ME SUELE SUCEDER…


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En mi memoria, imaginación o lo  que sea, de pronto aparece un escalón de piedra, al sol, e inmediatamente después la entrada a una casona, oscurecida por una sombra fresca: estoy seguro que es Arequipa.

La ciudad a la que fui tantas veces y que llenó mis mañanas de niño, cuando los compañeros de juegos y colegio se iban a las playas y con mi padre y mi madre enrumbábamos al sur, persiste en lo que llamaremos recuerdos o construcciones de la mente que recrea paisajes, reconstruye momentos, trayendo al presente olores y sonidos pretéritos.

Ese escalón de piedra al sol, esa sombra, pueden ser el prólogo a la fábrica de helados “Mercedes” de la calle La Palma o la entrada de la pastelería “La Lucha”, donde mi tía Luisa compraba los bizcochos de vainilla y canela, alfajores de miel de chancaca y los de manjar blanco cubiertos de azúcar impalpable para unos maravillosos lonches en el escritorio multiusos que estaba en una esquina de la habitación, donde las máquinas batían maravillas heladas que después llegarían hasta Mollendo, en tren, o recorrerían las calles en carretillas rojas.

Muchas veces he escrito sobre este encadenamiento de imágenes, pero creo que es la primera vez que hablo sobre una grada de piedra al sol que lleva hacia la sombra y la aventura de infancia. Una aventura que en realidad eran muchas, porque cuando uno es niño lo abrumador es norma. Recuerdos de Arequipa, recuerdos de la infancia, de pronto embellecidos por el tiempo, pero gratos. Nunca recuerdos que no sean amables. Creo que es cierto lo que Balo Sánchez León escribió en mi librito:”… escrito por un niño que es y ha sido querido, por un niño que confía en los adultos”. Ser un niño querido influye en mi memoria, se evoca en las imágenes que torpemente intento transmitir:

la sombra fresca, el sol, los gatos, un helado inmenso… Disfrutar del pasado en el presente y ser feliz con ello.