“El Llanero Solitario”, “The Lone Ranger”, “El Enmascarado de Plata” o “Kemo Sabay”, héroe de un público infantil que cabalgaba justiciero a “Silver” o “Plata” y que protagonizó historietas, series de TV y películas, no usaba máscara en su papel de “bueno”, sino antifaz…
Generalmente, una máscara, cubre el rostro, es “más” rostro, o sea “más cara” y si nos remitimos a la palabra antifaz, veremos que puede significar “contra cara”, porque “anti” es contra y “faz”, rostro o cara, aunque por supuesto podría ser “contra la cara”, o sea, de algún modo, “encima de”; llamamos “contra carátula” a la parte que está detrás de la carátula de un libro, pero que en también –y principalmente- se llaman “tapa” y “contra tapa”. Digo yo… ¿Es que los libros tienen antifaz?
Bueno, por lo menos, creo que los libros no tienen máscara…
¡Hi-yo, Silver…! (O para castellanizarlo, aunque suene menos vigoroso: “¡Arre, Plata…!”)
Y, para terminar, una imagen de “Lucky Luke”, el cómic cómico, creación del belga Morris, con guiones de Goscinny: “Lucky Luke”, se aleja montado en su caballo, después de la aventura, con el sol poniéndose y cantando: “Soy un pobre cowboy solitario que anda lejos de su hogar…”.
El “maestro” Caycho era sastre, vivía y trabajaba en Barranco. Ese Barranco que fue, el Barranco de mi infancia, donde todo era familiar, amigable y sonriente. Seguramente, porque en esa época, para un chico como yo, de clase media, y bastante ajeno a lo que sucedía en realidad, los problemas se reducían a encontrar el sábado un nuevo “chiste” (revista) de “Porky y sus amigos”, que a mi madre se le ocurriera servir espinacas en el almuerzo (mis “enemigas”, junto con todas las verduras), o que no me dejaran escuchar al “Zorro” Iglesias, en el programa cómico de radio, “Las Zorrerías del Zorro” …
Mi padre se hacía arreglar los ternos donde el “maestro” Caycho, que tenía su taller en la avenida Grau; allí íbamos con mi madre que llevaba un paquete de papel “kraft” marrón, bien atado con pita, dentro del cual estaba el saco o pantalón que necesitaba un “zurcido invisible” u otro arreglo, o recogía la prenda que habíamos llevado días antes para “componer”, que también le era entregada envuelta –después de la inspección aprobadora- en papel “kraft” marrón, atado con pita.
No recuerdo haber visto que mi padre se probara un terno nuevo, hecho por el “maestro” Caycho, o es que sus “pruebas” de terno nuevo, las hacía al volver del ministerio de Fomento y Obras Públicas -donde trabajaba- casi al anochecer, cuando yo ya no salía.
Sí recuerdo los maniquíes en la sastrería, que tenían puestos sacos a medio hacer, con marcas de tiza y puntadas grandazas, donde el hilo blanco era llamativamente notorio y
para mí, resultaba curioso, que esos remedos de persona, no tuviesen cabeza, sino una bola pequeñita de madera en vez de ella…
El “maestro” Caycho tenía un par de empleados y sus hijas atendían a los clientes, detrás de un mostrador largo que siempre tenía a un costado retazos de tela, un centímetro de hule amarillo y alfileres en un pomo pequeño. Estaba también el rollo de papel “kraft” – para envolver los trabajos- en su “dispensador” que no era sino dos parantes de madera, atornillados al mostrador con un tubo entre ambos y que atravesaba el rollo. Al lado, había un ovillo de pita.
Me fascinaba ir donde el “maestro” Caycho, porque su pequeño establecimiento, estaba más bajo que la vereda y tenía dos escalones que llevaban a él. Era el único que había visto y siempre me pareció divertido mirar a la gente que caminaba por la calle, desde abajo, donde, dependiendo de la ubicación, lo primero que veía eran piernas y zapatos…
“Cosas y recuerdos de niño”, pensarán los que lean esto, pero es que son esos recuerdos de mi niñez, esas cosas y gentes sencillas, las que hicieron que fuera feliz, muy feliz.
Escritora, redactora y editora del lado infra literario opuesto a la revistilla del montón* - palabras de René Wellek y Austin Warren en su obra " Sobre la Teoría Literaria". Editora en el sitio Masticadores Sur
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