PICHÍN LAY


Hoy es 3 de marzo y mi hermano Francisco, Pancho para los amigos y Panchín, para nuestra pequeña familia, cumpliría años …

Recuerdo siempre que mi madre me contaba que, de muy chiquito, él contestaba a quien le preguntara por su nombre, diciendo “Pichín Lay”, que traducido de su “media lengua”, quería decir, por supuesto, “Panchín Echegaray” …

Y esa imagen tierna quiero evocar hoy, día en que me lleno de nostalgia, porque sé que no podré llamarlo por teléfono, ni ir a su casa a tomarnos unos wiskis juntos para conversar de todo y de nada …

Estás siempre en mi corazón, hermano querido y me veo aguaitando una reunión del “Club Unión Deportivo Barranco”, en el garaje de la casa de la calle Ayacucho, donde estás tú con tus amigos, riendo y “tomando decisiones trascendentales” para el próximo partido de fulbito; pienso que después, tomaremos lonche con ellos, en el comedor que tiene vista al mar, y que Manolo dirá que, del queso con huecos del sandwich, a él le han tocado solamente los huecos….

Así se van desgranando los recuerdos y aunque no sea con whisky, permíteme que brindemos imaginariamente, tú desde tu sillón en el Barrio Eterno y yo desde aquí, mientras escribo; perdóname si la memoria gotea desde los ojos, pero sonrío, pensándote: ¡Salud hermano…!

IMAGEN: Mamy con Panchín, Trujillo.

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CARTA A MANUEL ENRIQUE


¡Hola!

Te escribo porque, aunque conectados siempre espiritualmente, estamos lejos físicamente; tú, en el Barrio Eterno, donde te fuiste ese día por la mañana, y yo aquí, recordando que hoy es 26 de diciembre y cumples años …

Es tu 119 cumpleaños y lo celebras con Tony, Teté, Panchín y Lucho en eso que se hadado en llamar “petit comité”, pero más tarde llegarán mis abuelos Manuel, Antonia, Francisco, Margarita, mis tíos, tías, primos, tus ex alumnos de la UNI, y esa cantidad impresionante de amigos que hiciste a lo largo de toda la vida, en el Cuzco, Arequipa, Trujillo, Huamachuco, Lima, y en todos esos lugares donde abriste caminos para unir pueblos y ciudades, además de los otros que hiciste en cada actividad en la que te comprometías, desde la Acción Católica y los Caballeros de Colón, hasta la Fundación Canevaro y el recordado “Pasa el sembrador”, programa en radio “Luz”, donde poníamos nuestras voces –infantiles aún- mis amigos y yo, a los libretos que escribías con cariño especial …

Felizmente, donde te mudaste hay bastante sitio y no habrá problemas de acomodo y como allí no te cansas, no importará la cantidad de abrazos que te den, felicitándote …

Ya imagino el gentío y tu sonrisa inmensa, esa que iluminaba hasta los peores tiempos … ¿Sabes? Lo mereces. Mereces los abrazos, las felicitaciones, las efusividades y el cariño. Te lo mereces todo, porque fuiste un ejemplo por donde se te mire y yo que soy el último que queda de tus hijos, solo puedo decirte gracias, pero desde el fondo del alma, por lo que me enseñaste para poder vivir. Te confieso –aunque lo sabes, de seguro- que sigo sin que me gusten las verduras y que las matemáticas continúan siendo para mí, una ciencia extraña de la que nada entiendo …

No te distraigo más … Por aquí, todos bien, aunque el mundo camina de cabeza y te cuento que es mejor que andes por Allá, porque aquí pasan cosas que no podrías creer.

Un abrazo inmenso, dame tu bendición y nos vemos, seguramente pronto.

Hasta entonces,

Manolo.

Imagen: Manuel Enrique, 1925, Arequipa.

HERMANAMIGA


Hoy, 12 de noviembre, era tu cumpleaños, Teté. Era y lo será siempre, porque vivirás en el corazón de los que te quieren, de los que te quisieron y ahora te acompañan en ese maravilloso Barrio Eterno, y en el de los que te querrán, porque van a escuchar de ti a quienes te conocieron, a los de la familia, a los amigos, a tus compañeros de trabajo, a tus alumnos de servicio social y a toda esa pléyade de personas que atesora tu recuerdo de mujer buena, de mujer divertida, de esposa compañera, de mujer bonita, de madre cariñosa, de abuela, de tía y –perdóname la primera persona- de quien, como yo, te sentirá siempre como la hermanamiga, como madre y madrina sonriente, como compañera de juegos en el parque de Barranco…

Un beso cariñoso, Teté, que llega hasta esas nubes donde celebras con una multitud risueña, tu cumpleaños, el cumpleaños de la niña rosada de la casa azul, que siempre vas a ser.

Manolo.

PARECE QUE FUE AYER…


Mi padre murió un día como hoy, para tristeza mía, mientras estaba haciéndole masaje al corazón, alternando con el médico que le practicaba respiración boca a boca; hasta que pasado un tiempo y tas repetidos intentos del cardiólogo y míos, le pedí a mi madre que estaba a un costado, que rezara –lo que ella ya estaba haciendo, en silencio- y detuvimos los intentos de reanimación. Con las lágrimas corriéndole por las mejillas, su amigo, médico cardiólogo, me dijo que no lo hiciéramos más, porque ya el cerebro de Manuel Enrique no recibía oxígeno …

Ahí estaba mi padre, echado boca arriba, mirando al cielo, pero a ese con mayúscula, donde se dirigía. Recuerdo los ojos de sorpresa y el rictus de dolor de su boca, en el instante en que el doctor guardaba los implementos que había usado para hacer un electrocardiograma; recuerdo también el grito de su amigo médico: “¡Infarto…! ¡Hazle masaje al corazón, yo le hago respiración de boca a boca…!” Recuerdo los ojos brillantes de lágrimas de mi madre y el rezo musitado de Alicia …

Francamente ya no recuerdo más o tal vez he borrado de mi memoria esos momentos, en los que el hombre que yo soñaba de niño que viviría siempre, se iba, nos dejaba … para siempre.

