QUÉ VERDE ERA MI VALLE


Sí, sé que es el título de una película ganadora de cinco premios Oscar, del año 1941 y que trata de los mineros galeses… Sin embargo, lo “robo” para este articulito, largamente pensado y fruto de varias lecturas, en diferentes momentos, de “La Lima que encontró Pizarro” de Gilda Cogorno y Pilar Ortiz de Zevallos, que me obsequiara hace tiempo mi amiga Kety Lohmann (en realidad se llama Catalina), que colaborara con el libro y cuyos “Comentarios de una lectora”, pueden verse en las páginas finales, como la cinta que ata el regalo …

Soy un limeño viejo (por lo menos, más que Gilda, Pilar y Kety), apasionado por mi ciudad, en la que, salvo breves estadías en otros países, he vivido siempre y supongo que aquí cerraré los ojos, para soñar con ella, porque leer el libro hizo una especie de “clic” en mi cerebro, la primera vez. Lo dejé, pero el pensamiento de esa Lima que existió y que casi solamente perdura en las “huacas” o adoratorios, que, con sus casi deshechos adobes, nos recuerdan que la “Lima mazamorrera” y la “Del puente a la Alameda”, es esa ciudad de valses y jaranas, de pregoneros gritones o cantores y serenos viejos, esos que nos dejó un Francisco Pizarro, cuya estatua ecuestre estuvo mucho tiempo en el centro; primero en el atrio de la catedral, para de allí, mudarse muy cerca, en la que se llamó “Plaza Pizarro”, e ir después al “Parque de la Muralla”, en lo que antiguamente era el “fuera de Lima”.

Es verdaderamente impresionante el imaginar un valle, arbolado, florido y verde, perfectamente ordenado si uno observa a la que hoy es considerada la ciudad más árida del mundo; una Lima, enorme y desordenada, que se extiende sin planificación alguna, lo que al parecer no tiene importancia ninguna para casi nadie …

Un “antes” y un “ahora”, en el que los limeños salimos perdiendo, enterrados en un caos ciudadano que aturde y crece cada día …

Qué refrescante mirada a esa historia pasada, a ese tiempo donde reinaba el orden y la naturaleza era “lo natural”, verde, tranquilo y tan supremamente distinto …

Imágenes: Libro “La Lima que encontró Pizarro” /https://www.pinterest.com.mx

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LA «VISTA»


Cuando era chico, de la ventana del cuarto de mis papás, en la casa de la calle Ayacucho, en Barranco, se veía el terreno de al lado que estaba sin ninguna construcción. Era lo que se llama un terreno baldío, que, con un suave declive, iba descendiendo hasta una tapia de adobe, que lo separaba de lo que llamábamos “la bajada”; es decir, el camino que terminaba en la playa. Era la popular “bajada de baños”, que tenía a un lado casas con porches de madera techados, en los que, en verano, uno podía ver reposeras, algún sillón y sillas e imaginar que por las tardes, a la hora del lonche, para gozar del fresco, las personas mayores se reunían a tomar el té, que podía ser este, infusiones, o café, tal vez “picar” pequeños sándwiches y el tradicional queque o bizcocho, en tajadas, dulce y esponjoso …

Al terreno en cuestión, lo llamábamos “el muladar”, porque estaba tapizado de basura, que muy de tarde en tarde recogía algún basurero contratado, que entraba saltando la pared que lo separaba de la calle Ayacucho … En medio del terreno crecía –diría que resistía- un árbol de pacae (yo lo llamaba “el pacay”), que ahora no me llego a explicar cómo sobrevivía sin riego y del que los palomillas “saqueaban” los frutos –esas grandes vainas verdes que colgaban de las ramas- y que cuando mi mamá servía “pacay” – comprado en el mercado, por supuesto- como postre para el almuerzo, yo lo miraba con desconfianza y me negaba a comerlo, porque para mí era algo que crecía en la basura…

