COMETAS


Es tiempo de algún viento y allí, en la esquina, rodeado de colores que vuelan está el cometero. Tal vez no lo quiera decir, pero lo que ofrece en venta es alegría a precios módicos, porque esta no tiene que ser cara para ser lo que es…

 

Azules, verdes, rojos, amarillos, armazones frágiles y casi ingrávidos de carrizo, pita para retener las cometas y colas hechas con jirones de trapo anudados para dirigirlas cuando algún ventarrón las ponga chúcaras o las vuelva voluntariosas.

 

 

Allí están, esperanzas de colores, que se elevarán entre gritos y risas de niños, consejos de “¡Dale más pita…!” “¡Jala…, jala…!” y ante la mirada de espectadores que seguirán atónitos las evoluciones de esas naves de papel, de esos pájaros que irán hacia el cielo para pintarlo con sus corcoveos coloridos.

 

Ahora descansan y esperan, rodeando al cometero, listas para subir como buscando a un sol que se tapó la cara y se va a perder un rato de alegría…

 

Manolo.

 

 

 

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MI PRIMO QUICO


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En realidad se llama Enrique, pero le hemos dicho siempre “Quico”, escrito a la antigua, castizamente, sin esas dos “K” que se suelen usar y que delatan –creo yo- una especie de espíritu anglosajón o  inglés o gringo… ¡vamos! Se apellida Masías Echegaray.

 

Teniendo tantos primos, me preguntarán ¿por qué Quico como protagonista aquí y no otro u otra? Le he dado muchas vueltas y en primer lugar, es que tenemos la misma edad y a los dos (si no me equivoco en su caso) nos formó la vida. En segundo lugar y en realidad el más importante, se llama Enrique, como mi papá y al ser hijo de Marta, su hermana, seguramente le pusieron el nombre del hermano y tío. Pero además, yo me llamo Manuel y mi padre era Manuel Enrique o sea que me pusieron Manuel como él (mi abuelo paterno se llamaba Manuel también: don Manuel Echegaray Pareja) y entre los dos primos “completamos” el nombre de mi padre, su tío.

 

Si suena un poco enrevesado es porque por lo general las justificaciones explicativas, lo son, pero la verdad es que a Quico le tengo un cariño especial (¡no molestarse primas/primos!) porque él ha sido siempre lo que llamaríamos un “espíritu libre”, al que le importan muy poco o nada los convencionalismos y si hay  quienes admiré siempre, son a las personas como Quico.

 

Quico, arequipeño, con el “el” que en esa tierra antecede a nombres y apodos, es cocinero insigne, buscado por los amigos y parientes porque algo de comer preparado pacientemente por mi primo, tiene el sabor de lo auténtico y tengo que decir que de la tía Marta (nunca sé si es con h o sin ella), como que es su hijo, heredó esa maravillosa habilidad para la cocina, porque –creo que ya lo conté antes- todo lo que mi tía hiciera y que tuviera que ver con el arte (y la cocina es eso) era algo que ella hacía maravillosamente: pintaba, repujaba, dibujaba y claro…¡cocinaba! Todavía conservo el regalo que les hizo a mis padres cuando se casaron (el último día del año 1931) y que es una mesita alta, de inspiración morisca, construida en madera, totalmente forrada por lámina de cobre o bronce repujado y cuya superficie en la parte superior, está cubierta por celuloide (antepasado del plástico) verde tornasolado. Es algo que me recuerda no solo a mi padre y mi madre, sino la excepcional laboriosidad de Marta (o Martha), su buen gusto y el cariño que le tenía a su hermano mayor. Como nota curiosa, diré que en tantos años y sin cuidado especial alguno, la madera está intacta y libre de polillas. Por supuesto que el revestimiento metálico tal vez necesitaría a estas alturas el uso de un limpiador de metales, pero no me atrevo a dañar la “mesita verde” porque no sé si el color es la pátina del tiempo o un color especial…

 

 

Pero es personaje es Quico y debo regresar a él…

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Mi primo hacer fotografía y cine, además de muchas otras cosas, como haber criado gallinas “libres”, que ponían huevos verdaderamente ecológicos porque andaban sueltas todo el día y eran alimentadas (por Quico), con granos sin pesticida alguno.

