EL APODO


Era alguien que siempre iba detrás de su esposa. La seguía. Nunca iba al costado, acompañándola, ni tampoco iba adelante, precediéndola. Atrás, rezagado, adoptaba aire humilde y decía a todo el mundo que Ester, su esposa, era muy malgeniada y que prefería ir detrás, como a la cola, para no discutir y así no crear ni crearse problemas. En realidad, le tenía miedo a ella y siempre andaba haciéndose la víctima…

Se había ganado con creces el apodo: “Estercolero”, le decían.

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INTELIGENCIA ES LA DIFERENCIA


Creo que hay que diferenciar entre mirar y ver, así como oír y escuchar…

Los animales (por lo menos la mayoría de ellos) oyen y miran.

El ser humano escucha y ve, cuando aplica esa maravillosa característica de su cerebro que es la inteligencia.

Mucho se discute sobre la “inteligencia animal” y nosotros los seres humanos somos mamíferos, animales verdaderamente inteligentes.

No voy a entrar en disquisiciones sobre la inteligencia, sino que busco diferenciar a los que escuchan y ven de aquellos que solamente miran y oyen. Pienso que la diferencia está en la inteligencia, con lo que el grupo de mirones/oyentes, queda en la categoría de animales, nomás.

Ver y escuchar requiere voluntad, caso en el que creo, interviene la inteligencia, eso que nos diferencia sustancialmente de los demás parientes zoológicos. Lo digo, porque últimamente somos testigos de la falta de esa diferencia en un grupo de seres humanos, que, como las moscas, se estrellan repetidas veces contra un vidrio porque “miran” a través de este y “creen” que no existe; este “vidrio” que es la realidad y no solamente no ven, sino que no escuchan, pues solamente oyen palabras y gritos, sin interpretarlos. Sin aplicar su inteligencia.

La diferencia, digo, es la inteligencia.

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«GOLPE AVISA»


El dicho popular “Golpe avisa…” se hace realidad en esta coyuntura peruana.

El señor Merino intentó antes lo que consiguió ahora y llamó por teléfono a los jefes de las Fuerzas Armadas, sin obtener respuesta en un caso y con una respuesta negativa en otro a su intención clara de buscar apoyo.

El golpe avisó y fue una clarinada de alerta, anuncio de lo que vendría…. ¡y vino! Ahora el señor Merino es proclamado Presidente, luego de “vacar” a Vizcarra, con el apoyo de 105 congresistas, de un total de 130.

Nadie pudo decir que “no hubo aviso…

En todo el país, pese a los problemas que la pandemia trae, las manifestaciones se han hecho sentir con fuerza y al parecer van a seguir, a pesar de que la policía utiliza motocicletas para dispersar (¿embistiendo?) a los manifestantes y les dispara perdigones (sean estos de jebe, de plástico o de metal, hacen verdadero daño), además del tradicional baño de agua con el carro rompe manifestaciones…

Hay quienes están muy de acuerdo con lo sucedido y que apoyaron golpes de estado en el pasado, bajo el “razonamiento” de que “alguien tenía que arreglar esto, no importa cómo”.

Francamente no tengo en la memoria que ningún golpe de estado en el Perú, haya traído un cambio absolutamente positivo para el país.

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ANTIGUOS AVISOS


Durante mi poco más de medio siglo como creativo publicitario, me he preguntado muchas veces sobre lo que me hizo seguir esta profesión y he reflexionado bastante sobre ello, porque siempre hay “algo” que lo empuja a uno para dar el primer paso y otros “algos”, que lo hacen seguir caminando por el sendero elegido…

Posiblemente lo primero que llamó mi atención fue, cuando niño y sin saber leer aún, fueron los avisos publicitarios que estaban en las revistas de modas, tejido, algo de farándula y variedades, que mi madre leía. Eran revistas argentinas, como “Chabela” y “Para Ti”; debo aclarar ahora, que, en el Perú, que yo sepa al menos, allá a fines de los cuarenta e inicios de los cincuenta, no existían revistas nacionales de ese tipo. Argentina tenía una verdadera industria editorial, otra cinematográfica y muchísimo teatro, lo que alimentaba la parte “farandulera” de dichas publicaciones y que podía ser seguida desde aquí, junto con las películas que llegaban al cine “Zenith” o al “Cine Teatro Barranco”, de ese balneario-pueblito en el que vivíamos y que era Barranco.

Tengo grabado en mi memoria un aviso de “Galletitas Terrabusi” en colores (pastel, porque estaba impreso en la contracarátula, que era de una especie de cartoncillo mate), que mostraba una mesa servida con las dichosas galletitas y bastante texto, que yo no comprendía en ese tiempo, porque como ya dije, aún no sabía leer, pero después repasé una y otra vez años más tarde. Ahora, Alicia María, nuestra hija mayor, guarda en algún lugar esas antiguas revistas, junto con las también revistas “Caretas” de formato grande y los discos LP, 33 rpm de vinilo, que dejó mi madre.

También tengo presente hasta hoy el aviso de “Geniol”, la pastilla para quitar el dolor, con el dibujo de la cabeza perforada por infinidad de clavos, tornillos y con un “imperdible” clavado en la nariz o el del mismo producto que seguramente es algo posterior y muestra al personaje “Geniol”, del brazo de una chica voluptuosa (todo en dibujo), con el titular “DOLORES SE VA CON GENIOL” y ningún texto más.