El terreno baldío, el basural donde sobrevivía el “pacay”, era de propiedad de dos hermanas muy mayores, cuyo apellido ya no recuerdo, y que vivían en la misma calle Ayacucho, en la una gran casa, con rejas y jardín delantero; no construían en el terreno, ni lo vendían, porque desde su casona, se veía el mar y no querían que nada les “tapara la vista” …; era el “capricho” de dos ancianas, que seguramente habían visto tiempos mejores, y a las que, de tarde en tarde, visitaba un sobrino  – que ahora “malicio”- seguramente esperaba heredar …

Otro que disfrutaba, no sé si de “la vista”, pero sí del “aire de Mar”, era “Atómico”, el perro negro del veterinario López, que vivía con su esposa y una hija, dos o tres casas más a la derecha de la casona de las señoritas, sobre la misma vereda de la calle Ayacucho; “Atómico” se paraba sobre la pared del terreno, por las tardes y era evidente su gozar de la brisa fresca, levantando la cabeza y olisqueando al aire de vez en cuando …

De pronto a nadie le interesa esto, pero son recuerdos de un chico que, curioso, miraba por las ventanas; el mismo que en la “terraza de abajo”, desde donde se veía el mar y la lejana isla San Lorenzo, jugaba a ser Sandokán, navegando en un “prao”, con los brazos cruzados, mientras sus piratas remaban, hacia Mompracem, la isla, que quedaba pasando la quebrada…

*Pacae: “Pacay” o guaba. Árbol mimosáceo con un fruto que es una vaina verde oscuro, que contiene como un algodón de color blanco, embebido en néctar, con pepas negras.

*Sandokán: Personaje, héroe de novelas de aventuras, como “Los tigres de Mompracem”, del escritor italiano Emilio Salgari.

*Mompracem: Isla. El refugio de Sandokán y sus piratas malayos, en el mar de Malasia.

Imagen: https://mx.depositphotos.com

¿EL PERÚ SIN MÁSCARA?


Hay momentos en los que me gustaría ser letón o circasiano. Momentos en los que mi bilis burbujea como espumante. Momentos en los que no puedo creer lo que mis ojos ven y mis oídos escuchan. Momentos en los que la vergüenza se avergüenza.

Un vecino del barrio de Magdalena en Lima, sale con su perro y sin la mascarilla – que es obligatoria- los serenos del distrito le reconvienen y pidiéndole que salga con mascarilla. El vecino los insulta con términos racistas y palabrotas, a pesar de lo cual los serenos le siguen indicando que es necesario el uso de mascarilla o que regrese a su casa. Más insultos del vecino y su negativa a irse… Todo grabado en video.

Me duele mucho decirlo, pero pareciera que así es el Perú sin máscara, “a la hora de los loros” … No se trata de denigrar a mi país ni a su gente, es decir a nosotros, los peruanos y quiero decir que una golondrina no hace verano, pero también que justos pagan por pecadores…

El Perú ostenta el record mundial de muertos por Covid-19, a pesar de advertencias, ordenanzas, ejemplos y toda clase de comunicación que alerta sobre los peligros del virus y las maneras de contenerlo, que son sencillas…

El video muestra la actitud de algunos, que primero causa indignación, para después viralizarse y convertirse en tema de memes y de programas cómicos de la televisión y así, un hecho que fue causante de ira, termina promoviendo la risa al banalizarse, tal vez porque se piensa que es mejor reír que llorar, o porque debajo de la máscara está el gesto despectivo del “¡A MÍ qué me importa…!” o un desaprobador y enfático “¡YO no soy así!”.

El vecino, después, ha salido a “pedir disculpas” para tratar de justificarse, minimizando lo ocurrido y por supuesto que con la mascarilla puesta.

