
Según dicen lo que saben, el ser humano tiene dos tipos de memoria, una, que es inmediata y otra, mediata. O sea, una instantánea, que sirve para acordarse de lo que acaba de suceder y la otra (a la que yo –y estoy seguro muchos- llamamos “recuerdos”) que es la mediata. Generalmente, la palabra memoria se asocia de inmediato a recuerdos, lo que supongo es correcto. Pero cuando alguien escribe sus “Memorias”, se está refiriendo, específicamente, a temas de la memoria mediata. Esa que aflora con la edad …
Le memoria inmediata suele recorrer el camino inverso, pues mientras uno envejece, esta se va debilitando, hasta llegar a perderse. Es típico, para una persona mayor no recordar donde están los anteojos que puso en el bolsillo o el sitio donde está el llavero con las llaves de casa (y peor, si es urgente hallarlas). Sin embargo, momentos de su niñez o juventud, suelen recordarse nítidos. Curiosamente, el olfato y el gusto son una especie de “gatilladores” de esta memoria que “resucita” imágenes guardadas en ese maravilloso archivo que –entre otras muchísimas funciones- nos provee el cerebro …
No es este un tratado de la memoria, sino que a raíz de una conversación telefónica con mi buen amigo Lucho, el tema de las “memorias” surgió y de inmediato ante uno o dos nombres mi “máquina de recordar” empezó a rebuscar en el archivo mental y saltaron imágenes, palabras y, por supuesto, los correspondientes vacíos (“no me acuerdo de su nombre, pero lo estoy “viendo…”). Mi memoria mediata estaba funcionando y sin embargo, si no miro por casualidad el pastillero que está sobre mi escritorio y lo abro, no me iba a dar cuenta que olvidé tomas la pastilla que me toca con el almuerzo …
Tal vez, por eso prefiero escribir sobre mis recuerdos. Además, en algún lado leí (no recuerdo dónde) que uno “embellece” un poco los recuerdos, más, mientras más lejanos sean …
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