Han pasado los años, pero esas escenas dolorosas han quedado grabadas en mi mente y hoy, nuevamente, me llevan a la incredulidad de esos momentos y a la curiosa confianza tranquila que siguió, porque supe que mi padre, el ingeniero constructor de los muchos caminos, había llegado con éxito a culminar el camino más importante, que era su vida misma, justo el día de la Santísima Cruz   …

Manuel Enrique, padre, ingeniero, hombre bueno, desde aquí, Manolo, el único que queda de esa nuestra pequeña familia, no solamente te recuerda, sino que te abraza cariñoso y contigo a Tony, a Teté, a Panchín y a Lucho, el hermano que me perdí de conocer …

PLATINITAS


De pronto me he visto alisando y estirando platinas de diferentes colores, que cubrían los deliciosos chocolates de “La Ibérica”, que junto con una caja de maravillosos “mazapanes” de la misma famosa marca arequipeña, me obsequió un grupo de seis sobrinas Gómez de la Torre, que me invitaron para ir a tomar “lonche” la otra tarde; fue muy hermoso y les agradezco tanto el que se pusieran de acuerdo para reunirse con este tío -en el completo sentido de la palabra, porque soy su tío y estoy “bien tío”, o sea mayorcito- y darme una alegría tan grande, en una tarde/noche llena de conversación, risas, recuerdos, anécdotas familiares y un riquísimo y prolongado “lonche” …

Volviendo a las platinitas de colores, esta era una costumbre de mi padre, y ahora hago lo mismo que él, con iguales envoltorios de chocolate, “porsupuestamente”, de la misma mistiana marca …

Claro que él lo hacía desde mucho tiempo atrás, porque casi todos sus libros –por lo menos los que “heredé”- tenían multitud de platinitas, y no eran un señalador de página, porque son frágiles y se rompen fácilmente, sino sospecho o pienso que eran pequeños recuerdos de momentos felices, esos instantes en los que un chocolate se deshace en la boca, mientras discurre la lectura placentera …

No lo sabré nunca a ciencia cierta, como se dice, pero me lo imagino y eso hace que un puente más me una a Manuel Enrique; esta vez el puente es de colores y está construido de platina.

¡Gracias de veras, sobrinas, porque han hecho posible el que haga mía una costumbre sencilla de mi padre…!

ESCALÍMETRO, REGLA DE CÁLCULO, TEODOLITO, BRÚJULA, COMPÁS, TIRALÍNEAS, REGLA T, WINCHA…


Mi padre era ingeniero y estas palabras “técnicas” eran comunes en su vocabulario y los objetos que ellas nombraban anduvieron presentes por la casa, guardados, es verdad, en cajas, cajitas y más de un cajón, porque no eran los únicos “implementos profesionales”, sino parte de toda una –para mí- parafernalia incomprensible que “delataría” a quien supiera ver, a su dueño, don Manuel Enrique, el ingeniero civil, el constructor de caminos, el ingeniero mecánico-electricista, para el que los problemas eran retos, resolvía –para mi asombro- raíces cúbicas de memoria …

En mi recuerdo está la caja azul, larga, con interior forrado en tela de seda también azul pero brillante, ribeteada con un cordoncillo rojo, donde “dormía” el más increíble juego de compases, tiralíneas y otros instrumentos de dibujo, de un metal extraño, que no se oxidaba y que me encantaba mirar, sin saber bien para qué servían; sólo había visto algunos en uso, cuando sobre la mesa del comedor, mi padre extendía   –lo que después supe era- un plano y trazaba líneas con tinta china, medía, hacía operaciones en la regla de cálculo “K & E”, apuntaba en un cuaderno, consultaba el librito de tapas de cuero, que estaba lleno de números y fórmulas                    – incomprensibles para un chico- de hojas muy delgadas y finas de “papel biblia” (libro que hasta ahora conservo y que es algo así como un manual del ingeniero civil); yo miraba, callaba y sabía que no debía ni siquiera preguntar, porque él estaba trabajando y en unos días más se iría de viaje para hacer realidad las líneas de tinta china, vestido con sus botas altas, su casco y el sacón de cuero de olor tan peculiar …

Yo, el menor de los hijos, viví las postrimerías de su carrera de constructor de caminos, antes que la UNI lo afincara definitivamente en Lima y le dedicara su tiempo a la enseñanza; pero en esa época, él era ante mis ojos, un aventurero como esos que salían en los libros de Julio Verne o Salgari, aunque claro, en la sierra del Perú no había malayos ni tampoco watusi …

A su regreso me contaba de paisajes hermosos, días de campamento, de cerros en apariencia impracticables, por donde con paciencia y días, el camino llegaba; precisamente ese que había dibujado en el papel del plano, extendido y sujeto por cuatro chinches metálicos de cabeza dorada, sobre la mesa del comedor, justo después de un desayuno, donde la que faltaba era Teté – mi hermana- que se había casado con Jorge y vivían en la calle Jerusalén, en Arequipa …

Imagen: https://libretecperu.com