Dicen que la pandemia esta lo cambia todo, pero me parece que si el ser humano no cambia…

Imagen: vectorstock.com

Imágenes noticia: ATV

RADIO VERANO


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Hasta hace cerca de cuarenta años, todos los veranos iba a la playa, pero tal vez la época que más recuerdo es la de mi adolescencia, en la que el verano significaba la playa “La Herradura”, con su malecón, con “Las Gaviotas”, el único edificio playero de departamentos  del que yo supe por mucho tiempo, el antiguo y famoso bar “El Nacional” con su rokola muicaly por supuesto la arena y el maravilloso mar.

 

En la playa, mientras tomábamos el sol, prolegómeno obligado antes de una zambullida, había música, que nunca supe (ni me interesó saber) de dónde venía y que seguramente era transmitida a través de parlantes. Para mí, era tan natural como el sol, el mar y la arena que hacían de “La Herradura”, LA PLAYA, tan distinta a la cercana y populosa “Agua Dulce” o al también cercano y familiar “Establecimiento Municipal  de baños de Barranco”, con su pérgola, orquesta dominical, mesas, funicular  y playa de piedras…

 

La Cajita de Música” era el programa que conducía el disc-jockey Emilio Peláez Rioja y que forma parte integrante, indesligable, de esos veranos memorables, donde las preocupaciones se reducían a lo que habría en casa para almorzar y que hubieran tapado el plato con la comida, para que conservara un poco de calorcito (ni se soñaba entonces con el horno de microondas).

 

Verano, sol, playa y música… ¿Se puede pedir más?

 

Imagen www.toutube.com

 

LIMEÑO O HABITANTE DE LIMA


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Hace años, allá por el 2005, la revista QUEHACER, dirigida por mi amigo Abelardo –“Balo”- Sánchez León, tuvo la gentileza de publicar un articulito mío en su edición marzo/abril, que reproduzco hoy aquí porque creo que de entonces a esta fecha cada vez es más cierto lo que decía y sucede de manera más acelerada.

 

Cuando empecé a trabajar en publicidad, a pesar de que los modelos en los comerciales  ya no eran absolutamente rubios y de ojos azules, sí había un patrón que casi excluía a los cholos  y a los negros.

Todo era clase media  y “aspiracionalidad”. Los nombres con sonido inglés eran imanes seguros y, definitivamente, el Perú era Lima y Lima, para la publicidad, se reducía a San Isidro, Miraflores y los viejos barrios mesocráticos.

 

A pesar de los esfuerzos del gobierno militar por eliminar la apelación directa  en los avisos y desterrar a Papá Noel de las campañas navideñas, la publicidad buscó las vueltas y, en un máximo alarde de peruanidad, puso un chullo a la gráfica.

 

Hoy, a la inversa de aquellos años, Lima es el Perú. Lima es una ciudad mezclada, agitada, colorida. Ha dejado de ser la ciudad de los diminutivos, donde imperaba el “lonchecito”, tomabas “una chelita”, esperabas “un ratito” y después te comías “un cebichito”. Sigue siendo la ciudad con el cielo color panza de burro del que hablaba don Héctor Velarde, pero bajo ese cielo se esconden otros cielos. Se esconden amaneceres andinos y atardeceres selváticos.

 

Lima baila a otro ritmo. A otros ritmos diría.  Lima no es más la ciudad jardín. Para muchos nostálgicos está mucho más cerca de “Lima la horrible” de Sebastián Salazar Bondy. No hay una Lima. Hay muchas Limas. Tampoco hay “limeños” estrictamente hablando. Tal vez queden algunos, pero son una ínfima minoría al lado de los habitantes de Lima.

 

El limeño pudiente veraneaba en Ancón. Para la clase media, los Baños de Barranco y La Herradura. Más lejos, Punta Negra y San Bartolo. Los que menos podían llegaban hasta Agua Dulce y Conchán. El invierno ofrecía Chosica, Chaclacayo y para la sociedad entre comillas, Los Cóndores.