 

También prepara mermeladas de pura fruta (sin “aditamentos” como espesantes o conservadores), cultiva sus propias verduras pero no es un “loquito natural”, aunque el glutamato monosódico (“Ji-No-Moto”) le produce una alergia terrible, no puede ni probarlo y tal vez esa sea una de las razones del éxito de su comida, o sea porque es “sin”.

 

Es, repito, Quico un “espíritu libre” a la manera de las gallinas que criaba (porque ya no lo hace) y vive a su aire, sin molestar a nadie, tomando una cerveza de vez en cuando, teniendo siempre tiempo para conversar y bastante despreocupado de los horarios. Vive sin Internet ni correo electrónico y no creo que vea televisión.

 

Mi primo Quico sabe de todo un poco y no se hace problemas, no los crea;  es amigo de sus amigos, con ése concepto de la amistad que parecería hoy, algo pasado de moda…

 

Finalmente, escribo esto sabiendo que mi primo no lo va a leer, porque si lo hiciera, estoy seguro que no le gustaría o me diría: “¡Cojudeces…!”

 

Imagen: depositphotos.com / bonhampta.wordpress.com

 

 

 

 

 

 

 

 

LOS PATINES DE TETÉ


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Por si acaso no se trata de “sacarlos trapitos al sol” ni de escribir sobre una costumbre deportiva de mi hermana, sino sobre una de las que  casi llamaría yo manía, como las que tenemos todos y a las que mi hermana mayor no era inmune…

 

Teté gustaba de tener los pisos de su casa brillantes y para ello se enceraban y quedaban como verdaderos espejos, pero el trajín  diario los iba desluciendo y al tiempo eran espejos sí, pero empañados…

 

A pesar de la pasada constante de la lustradora, mi hermana no quedaba contenta y tenía un sistema, que a mí, la primera vez que lo vi en funcionamiento me pareció una exageración, casi de otro mundo porque si los japoneses se quitan los zapatos en las habitaciones para no dañar el tatami o alfombra tradicional que creo está tejida de fibra de arroz, que cubre íntegramente los pisos, Teté tenía unos “patines”, que en realidad eran trozos de fieltro o tela gruesa y suave que se pisaban y  arrastraban al caminar, abrillantando con ese acto repetido  la superficie revestida de madera o linóleo.

 

Les llamábamos “patines” porque efectivamente daban al que los usaba (que eran TODOS en la casa), la sensación de patinar, pues lo que hacían era deslizarse por el piso cumpliendo con su función abrillantadora…

 

Eran siempre motivo de broma, pero Teté no cedía un milímetro y el resultado eran pisos brillantes y orgullo de ama de casa para la que todo andaba en orden en lo que atañía al funcionamiento de sus dominios hogareños.

 

Cuando iba a Arequipa de vacaciones, como me hospedaba siempre en casa de mi hermana, hacerlo era como vivir una temporada en una pista de patinaje…

 

 

EL INGENIERO


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Hoy, 26 de diciembre mi padre hubiera cumplido 116 años; era ingeniero mecánico-electricista e ingeniero civil. Escribía poesía, pintaba, tomaba, revelaba e iluminaba sus propias fotografías, leía todo el tiempo y siento que  puso la valla tan alta, que saltarla en esta carrera que es la vida, por lo menos para mí, resulta imposible porque escalar paredes verticales no ha sido ni es mi fuerte.

 

He escrito muchas veces sobre él, que sin quererlo, ha sido un ejemplo desde que tengo memoria. Un ejemplo en todos los campos menos en el de la música, para la que era sordo; era mi madre la musical de la pareja y a Manuel Enrique, fusas, corcheas y semifusas lo traían sin cuidado.

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Era religioso y mucho, pero no “cucufato”; se ganó el apodo de “el Obispo Laico” por su permanente trabajo desde la universidad, en la Unión de Estudiantes Católicos, en los diferentes grupos parroquiales, en la Acción Católica Peruana de la que fue presidente varias veces; también fue condecorado con la Orden de Malta, militó en los Caballeros de Colón, actuó como locutor oficial de diversos Congresos Eucarísticos en Lima, Arequipa y Trujillo. Era de misa dominical fija y donde iba daba testimonio de vivir verdaderamente su religión.

Recuerdo, ahora que ha pasado la Navidad, que todos los años, los 4 domingos de Adviento, en la mesa, a la hora de comer, en cada lugar había una tarjetita primorosamente dibujada (cada una con una ilustración distinta) y una oración para leer en común, extraída de algún evangelio que mi padre preparaba pacientemente, con el tiempo necesario…

 

Siempre me impresionó cómo la religión era parte totalmente integral de su vida y cada cosa que hacía era una ofrenda para él, sin importar lo que fuese y su alegría contagiosa nos hacía sentir cuánto disfrutaba.

