PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA


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Me moriré en París con aguacero,

Un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París –y no me corro-

Tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

 

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso

Estos versos, los húmeros me he puesto

A la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,

Con todo mi camino, a verme solo.

 

César Vallejo ha muerto, le pegaban

Todos sin que él les haga nada;

Le daban duro con un palo y duro

También con una soga; son testigos

Los días jueves y los huesos húmeros,

La soledad, la lluvia, los caminos…

 

César Vallejo.

 

( De: POEMAS HUMANOS -1939- )

 

Imagen: César Vallejo por Pablo Picasso.

 

 

 

CUANDO TODO PENDE UN HILO Y NADA DEPENDE DE LA VERDAD


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El mundo sigue mirando a Venezuela como si mirase un atlas mundial como una partida de RISK. Las bajas humanas se asumen como el pago a los bancos por mantener una cuenta abierta, pero como dicen ellos por defecto, yo no doy crédito.

Pero cuando Pepe Mújica se ofrece como mediador en el conflicto de Venezuela y propone una elecciones totales en las que no se presenten ni Nicolás Maduro ni Juan Guaidó da que pensar;  (Mújica siempre simplifica y ejemplifica), que en muchas ocasiones los problemas son los nombres no las políticos y una vez más piensa en el pueblo.

Cuando los dos bandos cada vez están más separados (ellos creen que eso les hace fuertes), los extremos están respaldados cada vez por más banderas sin himnos, cuando los medios de comunicación y los políticos, sobre todo los que ya no tienen peso real, alimentan el odio. Todos parecen, pese a las reuniones diplomáticas e hipócritas de países rechazando el inminente conflicto bélico, todo apunta a que algo huele a podrido en Venezuela y no es el petróleo.

Cuando la verdad no es una moneda de cambio, y cuando el pueblo, no tiene aún ni voz libre, ni voto no manipulado, la objetividad es un artículo de lujo. La partida de ajedrez no se juega en Venezuela, una vez más se repite la versión del siglo XXI de USA contra Rusia. Todo lo demás son cortinas de humo alimentadas con bosques de otros países.

 

REBLOGUEADO:

TURCO


TURCO

Le decíamos “Turco” porque a todos los descendientes de árabes les llamaban así siempre y no porque hubiese nacido en esa Turquía de la que todo se ignoraba en una Lima más bien provinciana aunque con ínfulas de ser ciudad cosmopolita; el papá del “Turco” vendía telas, sus tíos vendían telas y su abuelo y sus tíos-abuelos iban con sus maletas llenas de “cortes” de casa en casa, ofreciendo “Finas gabardinas, señora”, “¡Vea que linda muselina!…, escoja su color sin compromiso…”

 

El “Turco” había nacido en un pueblo de la sierra, esa que recorría su padre para “hacer negocio y hacer patria” además de hacer hijos y regar de “turquitos” su ruta telífera; a los diez años se vino a la capital en un ómnibus junto con su padre que convenció a su madre de que lo dejara ir con él para que tuviera la educación y las oportunidades que no encontraría en las casas grandes y calladas, viejas para un chico, allí en el pueblo y tampoco en la provincia toda.

 

Llegó, motoso y tímido  con su “cantito” serrano que delataba su no-limeñidad y su padre lo puso a trabajar con él, sirviéndole de compañía y cargando otra maleta más pequeña en la que llevaba las telas y retazos que harían crecer el negocio y por qué no, con el tiempo –pensaba Roberto, que así se llamaba su papá, como él, como los quince Robertos que estaban esparcidos por las serranías, sus hermanos de los que sabía porque su madre le había contado- alquilar un local en el centro y establecerse con todas las de la ley.

 

Pronto, el niño tímido, callado y sonriente se hizo de una clientela segura que le compraba hasta vaciar la maletita; los retazos se convirtieron en secadores vistosos que por los precios y la sonrisa de “Roberto chico” se volvieron populares.

 

Roberto crecía, acompañaba a su padre, vendía “secadores de fantasía” y se acercaba a toda velocidad a su apodo definitivo, ese por el que lo conoceríamos nosotros y la policía también…; nunca quiso explicarnos lo de la policía, pero en el grupo de la esquina, el “Turco” tenía su leyenda.

 

Al “Turco” lo mataron de un balazo una noche cuando se equivocó y quiso “cogotear” a un pata que tenía pistola: su cómplice corrió y él no pudo; estuvo en la morgue cuatro días y su padre, deshecho, sacó el cadáver para velarlo y enterrarlo.

 

Fuimos al velorio y nadie habló pero todos sabíamos y Roberto papá sabía también porque la policía se lo dijo cuando lo interrogaron; después no lo volvimos a ver y dicen que se fue al pueblo donde vive la mamá del “Turco”; nosotros vamos al cementerio y le ponemos flores a su nicho que solo tiene pintada la fecha de la muerte, una cruz y la palabra “Turco”.

 

Su papá no sabe que juntamos plata y le “bajamos” un billete al guardián, que es pintor, para que borrara lo que había en la lápida de cemento, la pintara de blanco,  y con negro pusiera una cruz, la fecha y la palabra “Turco”: total el pueblo está lejos, a Roberto papá le quedan  catorce hijos y seguro que ni se va a acordar de nuestro amigo.

 

Imagen: caritaspuno.blogspot.com