Hay poca gente que dice lo que piensa, es coherente actuando de esa manera y sabe atenerse a las consecuencias. No es cómoda la verdad, porque siempre existirá alguna arista que moleste y cuando se enfrenta a lo que es cierto, se trata de hallar justificaciones para no mirar de hito en hito.
A César Hildebrandt lo sigo desde hace muchos años. Incluso, alguna vez, hace tiempo, estuve con su editor y con él, para ver un tema de diseño. Supongo que el asunto no prosperaría y allí quedó mi acercamiento. No debería acordarse de una reunión fugaz.
Pero a lo largo del tiempo he seguido leyendo lo que escribe, escuchándolo cuando ha tenido audio, asombrándome siempre de su capacidad para decir exactamente lo que es preciso en ese momento, con absoluta claridad, con total dominio del idioma y un decir pan al pan y vino al vino, como no se estila hacer casi nunca entre los periodistas. Escribir para él es una pasión, estar informado es un deber y leerlo significa saber que de antemano, su opinión no sólo es válida, formadora e importante, sino que la lleva hasta sus últimas consecuencias.
Dirán que es un odre inflado de orgullo y que parece no admitir el disenso con él. He oído cantidad de críticas sobre su modo de ser, pero ninguna voz ha dicho que es deshonesto.
Eso es bastante en una sociedad como la nuestra donde “tanto tienes, tanto vales” o en un país en el cual la honestidad real es vista como un demérito, digno de tarados.
Leo “Hildebrandt en sus trece” y sé que cada viernes me voy a encontrar con cosas que nadie ve, con denuncias que nadie se atreve a hacer y con un periodismo digno de tal nombre, lejos de la prensa que busca vender divirtiendo y a veces mentir a cambio de prebendas. El periodismo tal como debe ser y lo entiende César Hildebrandt.
Con esto no quiero que se piense que lo que escribo tiene el menor atisbo de lisonja. En un mundo donde “debérsela a alguien” es lo más común y “pagar favores” algo normal, tener la entereza de él para decir “¡No!” a quien tenga que escucharlo, es raro, casi único. Tal vez sea por su estilo mordaz, vitriólico, sin dejar de ser elegante y correcto en las formas, evitando circunloquios, que no gusta a quienes quieren “tener la sartén por el mango” en toda circunstancia. Tal vez por eso no tiene lugar en ningún medio sino el que se da en el propio. Es que leerlo y leer su periódico es asomarse a ese Perú desconocido, pero en realidad tan conocido donde el “alias” vale lo que un nombre y muchas veces la honra lo que un clip de escritorio.
Leer a César Hildebrandt es un deber. Estar de acuerdo con él es mirar a las cosas de frente y sin “recutecus”. Por eso vale tanto.
Suena huachafoso, pero es “la voz que clama en el desierto”. Lo hace desde tiempo atrás. El Perú debería hacerle caso.
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