Si su vecina tocaba el timbre y preguntaba, necesitada, si es que tenían huevos en casa, él le decía riendo: “Claro que hay, dos por lo menos, pero que Josefina se lo corrobore…”.
Buscaba darle a lo que le dijeran un significado distinto del que tenía; se regocijaba expresándolo y viendo la cara de sorpresa o desconcierto de su interlocutor. A Josefina, su esposa, que sabía del episodio de los huevos porque la vecina se lo había contado horrorizada, no le gustaba nada esa costumbre del marido porque le parecía vulgar y a él ingeniosa.
Un día caminaba distraído y se le terminó el chiste, porque al cruzar una calle no se fijó que era de doble sentido.
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