MANUEL ENRIQUE AL MICRO..jpg

 

Recorrió el país construyendo carreteras, pasó –como se dice- “pellejería y media”, fue catedrático universitario, escribió un libro importante sobre pavimentos (una de sus muchas especialidades profesionales), pero sobre todo fue un padre justo, que nos enseñó a vivir a mis hermanos y a mí, sin necesidad de decir una palabra, predicando, verdaderamente, con el ejemplo…

 

Dejo para el final su relación hermosa con Tony, mi madre ambos están siempre presentes, acompañándome, caminando agarrados de la mano, por las calles de ese Barranco que miraba sonriente a dos ancianos que se querían tanto.

PAPY Y MAMY BAILANDO.jpg

EL BARÓN DE MALAPATAENBURGO


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 Un comentario me trae a la memoria al “Barón de Malapataenburgo” personaje de mi infancia barranquina.

Su recuerdo, lo confieso, es borroso a pesar de que si trato consigo verlo entre la niebla de los años (han pasado más de sesenta): bajito, serio pero amable; con un bigotito a lo Adolfo Hitler y el pelo cortado “a cepillo”. Era profesor de inglés y apellidaba Telaya. Su nombre no lo supe nunca, pero me enteré por mi madre, que era arequipeño.

 

Era nuestro vecino, porque vivía muy cerca de “Villa Teresa”; en realidad únicamente había que bajar las escaleras que daban a la puerta de al lado en la calle y en el primer descanso estaba su departamento, donde vivía solo. Otra puerta daba al departamento de la familia Rivarola (que tenían lo que creo era un automóvil Standard-Vanguard, negro y pequeño que estacionaban fuera, en la calle Ayacucho). Tal vez había otro departamento allí, pero bajando el último tramo de escaleras se pasaba frente al de Anita Williams, costurera eximia y amiga de mi madre; el departamento de Anita se abría a una gran terraza de la que se veía el acantilado y por supuesto el mar.

En la terraza había una sombrilla rígida,  pintada de colores rojo y amarillo tal vez y sí, muy descolorida por el sol de innumerables veranos…

La terraza era un territorio donde soñar con aventuras que tenían al mar como escenario y a los barcos piratas como protagonistas, mientras a mi madre le probaban un vestido que había llevado para que “lo arreglaran”.

 

¡Personajes y años barranquinos que pasaron!… La memoria es un reloj cucú al que hay que darle cuerda, esperar que su mecanismo no se haya estropeado con el tiempo y nos sorprenda con el pajarito que sale para anunciar las horas; esas que ya no volverán.

 

Imagen: http://www.solostocks.com

 

 

 

 

 

CINE, CHOCOLATES, CARAMELOS…


CINE, CHOCOLATES, CARAMELOS

El chocolatero era una verdadera institución cuando íbamos al cine “Zenith” (sí, con “h”) de Barranco que tenía platea, lateral y cazuela; no recuerdo ahora si la entrada a platea era más cara o de menor precio que las de las dos laterales y sí que la cazuela era el recurso cuando estábamos “misios” y por nada queríamos perdernos la película que anunciaban: matinée y vermouth eran horarios apropiados para nosotros porque en la función de noche no se veía un solo chico…

 

No es que a la entrada no hubiera un mostradorcito-vitrina donde se exhibían chocolates, caramelos y no mucho más para acompañar la función, pero en el “Zenith” había un chocolatero…

 

El chocolatero llevaba colgada del cuello una caja-bandeja con tapa de vidrio que dejaba ver la variedad de dulces, que se levantaba para acceder a ellos, previa elección y por supuesto, pago de la golosina escogida.

 

Allí estaban las tabletas de chocolates “finos” con etiqueta azul o roja según fueran con pasas o de “pura leche”; no podían faltar los “Triángulos”, barra larga “de pura leche”  por supuesto triangular, con etiqueta roja y letras doradas o el humilde “Sublime” de leche con maní, en su envoltura baratona con letras azules; también había “toffees” (caramelos blandos), bolsitas de “Perdigones” que eran bolitas de chocolate mezclado con algo que podía ser trozos minúsculos de nuez y caramelo… ¡deliciosos! O si no, “Nougatines”, que eran pasas de uva negra bañadas en chocolate un poquito amargo (“semi bitter”, digamos) y que hacían que nos sintiéramos “suertudos” si nos tocaba un “Nougatin” de dos pasitas juntas.

