No había dónde esconderse.
El fuego caía del cielo y lo abrasaba todo, no dejando sino humo y tierra arrasada e hirviente…
Era como si el infierno se hubiera trasladado desde abajo hacia arriba y hubiera abierto sus puertas, para dejar llover llamas…
Entonces ya no importó nada más, porque las dos ciudades ya no eran ni estaban. Nadie lloró, porque no había nadie y si hubiera habido alguna lágrima, se habría evaporado de inmediato.
En el sitio solo quedó una estatua, blanca, con rostro de terror.
Imagen: https://wol.jw.org/es
Publicado en: masticadoresvenezuelacolombia.wordpress.com
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