdenes en inglés. Mi recuerdo se remonta a los cincuentas y en la memoria que tengo de ese tiempo, viven Percy y Lucha, que fumaban muchísimo (y mis padres no) y también el regalo de Navidad que recibí de ellos y que consistía en un juego de fútbol que hubiera vuelto loco a un aficionado (como lo era yo en ésa época) y para entonces debió ser algo notoriamente avanzado. Se jugaba entre dos personas y cada una manejaba un equipo. El marco, de madera color pino, albergaba una cancha de lata, pintada de verde, donde se ubicaban los jugadores de ambos equipos: figuritas articuladas y con los uniformes distintivos pintados, que movían un pie, merced a un gatillo colocado en fila frente a cada contendor y que conectaba por debajo, con un tenso cable de alambre a cada jugador. Los porteros, ubicados frente al arco y con una ranura semicircular que les permitía moverse accionándolos con una manivela, ubicada detrás de cada meta, tenían hasta unas gorras puestas, pintadas, claro. Cada jugador estaba ubicado en un rebajo piramidal invertido, lo que hacía necesario “patear” con fuerza controlada con el pie móvil para que la pelota, que era originalmente una billa, rodara convenientemente. Los rebajos piramidales invertidos permitían, si el cálculo era bueno y la “patada” controlada, hacer “pases” entre jugadores del mismo equipo, o de lo contrario, caer en zonas enemigas. La cancha estaba marcada, guardando las escalas y creo que por mucho tiempo fue el mejor regalo que tuve. Mis amigos venían a jugar y recuerdo innumerables y ardorosos partidos en la terraza de abajo y cuando no hacía buen tiempo, en el hall de la casa. El “futbolín” como le llamaba, sobrevivió mucho tiempo hasta que se aflojaron los alambres que movían a los jugadores, alguno de ellos se desprendió y el juego de excitación deportiva, pasó a ser un trasto grande e inútil. Murió como suelen morir los juguetes: habiendo hecho felices a quienes los usaron.
Es curioso, pero debe ser una combinación del partido de fútbol que se jugaba hoy con Ecuador (que no vi) y encontrar la fotografía a la que aludo al principio, lo que hizo revivir en mí un juguete encantador y entretenido y a quien me lo obsequió. Otra vez, la memoria toma sus caminos y necesita únicamente de un gatillo que la haga saltar.
No sé nada de Percy ni de Lucha, seguramente fallecidos ya (por simple cálculo de edades) pero dejaron en mí un recuerdo imborrable y con el “futbolín” llenaron mis horas de entretenimiento, así como con las historias que me contaban, cuando en las noches los iba a visitar a la habitación que ocupaban en la planta baja y tenía puertas que daban al hall y a la “sala grande”.
Debe estar conectado para enviar un comentario.