 

Pero la ciudad, Lima, creció hacia El Callao; avanzó hacia el sur, desbordando los cerros, poblando los arenales, sembrando de barriles y esteras los terrenos donde la hierba se negaba a crecer. Asia ha convertido ahora a los veranos en una pasarela iluminada. Por el norte, Lima terminó uniéndose con Puente Piedra y al este la Carretera Central se ha convertido en calle principal

 

Lima se encuentra en un “aeropuerto” democrático su identidad gastronómica. En Gamarra la forma de vestir y en las discotecas con chelas, pollería y hostal, se pasa un divertido fin de semana.

 

¿Qué está haciendo la publicidad para ubicarse dentro de ese cambio? ¿Cómo enfrenta la vieja “Inca Kola” a la atrevida “Kola Real”? ¿Dónde ha quedado “El Rancho” frente a los “Roky´s” y los “Norky´s”? ¿Vencerá “Vencedor” a la pintura “Anypsa”? ¿El jugador de ajedrez se dará cuenta de que su contrincante tiene puestos los chimpunes y de que ese es un partido sin árbitro ni reloj?

 

Miren un triste ejemplo: el Centro Comercial Camino Real, ayer paradigma de centros comerciales y hoy en Cementerio Comercial Camino Real. Y el orgulloso y todavía reciente Jockey Plaza ve nacer en los conos la competencia inmisericorde que absorbe público y compradores, reteniéndolos allí, en sus zonas.

Hasta hace tres años era impensable que la gente de Los Olivos, Comas o Independencia dejara de “bajar a Lima”. Hoy no lo necesitan. Viven, estudian, trabajan, se divierten y crecen en su sitio. Lo tienen todo. Y cuando no lo tienen, lo inventan y disfrutan haciéndolo. Son prósperos y no sienten envidia.

 

La publicidad, sin embargo sigue soñando con patrones de los años cincuenta; con amas de casa rubias, casi perfectas, con dos hijitos como máximo, esposo trabajador, carro en la puerta  y casa perfumada por el olor a flores  del aromatizante preferido por todas. De vez en cuando un cholo, de vez en cuando un negro. Por aquí una Tula Rodríguez blanqueada a su pesar, animando un programa. Por allá una Eva Ayllón en su papel moreno de cantante criolla que recomienda una gaseosa, junto a una “Suavecita” que es charapa pero limeñizada y una Gisela ejemplo de ascensión y olvido de su pasado bataclánico.

 

¿Cuál es el “limeñan way of life” que nos propone la publicidad? ¿Hasta cuándo seguiremos hablando de los comerciales de “Magia Blanca”, que ya agotaron las batallas, para mostrarlos como ejemplo de publicidad local? ¿Es la publicidad de “Compra peruano” algo más que un pretexto? La publicidad, en la mayoría de los casos, sigue creyendo que su público vive en San Isidro, compra en “Todos” y vuela en  “Aerolíneas Peruanas”. Salvo raras y honrosas excepciones, la publicidad parece dirigirse a un grupo humano  ya desaparecido. Como los fantasmas de las destruidas ciudades marcianas de Ray Bradbury que “eran hermosos y de ojos dorados”. Existe tal vez aún, en la página de sociales de “El Comercio”.

 

Jefferson Janampa Gutiérrez no tiene nada que ver con eso. Él es abarrotero mayorista, tiene una camioneta Toyota y vive en Los Olivos. Su mujer y uno de sus hijos lo ayudan en el negocio; los otros tres están en el colegio. Chatean  desde la cabina, se irán de vacaciones a Miami y no les preocupa que su ropa de marca sea “Made in Peru”. Tienen cable, no leen los periódicos  y el fútbol los congrega frente al televisor de 29 pulgadas. En el verano hay piscinas cerca donde pasar el día. Si salen a comer, ¿pollos o parrillada, chifa  o pizza? ¿Es Jefferson Janampa un limeño o solo habita en Lima? ¿Qué publicidad es la que lo seduce? ¿Las piratas de” Backus”? ¿Los remeros que ganan gracias a fideos ingeridos desde que eran niños? ¿La intriga de la “M”? ¿La simpleza lavable que le presenta “Anypsa”? ¿Alguien  le habla a él? ¿A su familia?

