Era su ventana al mundo aunque no se daba cuenta; todos los días, a la misma hora entraba, se sentaba delante de una pantalla y tecleaba: tecleaba y miraba hasta que se le acercaba el encargado, le decía por señas que era la hora de cerrar, le cobraba por el tiempo usado y después de teclear por última vez para salir de su sesión, se levantaba y se iba lentamente casi de madrugada, último cliente de la cabina de Internet.
Iba a su cuarto, dormía unas horas y después con el agua caliente del termo se preparaba un Nescafé acercando a los labios despacio la taza, por si quemaba.
Tenía todo el tiempo y lo único que le preocupaba era volver a su ventana, teclear y enterarse de todo; se había impuesto una rutina: levantarse, Nescafé, ponerse el yin y la camiseta, mirar si tenía monedas, contar los billetes que ponía junto con ellas en el bolsillo, agarrar su casaca –por si hacía frío- y salir a caminar; a eso de las dos, en una carretilla del mercado comer algo, tomar un emoliente y volver a la calle, a caminar hasta la cabina de Internet, donde el encargado lo saludaba como a un viejo conocido, él agitaba una mano, sentándose a teclear y a mirar.
Sordomudo, felizmente veía bien y la plata que le dejó su padre antes de irse definitivamente, era bastante, le alcanzaba para conocer mundo y dedicarse a eso.
Imagen: http://www.reasonwhy.es
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