Así, las imágenes publicitarias cosquillearon mi infancia y tal vez sean parte de mi protohistoria en esta profesión en que he participado, he querido, y quiero tanto desde siempre, aunque hoy ande un poco de capa caída y sin el brillo e ingenio de antes…

Imagen: http://www.taringa.net

SECANDO Y RECORDANDO


Algo tengo que hacer además de escribir y, entre otras pequeñas cosas personales y domésticas, lavo la vajilla después del desayuno, almuerzo y lonche-comida, seco y la ordeno; eso me ayuda a sentir que colaboro con los ajetreos caseros, aquí, donde por lo general no hay más de cuatro personas…

Para secar la vajilla a veces cojo “el secador de National”, que es uno que tiene muchos años de servicios secadores en la cocina y que me obsequiaron en Matsushita Electric del Perú, empresa de origen japonés, propietaria de la marca de artefactos electrodomésticos “National” –además de otras de los rubros electricidad, electrónica, audio y video-, para la cual durante muchos años hice trabajos de creatividad publicitaria y muy buenos amigos.

El secador de esta historia es parte de un juego (uno por cada día de la semana con una receta de cocina) que promocionaba la marca y se obsequiaba a los compradores de esta. A mí me los dio Carlos Montesino, que era gerente de la agencia publicitaria “in house” (de propiedad de la misma empresa), “INAPU” (Instituto National de Publicidad), división para la cual yo hacía mis trabajos de creatividad publicitaria.

Carlos, mi amigo hasta hoy, es una de las personas con las que más a gusto trabajé y de quien aprendí día a día, bajo la modalidad de “freelance”, que supone prestar servicios y facturarlos una vez aprobados, sin ser dependiente de la compañía y que era la forma en que yo trabajaba. Lo hice por mucho tiempo e incluso siendo director creativo en JWT, Lee Pavao, mi también amigo y gerente, me permitió que continuara “por la libre” con esta actividad; eso sí, siempre que lo hiciera en el tiempo que tuviera libre y no hubiera conflicto de intereses.

Pero volviendo a “National”, es mucho lo que tengo que contar sobre esta etapa importante de mi vida profesional y, como suele acontecerme, no tengo un orden cronológico para ello, porque los recuerdos no es que respondan siempre a fechas, sino a épocas más o menos claras o difusas en la memoria y en siguientes pequeños artículos iré compartiendo las anécdotas que forman parte del tejido de mi carrera en la publicidad por más de medio siglo…

National” me dio muchas satisfacciones y alegrías, me permitió conocer de muy cerca a gente maravillosa, sentirme útil y a veces inteligente (cosa que abonaba en mi ego de creativo) y no sería justo que todo esto se redujera a un simple secador, que, aunque no me crean, es importante para mí porque está lleno de recuerdos…

EL PRIMUS


Entre mis recuerdos de niño, rescato ese aparato que estaba sobre una mesa en la despensa de la casa de la calle Ayacucho, en Barranco, al lado del comedor… Se trata de un hornillo portátil, en el que se hervían los postres que lo necesitaban se calentaba el agua y si era menester, por alguna emergencia, se preparaba la parte de la comida que requiriera “cocinarse”.

El nombre genérico era “Primus”, lo que en realidad era la marca (sueca) y que es una palabra latina que significa “Primero”. Buscando en Internet para dar con alguna imagen que ilustre este post, encuentro que, por ejemplo, es el nombre de una banda de música “metal”, de una financiera, la marca de equipos europeos para camping, entre muchísimas otras posibilidades.

Nuestro “Primus” era una presencia familiar, hogareña y su uso era diario. Era, como ya he dicho, un hornillo portátil hecho de bronce y que tenía como base una “bombona” o recipiente donde se ponía el líquido que alimentaría el quemador; este líquido era “ron de quemar”, tintado de color azul claro, para que no se confundiera con el ron de beber (alcohol de caña) o con la simple agua…

Un émbolo en el recipiente lleno de líquido permitía que este y el aire subieran por el conducto respectivo hasta el quemador, donde, con un sonido característico, se encendía y lo ponía al rojo vivo, manteniendo una llama circular. El proceso implicaba bombear y aplicar un fósforo encendido al quemador; después, a veces, había que volver a bombear y repetir el encendido con un fósforo. Creo que todo dependía del bombeo inicial y de la cantidad de “ron de quemar” que contuviera la bombona y que, si era poco ya, habría de rellenarse…

El sonido del “Primus” encendido es algo que no puedo olvidar y me parece que es una combinación de aquel que producía el aire aire a presión y el fuego; era lo que me servía para estar atento, siempre que me mandaban a “vigilar” si el aparato estaba encendido, para que no peligrara lo que se calentaba, fuera postre o agua, porque si se trataba de comida, la vigilancia era confiada a una “experta”, como mi madre o a una de las dos empleadas -que eran hermanas- Alejandrina o María.

Las “horas de funcionamiento” del “Primus”, eran, o muy temprano (si es que no se había guardado agua caliente para el desayuno en el “termo grande”), o hacia las 4 de la tarde, para el agua caliente que se usaría en el “lonche” o algún postre como “arroz con leche”, para la comida de la noche… Muy raras veces se encendía para el almuerzo o la comida y como supondrán, el “termo grande” surtía de agua caliente a la mesa familiar, mientras el “termo chico” era llevado por mi mamá, por la noche, al segundo piso, para tenerlo en el baño, cerca de los dormitorios, “por si acaso”.

Es curioso cómo hay cosas, sonidos, nombres y usos que quedan grabados en la memoria, como parte de ese equipaje que nos permite regresar a los momentos felices de la infancia, sin que tengan que ser, necesariamente, hechos trascendentales…

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