La noticia me ha llenado personalmente de orgullo, porque un hombre bueno, un verdadero pastor de almas, ha sido elegido hace poquísimo Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana: Salvador Piñeiro García Calderón.
Somos amigos desde que coincidimos en la Asociación Ricardo Palma de Estudiantes Secundarios (ARPES), él como representante de su colegio, La Salle y yo como una especie de encargado de prensa y propaganda de la organización. Luego seguimos viéndonos, porque fuimos compañeros en el Seminario de Santo Toribio, donde compartimos solo tres o cuatro meses, ya que salí debido a una operación y no volví. Cuando fue párroco de la de la Santísima Cruz, en Barranco, bautizó a Alicia María, que hoy ya tiene casi treinta y nueve años (malo decir su edad, supongo, pero da una idea del tiempo y la longitud del cariño que le tenemos a Salvador). Hace muy poco tiempo, cuando estuve muy, muy enfermo, vino en el momento en que Alicia lo enteró, trayéndonos la Comunión a casa. Conversamos lo que el tiempo breve que robaba a sus labores permitió y confieso que la paz entró con él: Esa paz que hoy me permite sonreír e ir dejando poco a poco atrás los males.
No es fácil escribir sobre una persona tan querida y contar solo pequeñas anécdotas, porque la alegría es grande y el tejido de la amistad nos envuelve acogedoramente.
He seguido paso a paso su camino, viendo en él un compromiso aguerrido y bondadoso, con esa valentía que solo tienen los que están seguros que su camino es correcto: Un difícil derrotero sembrado de intrigas que sabe desarmar con la sonrisa de la verdad. Salvador, mi amigo, llega ahora al punto en el cual su don de gentes se une al valor para ocupar un puesto donde el consenso es necesario, pero la voz no debe callar, como nunca lo ha hecho la de él. Los obispos de la Iglesia Católica tienen con Salvador a un piloto baqueano en tempestades y la Iglesia Católica peruana cuenta con un dirigente de primera en el pastor humilde que es Salvador. ¡Gracias por ser amigo!
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