NO PUEDO RESISTIR POSTEARLO…


MOJIGATO

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PARA PIERCE.


 

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Pierce, nuestra gata,  se durmió para siempre ayer, al empezar la tarde.

 

Para ella es esta lucecita: mi homenaje agradecido, la llama eterna que arderá suavemente y testimoniará el cariño que le teníamos.

 

¡Salta, corre, haz cabriolas y enciende las estrellas con tu mirada, paciente compañera!

 

Manolo.

22.11.2017.

VIDA DE GATOS


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Todos hemos escuchado o dicho alguna vez la frase “¡qué vida de perros!” en referencia a las dificultades que existen. Nunca he escuchado “¡qué vida de gatos!”, tal vez porque los mininos son menos populares que los canes, porque no se aplica,  o porque no lo pasan del todo mal en verdad.

Pierce, la gata, duerme plácidamente, no sé si por sus casi trece años de edad, por una naturaleza gatuna dormilona que la hace pasar casi 17 horas diarias en brazos de Morfeo, o porque simplemente ha decidido que es más rico dormir que andar rondando por un mundo que no tiene mayores novedades.

Lo cierto es que cuando no duerme, come, se “lava” concienzudamente, usa con delicadeza su caja de arena y tapa pudorosa sus detritos; se ubica en la parte de arriba del respaldar del sillón de la sala y se acurruca mirando por la ventana. Debe cansarse de no hacer mucho y dormita.

Pierce es una compañera tranquila, no se sube a dormir sobre la computadora, como he visto descrito que otros gatos hacen; lo más probable es que como sobre el mueble solamente están el teclado y la pantalla, el calorcito bienhechor del CPU está oculto, y queda fuera de su alcance. Eso sí, cuando me siento a leer, da un par de vueltas y de un salto que se contradice con su edad, se instala sobre mis piernas, se acomoda y… ¡duerme!

A veces pienso en qué pensará Pierce, silenciosa, dormilona, observadora. En qué pensará esta gata que cuando estuve enfermo y en cama por meses, no se movía de mi lado como diciendo “Yo te acompaño”. Qué pensará de nosotros los humanos y si será cierto el cuento del hombre primitivo que lleva al perro a su vivienda y este piensa: “curioso este ser que me trae a su casa, permite que lo acompañe en sus cacerías, como de su comida, juego con su familia… ¡Debe ser Dios!”; el gato, que es llevado también como inquilino, medita: ”curiosa criatura esta que me da de comer, me acaricia, deja que juegue con sus hijos, me permite dormir cerca del calor de las brasas… ¡Debo ser Dios!”.

Lo cierto es que Pierce tiene una personalidad como la de quien está de ida y vuelta de las cosas, como si hubiera visto todo y nada la asombrara.

A veces supongo que recuerda su ágil juventud y ensaya una cabriola, tratando de atrapar una polilla o alguna despistada mosca. Pronto se debe dar cuenta de su edad y aunque siga teniendo unos reflejos asombrosos, le pierde el interés a la aventura saltimbanqui para descabezar un sueño.

Definitivamente, Pierce lleva una vida cómoda, despreocupada, observadora y plácida. Si eso es lo común, la buena vida tiene que ser, definitivamente, creo, una vida de gatos.