UNA ESCALERA GRANDE Y OTRA CHIQUITA


UNA ESCALERA GRANDE Y OTRA CHIQUITA

Estaba harta de subir y bajar, las piernas le dolían, la espalda le dolía y cuando se levantaba, las pocas veces que no estaba de pie y podía sentarse, una punzada de dolor en la zona de la cadera, donde nacen las piernas, hacía dubitativo el movimiento y difícil su andar inicial.

 

Tenía treinta años y el trabajo de mesera en el restaurante fast food de dos pisos de la plaza era lo único que conservaba y tenía para mantenerse después que su matrimonio de diez años se derrumbara en un país extraño, al que hacía poco habían llegado, en medio de una discusión a gritos y un portazo: el último portazo.

 

En el hospital, después de esperar interminablemente, la atendió un médico joven que escuchó pacientemente su relato de dolores mientras la miraba; le dijo: “Tu problema son las escaleras y que estás de pie todo el día…”; ella lo miró incrédula pensando cómo había adivinado de su trajín diario en el trabajo.

, pero él sonrió: “Te he visto mucho, aunque tú no lo creas: yo voy al fast food por lo menos cuatro veces por semana y te he visto; subes, bajas y caminas todo el día… ¿Eres mesera allí, no?…

 

Ella sonrió y recordó al muchacho de jeans y saco que siempre que iba al restaurante comía ensalada y tomaba agua mineral: “Un vegano” había pensado alguna vez…

 

 

Voy a comer ensalada, que es lo único que puedo pagar como comida… La plata no alcanza…” respondió él ante la sonrisa de ella. ¿Y en tu casa…? Le preguntó. “Mi mujer se fue y el trabajo en el hospital, aunque paga poco, me ocupa casi todo el día; solo tengo tiempo para comer algo por ahí, que es el fast food donde trabajas y dormir…” Ella se lo quedó mirando fijamente y vio su propia historia en un instante.

 

El muchacho –porque era un muchacho- mientras escribía en un recetario le indicaba: “Te voy a indicar algo para el dolor: pastillas genéricas nomás y cuatro inyecciones que contienen un mio relajante y un analgésico. Mi consejo es que cambies de trabajo por uno que no te fuerce tanto durante tanto tiempo…” Y abriendo un cajón, sacó dos blíster de pastillas y cuatro ampolletas de vidrio: “A ver, aquí tienes unas muestras médicas de las pastillas y también las cuatro ampolletas para las inyecciones. Ten cuidado porque están sueltas y se pueden romper…”.

 

Ella se quedó muda mirando la receta, las pastillas y las ampolletas de color ámbar. De pronto, supo que había hecho un amigo gracias a las malditas escaleras.

 

Imagen: http://www.arquitecturadecasas.info