Todo esto era de la marca D’Onofrio, que en el Perú significaba chocolates y en el verano… ¡helados!, que se vendían por las calles en carretillas amarillas, en verdad cajas refrigeradas que abrirse dejaban escapar “humito frío” y eran anunciadas con una corneta de sonido característico,  que el heladero, de saco blanco y kepí, soplaba; las carretillas podían ser manuales -para empujar- o triciclos que avanzaban haciendo sonar su reclamo veraniego…

 

A veces el chocolatero del cine (también con kepí) por iniciativa propia tenía “Salvavidas” (caramelos en forma de salvavidas precisamente), que venían en un paquete larguito y varios sabores; “Vrovi”, toffees delgaditos, todos unidos en una especie de bollito dentro de una envoltura de papel tipo periódico con una etiquetita roja que cerraba el paquete de forma piramidal.

 

Chicles no se vendían porque los asistentes (antiguas experiencias lo decían) podían pegar los chicles mascados (y ya sin ningún sabor) en la parte de abajo del asiento de las butacas. Si había suerte, tenía, y había plata para derrochar, podía aparecer un “Rolo” que era importado, de la marca inglesa MacIntosh, creo: chocolate relleno con cremoso toffee, que venía con cada pastilla separada  pero unida una tras otra en forma de tubo cuya envoltura era de papel con platina dorada y la cubierta exterior marrón “chocolate-oscuro” con letras rojas de borde dorado…

 

Éramos muy chicos y en esa época se podía fumar en los cines, entonces el chocolatero también ofrecía, pero “caleta” cigarrillos y los vendía… ¡impensable entonces! por unidad; claro, a nosotros no, pero de vez en cuando en la sala oscurecida con Tarzán, “el rey de los monos” en el ecran brillante, la lucecita instantánea de un fósforo que se encendía para hacerlo luego con un cigarrillo delataba la posición del chocolatero o identificaba a un fumador; el chocolatero vendía “Inca” que eran negros sin filtro –muy baratos- y para los que podían pagar más, los rubios nacionales “Country Club” o rubios importados “Chesterfield”  y si no me equivoco, todos eran sin filtro, el que vino después en los rubios importados “Kent” y “Salem”, este último, mentolado.

 

No recuerdo cuándo se prohibió fumar en los cines y quien quería hacerlo debía salir al foyer, que en el caso del “Zenith” era la entradita nomás, donde estaba la taquilla, el mostradorcito –vitrina con los dulces y afiches, promocionando las películas, en las paredes. En la pantalla, después del noticiero “UFA” y los “avances” de futuras películas, antes del film, se proyectaba un slide de vidrio pintado a mano que decía: “SE PROHIBE FUMAR EN LA SALA POR ORDEN MUNICIPAL. SI ALGUIEN LO HICIERA, SE SUSPENDERÁ LA FUNCIÓN. LA ADMINISTRACIÓN”; por supuesto los fumadores no le hacían ningún caso y de pronto lo que sucedía es que no sabían leer… Nunca se suspendió ninguna función de las que yo asistí y eso que el humo se veía si uno se fijaba en el haz de luz que iba del proyector al ecran.

 

Claro que en Barranco también estaban el “Cine Teatro Barranco” más “ficho”, donde había funciones matinales los domingos, el cine “Balta”, que tenía bancas de iglesia como asiento en la cazuela, el cine “Raymondi” y el “Paramount” que ponía seriales los domingos por la mañana y que después se modernizó totalmente, convirtiéndose en un sesentero cine “Premier”, con fachada de mármol gris.

 

Netflix puede estar destronando a los cines, pero nunca será igual la ceremonia cinemera con cola para entrar, chocolatero (el popcorn es un advenedizo que creo empezó en el cine “Roma”, bien lejos de Barranco), un olor que era mezcla de tabaco, “Kreso” líquido para desinfectar el baño y ese olor de los sueños que en blanco y negro o a colores después, poblaron nuestras tardes ociosas (en las vacaciones, por supuesto), que un sillón o la cama en casa, frente al televisor.

 

Imagen: http://www.youtube.com