PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA


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Me moriré en París con aguacero,

Un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París –y no me corro-

Tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

 

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso

Estos versos, los húmeros me he puesto

A la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,

Con todo mi camino, a verme solo.

 

César Vallejo ha muerto, le pegaban

Todos sin que él les haga nada;

Le daban duro con un palo y duro

También con una soga; son testigos

Los días jueves y los huesos húmeros,

La soledad, la lluvia, los caminos…

 

César Vallejo.

 

( De: POEMAS HUMANOS -1939- )

 

Imagen: César Vallejo por Pablo Picasso.

 

 

 

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«SÉ TÚ MISMO»


BUQUE

Recuerdo que mi padre me enseñó “La Canción del Pirata”, que empezaba así:

“No corta el mar, sino vuela

un velero bergantín.

Bajel pirata que llaman,

por su bravura, el Temido,

en todo mar conocido

Del uno al otro confín.”

 

Este poema de Espronceda, se lo sabía de memoria y trataba que yo lo memorizara a mi vez. Su ritmo y sonoridad ayudaron inmensamente y hoy, después de cerca de 60 años. Estoy otra vez escuchando recitar con entusiasmo a Manuel Enrique y trato de recordar todas las estrofas sin conseguirlo. El poema es largo, pero guardo la emoción que me embargaba al escucharlo en la voz de mi padre. Además de algunos restos en la memoria, me quedan esa sensación de libertad, ese olor a mar, a ese amor a lo que es indudablemente símbolo del pirata: su barco.

Me queda grabado lo que mi padre quería transmitirme: “Hagas lo que hagas, sé tú mismo y siéntete orgulloso de ello”.

Ahora que he vuelto sobre el poema, le puedo decir que sí: hice lo que quise y pensé que era lo mejor; no cambié por nada, siendo fiel a mí mismo y me sigo sintiendo orgulloso, doblemente, porque además de poder siempre ser yo, tuve un padre que me supo enseñar a navegar por esta vida y eso me valió para no naufragar.

 

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar”.

 

 

PEQUEÑO DESCANSO


 

Hasta el próximo jueves.

Una semana de descanso para que leer no sea aburrido.

¡Hasta entonces!descanso

MUDARSE


 

Mudarse es morir un poco.

Cambiar de casa o de trabajo, implica dejar atrás muchas páginas y hacer “borrón y cuenta nueva”. Lo uno y lo otro lo he hecho muchas veces, en menor número lo primero y bastante más lo segundo. Sin embargo siempre hay algo que en el fondo toca la tecla de la nostalgia. Por ejemplo, cuando volví de Colombia, dejé como tres mil libros acumulados con los años y que sí me pude llevar allá. Al regresar al Perú, después dedos años, su peso y el de los papeles que eran recuerdos, me hicieron venir con sólo una maleta, haciendo de tripas corazón y convenciéndome que iba a empezar de nuevo. Así lo hice y partimos viviendo con Alicia y Alicia María, en una habitación de casa de mis padres. Salimos, gracias a Dios, adelante. Pasó el tiempo y lo que vino fue un cambio de trabajo. Siempre con mayores responsabilidades y por supuesto avanzando hacia esa edad en la que vas dejando de ser útil en muchas cosas, pero aparecen nuevas.

 

No creo que una vida sin cambios sea una vida, realmente dicha. Mi padre, ingeniero de caminos, recorrió la sierra norte, trabajó en ferrocarriles en el sur y conoció a mi hermano Pancho cuando este ya tenía varios meses de nacido, porque vivía en un campamento de construcción de vías. Se movió mucho para terminar sus días en Lima, detenido por la edad y un trabajo establecido en un lugar. Sin embargo, a sus casi ochenta años se mudó de casa, de barrio y ambiente. Y siguió adelante, llevando con él parte de su historia en papeles, libros y recuerdos. Siguió escribiendo y contando lo que había visto.

He encontrado entre sus papeles, que guardo (hacerlo parece que es una herencia), un pequeño poema, seguramente con influencias de poetas de la época. Es del año 1926 y está fechado el 23 o 24 de junio…

 

NOCHECITAS DE SAN JUAN

Nochecitas de San Juan

todas llenas de recuerdos

de los hombres y las cosas

que se fueron.

 

Noche llena de alegrías,

en los campos y majadas,

noche llena de nostalgias,

en mi alma.

 

Cuantas noches, como esta,

en la casa de la hacienda

me arrullaron los pastores,

con su quena.

 

Qué de hogueras en los campos,

qué de estrellas en los cielos

y en mi alma, qué de dichas,

qué de ensueños.

 

Ya cesadas  las labores,

en el campo y la alquería

el lucero de la tarde

nos veía.

 

Congregados por mi abuela,

del hogar en el santuario,

recitar todos unidos,

el rosario.

 

Y después de la oración,

asomado a los balcones,

los rumores escuchaba

de la noche.

 

De esas noches embrujadas,

de luz de luna y de ensueños,

en que brillan mil estrellas

en el manto de los cielos.

 

De esas noches todas blancas.

Las que reinan en las sierras

todas solas, todas tristes,

de mi tierra.

 

Y en las alas de la brisa,

ya llegaban confundidos,

la pesada canzoneta

de los grillos.

 

Con el croar de las ranas,

el balar de la majada

y en las notas de la quena

la amargura de una raza.

 

Hace tiempo que no he vuelto

a la casa de la hacienda

y hace tiempo que no escucho

el lamento de la quena.

 

Y la muerte ya ha dejado

muchos claros en mi casa

y las penas han dejado

muchas huellas en mi alma.

 

Nochecitas de San Juan,

todas llenas de recuerdos,

de los hombres y las cosas

que se fueron.

 

Noche llena de alegrías,

en los campos y majadas,

noche llena de recuerdos

en mi alma.

 

No escribo más por ahora. Mi padre nació y vivió su infancia en la hacienda San Antonio, en el Cuzco. Estudió el colegio en Arequipa y la Universidad de Ingeniería en Lima. Trabajó en casi todo el Perú.

 

OTRO POEMA


Trato de escribir unos hai ku cada día, al empezar. Eso me aclara las ideas, me centra y mantiene las posibilidades de decir las cosas y retratar lo que veo. Son en español y sin seguir todas las normas del japonés. Pero tratan de ser hai ku y eso es lo que me importa. Luego me deshago de ellos.

Revisando papeles, encontré este poema mío de quien sabe cuando. Aquí está.

 

 

Detrás de la rosa queda solo el perfume,

así como detrás de las palabras queda el viento

y detrás de la noche queda el cielo plomizo

de los amaneceres.

 

Así también al despedirte queda el sabor del café,

el rumor de unos pasos y el golpear de la puerta.

Entre las manos queda la soledad maltrecha

de un color deslavado y el sonar de unas voces.

 

Detrás de la rosa queda solo la espina

y la gota de sangre que brota intempestiva,

casi como una lágrima en una despedida.