Mudarse es morir un poco.
Cambiar de casa o de trabajo, implica dejar atrás muchas páginas y hacer “borrón y cuenta nueva”. Lo uno y lo otro lo he hecho muchas veces, en menor número lo primero y bastante más lo segundo. Sin embargo siempre hay algo que en el fondo toca la tecla de la nostalgia. Por ejemplo, cuando volví de Colombia, dejé como tres mil libros acumulados con los años y que sí me pude llevar allá. Al regresar al Perú, después dedos años, su peso y el de los papeles que eran recuerdos, me hicieron venir con sólo una maleta, haciendo de tripas corazón y convenciéndome que iba a empezar de nuevo. Así lo hice y partimos viviendo con Alicia y Alicia María, en una habitación de casa de mis padres. Salimos, gracias a Dios, adelante. Pasó el tiempo y lo que vino fue un cambio de trabajo. Siempre con mayores responsabilidades y por supuesto avanzando hacia esa edad en la que vas dejando de ser útil en muchas cosas, pero aparecen nuevas.
No creo que una vida sin cambios sea una vida, realmente dicha. Mi padre, ingeniero de caminos, recorrió la sierra norte, trabajó en ferrocarriles en el sur y conoció a mi hermano Pancho cuando este ya tenía varios meses de nacido, porque vivía en un campamento de construcción de vías. Se movió mucho para terminar sus días en Lima, detenido por la edad y un trabajo establecido en un lugar. Sin embargo, a sus casi ochenta años se mudó de casa, de barrio y ambiente. Y siguió adelante, llevando con él parte de su historia en papeles, libros y recuerdos. Siguió escribiendo y contando lo que había visto.
He encontrado entre sus papeles, que guardo (hacerlo parece que es una herencia), un pequeño poema, seguramente con influencias de poetas de la época. Es del año 1926 y está fechado el 23 o 24 de junio…
NOCHECITAS DE SAN JUAN
Nochecitas de San Juan
todas llenas de recuerdos
de los hombres y las cosas
que se fueron.
Noche llena de alegrías,
en los campos y majadas,
noche llena de nostalgias,
en mi alma.
Cuantas noches, como esta,
en la casa de la hacienda
me arrullaron los pastores,
con su quena.
Qué de hogueras en los campos,
qué de estrellas en los cielos
y en mi alma, qué de dichas,
qué de ensueños.
Ya cesadas las labores,
en el campo y la alquería
el lucero de la tarde
nos veía.
Congregados por mi abuela,
del hogar en el santuario,
recitar todos unidos,
el rosario.
Y después de la oración,
asomado a los balcones,
los rumores escuchaba
de la noche.
De esas noches embrujadas,
de luz de luna y de ensueños,
en que brillan mil estrellas
en el manto de los cielos.
De esas noches todas blancas.
Las que reinan en las sierras
todas solas, todas tristes,
de mi tierra.
Y en las alas de la brisa,
ya llegaban confundidos,
la pesada canzoneta
de los grillos.
Con el croar de las ranas,
el balar de la majada
y en las notas de la quena
la amargura de una raza.
Hace tiempo que no he vuelto
a la casa de la hacienda
y hace tiempo que no escucho
el lamento de la quena.
Y la muerte ya ha dejado
muchos claros en mi casa
y las penas han dejado
muchas huellas en mi alma.
Nochecitas de San Juan,
todas llenas de recuerdos,
de los hombres y las cosas
que se fueron.
Noche llena de alegrías,
en los campos y majadas,
noche llena de recuerdos
en mi alma.
No escribo más por ahora. Mi padre nació y vivió su infancia en la hacienda San Antonio, en el Cuzco. Estudió el colegio en Arequipa y la Universidad de Ingeniería en Lima. Trabajó en casi todo el Perú.
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