PEQUEÑO DESCANSO


 

Hasta el próximo jueves.

Una semana de descanso para que leer no sea aburrido.

¡Hasta entonces!descanso

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QUICO Y EL ASCENSOR


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Hace unos días me vino a visitar un primo -hermano al que no veía desde hace varios años. Es un ser macanudo como solo lo pueden ser los espíritus libres. Conversamos de todo, renegamos de todo, nos pusimos al día y en el recordar los pasados le di mi librito que recorre un pedacito de la vida y anécdotas de un ayer que se aleja en el tiempo y vive al abrigo de la memoria. Después de irse, me llamó por teléfono y me dijo que en el libro no estaba el ascensor. De inmediato lo recordé y vi la escena de él bajando encogido dentro del ascensor que había en la casa de la calle Ayacucho, en Barranco. Unía el sótano y el primer piso y quedaba al lado de la escalera, cerca de la despensa donde el “Primus” calentaba el agua para tomar el lonche y se guardaban vasos, la vajilla, menestras y mil maravillas más.

Recordé, como digo, de inmediato y reviví momentos de alegría, amistades y los días felices de una infancia donde la preocupación mayor era planear el día  para enrumbar a la travesura cercana…

Días de ascensor, mataperradas, terraza, playa y parque, que marcaron un tiempo que no se va porque era agradable y sólo recordarlo produce un dulce escalofrío de emoción.

Quico, mi primo-hermano trajo con esa conversación y su llamada más tarde recuerdos, que escondidos, volvieron a flotar.  ¡Cómo no recordar que Quico era subido y bajado en el ascensor que era una caja de madera y servía para subir y bajar los platos entre cocina y comedor! Aún me sonrío al verlo en la memoria agachado en el cajón que llevaba los platos de uno a otro piso, sonriendo, no sé bien si de miedo o de triunfo por hacer algo que estaba prohibido.

¡Quico y el ascensor! Tal vez estos recuerdos interesen muy poco, pero quedan aquí plasmados para que otra vez no me diga a mí mismo que hay ratos de la infancia que el tiempo escamotea y se van sin remedio.

CUMPLEAÑOS


 

Hoy empiezo a escribir tarde: es que leer y contestar los saludos toma tiempo, sobre todo si uno deja un poquito de espacio en medio. Pero de verdad, me he sentido tan bien y tan acompañado en este cumpleaños como para disfrutar de ese calorcito que se llama amistad y cariño, de un modo excepcional.

Estoy seguro que esto que escribo, no lo leerán muchos de quienes me han felicitado y deseado lo mejor, pero sin embargo quisiera que cada una de estas palabras llegara a sus múltiples destinos, envolviendo un inmenso abrazo para todos: para los que me escribieron, los que llamaron por teléfono, los que vinieron…, los que se acordaron.

Ayer temprano hablé por teléfono con mi hermana Teté, como lo hago todos los domingos: así Arequipa queda a la distancia de un marcado de teléfono y podemos estar juntos aunque nos separe la distancia. Mi hermana, que tiene ochenta, riéndose me decía que nunca se podría olvidar, que casi nazco en el ascensor de la clínica y que todos los preparativos de bautismo no existieron, porque se presentó de improviso a la clínica Monseñor Juan Gualberto Guevara, el primer Cardenal que tuvo el Perú, que era muy amigo de mi padre, a bautizarme y la ropa con que se bautizaron mi hermana y mis hermanos y que preparaban para mi, estaba en casa y tuvo que ser sustituida de emergencia por una “mañanita” de mi madre.

Le dije a Teté que ese fue el inicio de mi informalidad: casi nazco en movimiento, me bautizaron corriendo y de seguro la llegada del Cardenal causó un desmadre en la organizada rutina de las monjas que estaban entonces en La Maison de Santé. Hoy, sesenta y cinco años y un día de vida me encuentran feliz porque compruebo que tengo (lo digo siempre) tantos amigos.

He sabido de personas a quienes había perdido el rastro hace tanto que sus mensajes o llamadas han hecho que la película de mi vida se rebobinara de tal manera a instantes tan hermosos, que estoy seguro de algo: ha sido el día en que más he sonreído y en el que también he derramado muchas lágrimas de alegría.

Sabemos que estamos vivos, porque somos queridos. Yo confieso sentirme inmensamente vivo porque es tal el cariño, que me pongo rojo de pensarlo.

EL ASCENSOR


Hace poco recibí un correo electrónico de mi amigo Henry. Había leído mi librito y comentándolo, me hacía referencia a algo que yo había entreverado entre mis recuerdos: el ascensor de platos de la casa de la calle Ayacucho.

El ascensor de platos iba desde el término de una escalera y un pasadizo con baranda en el primer piso, hasta la cocina del sótano. Era una caja abierta por un lado y que funcionaba gracias a un cable trenzado de metal, que estaba sujeto a un rodillo, que era accionado por una manivela, que tenía una rueda con agujeros, en uno de los cuales ecajaba un perno, que al colocarlo, detenía la operación.

El ascensor de platos estaba pintado de negro, pero el uso y los años habían hecho empalidecer el color, dándole un tinte grisáceo.

Nosotros, chicos, jugábamos con él, hasta el extremo de que uno, encogido, se metía dentro y era subido o bajado con la complicidad y el esfuerzo de los demás, que miraban asombrados, arriba, la aparición del «viajero del ascensor». Este jueguecito nos estaba absolutamente prohibido, porque la resistencia del cable y la caja, habían disminuido con los años y la fuerza de quienes accionaban el rodillo no era mucha. Sin embargo, esperábamos las tardes en que la vigilancia aflojaba, para hacer nuestra travesura. Es cierto, el peso de unos cuantos platos por más llenos de comida que estuvieran, no podían compararse con los cuarenta o cincuenta kilos de un chico.

Qué será del ascensor de platos? Existirá aún? Lo dudo, las reformas de la casa lo deben haber desaparecido. Con él se han ido momentos de tensión y de juego, sustos mayúsculos, reprimendas y definitivamente, diversión. A Henry como a los demás amigos y a mí, el ascensor de platos nos tre a la memoria una etapa feliz. Algo verdaderamente simple, pero que era una rareza. Dicen y no lo he verificado nunca, que la casa en algún momento habría sido un pequeño hotel. Eso explica su tamaño, sus muchas habitaciones, sus terrazas y por supuesto, el ascensor de platos que agilizaría el servicio al comedor.