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Para Ana María Berenson Ardiles la cosa es diferente. ”Ésika” es para ella. Las cucarachas, ¡¡¡ajjj!!! se mueren con “Baygón”. Para tomar “Sprite Zero” o un agua mineral. Para “esos días”, “Always” con alas. El aceite olivado “”Primor” es una buena idea y un yogur “Bio-Laive” hace la diferencia. Claro que viaja en micro y cuando alcanza en taxi, pero eso no impide vivir como una sueña. ¿Ana María Berenson es limeña o solo habita en Lima?

 

Difícil lo tiene en esta Lima, que en realidad son varias, la publicidad masiva si es que hace introspección. ¿Funciona? ¿Es rentable? ¿Cómo llegar y a quiénes? ¿Es necesario limeñizar la comunicación? ¿Es que existe el limeño? ¿La tan mentada globalización ha homogeneizado a una población heterogénea? ¿Será que asistimos a los coletazos finales de un sistema obsoleto que se niega a morir porque su aviso de su fallecimiento no ha aparecido todavía en la página de defunciones de “El Comercio”?

 

Imagen: Cerro San Cristóbal, Lima / pinterest.com

 

 

WALK DON´T RUN


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La mamá de Tuco abrió una tiendita de venta de discos en una pequeña galería comercial que supongo por nueva y estar algo a trasmano no tenía mucha clientela; allí nos juntábamos para “ayudar” y lo que en realidad hacíamos era oír música y conversar. A veces nos acompañaba algún amigo, pero por lo general esas tardes de verano eran más bien musicales, de conversación y espera…

 

Allí descubrí a “The Ventures” con su famoso “Telstar”, con “Walk don´t Run”, “Apache”, Runaway y tantas otras canciones donde las guitarras eléctricas, el bajo y la batería nos hablaban en “moderno” y nos parecían lo máximo. Era, creo, nuestro refugio en un mundo que ya entonces aparecía un poco desordenado y medio agresivo. No existía Internet, las computadoras personales y los correos electrónicos eran algo que no se conocía, pero la música, las conversaciones, uno que otro cigarrillo (cuando la mamá de Tuco –que fumaba bastante- nos “dejaba a cargo), algún sándwich y Coca-Cola llenaban nuestras tardes antes de cerrar e ir a la cercana avenida Arequipa para tomar el “Mercedes azul” que a mí me llevaría hasta Barranco, atesorando un disco del grupo favorito, comprado con los ahorros y por supuesto con un descuento “especial” por ser “amigo de la casa”.

Recuerdo que el primero que pude llevarme fue precisamente “Telstar” y después “Walk don´t Run”: gloriosos vinilos de 33rpm que por las noches escuchaba una y otra vez en la radiola “Saba” de la sala de mi casa, hasta que llamaban a comer y el noticiero del televisor en blanco y negro reemplazaba a “The Ventures” con noticias que eran una ducha de realidad.

 

No sabría decir si fue una época feliz, pero creo que para la época, era feliz. No recuerdo ningún verano triste en Lima, con sus posibilidades de playa y sol, primero bicicletas y luego estirando cada día hasta la noche oyendo una música que hoy de pronto sería tildada de simplona y primitiva, pero que en esos sesentas sonaba a rebelión (porque en nuestras casas a nadie le gustaba mucho).

 

Ahora que pienso, ya en esa época, el título de la canción que “The Ventures” tocaban maravillosamente, me estaba dando un consejo: “Camina, no corras” y francamente no sé si lo escuché porque si hubiera caminado más y corrido menos, hubiera hecho que ese tiempo en el que fui feliz, durara más.

 

 

 

Y por si quieren escuchar más a “THE VENTURES”, aquí está el link a un concierto en Japón en 1965.

https://www.youtube.com/watch?v=D6DmtPQv7V8&list=PLq_Y-lcSMTsd-5yNJQubu9gju

 

Imagen: http://www.flickr.com