TODO SE VE Y SE OYE


TODO SE VE Y SE OYE

El Gran Hermano de Orwell está por aquí hace tiempo, ubicuo, omnividente y a la escucha.

 

Nos mira, oye y sabe sobre nosotros más que nosotros mismos.

 

Colaboramos entusiasmadamente con su conocimiento.

 

Es un monstruo todo ojos y oídos con una sola boca que sonríe atractiva.

 

Pasa por invisible para la mayoría pero cuando por casualidad se le vislumbra produce miedo.

 

Tiene nombres inofensivos y hasta simpáticos.

 

Parece un buen vecino que riega su jardín.

 

Se mueve sin dejarlo, pero su rastro son las manchas de sangre.

 

Siempre viaja montado en la tecnología.

 

Si te viene a buscar… ¡no abras la puerta!

Anuncio publicitario

LA PINTURA Y EL CHIP.


CHIP upload.wikimedia.org

Había ido madurando la idea y después la desarrolló; años completos de trabajo obsesivo en una carrera contra el tiempo, porque su padre se hacía cada vez más viejo y de pronto no alcanzaría, no a ver, porque se había ido quedando ciego gradualmente sino a experimentar lo que él consideraba su logro máximo y estaba inspirado precisamente en su padre, pintor que no veía y dedicado a él, que siempre le habló de los colores, las luminosidades, claroscuros y otras maravillas con que la pintura sorprendía a los ojos.

 

Primero estableció un lenguaje, mucho más que un simple almacén de palabras, relacionado con la pintura, donde estaban las descripciones de los colores, las combinaciones de estos, las texturas, las luces y las sombras; luego las técnicas de óleo, pastel, incluso las de carboncillo y lápiz de grafito, las de lápices de cera, el temple y un curioso apartado para los collages más variados.

 

Codificó el lenguaje convirtiéndolo en unos y en ceros y fabricó un lector que se podía pasar sobre la superficie de un cuadro  para “ver” colores, luces, texturas y la técnica empleada en su ejecución; un ingenio electrónico transforma los datos en una voz (de hombre o de mujer) que describía al terminar de recorrer la superficie y esperando unos segundos, lo que había “visto”.

 

Además le agregó un inmenso, interminable archivo de imágenes con las explicaciones detallas de los cuadros famosos de todas las escuelas de pintura y otro, muy pequeño, que guardaba imágenes y descripciones de los cuadros que su padre pintara.

 

 

Probó el ingenio de diferentes formas y lo sometió a cuanta opinión pudo, sin que el secreto saliera de control; por fin, en el cumpleaños noventa de su padre, lo sentó ante una consola, le puso un juego de audífonos que tenía micrófono y le dijo: “Di el nombre de un cuadro…, de cualquiera: no importan el pintor ni la época…”.

 

El viejo no dudó en decir de inmediato “Mi cuarto en Arlés” y luego de segundos una voz de mujer, en los audífonos, describió maravillosamente el cuadro, colores, y texturas, la técnica empleada, las medidas, el autor y el año en que fue ejecutado.

 

En la pantalla, que el padre no veía, estaba la pintura y parecía real;  el padre se enjugaba las lágrimas que no habían parado de salir desde que comprendió lo que estaba pasando: “¿Lloras? Le dijo el hijo  “Pensé que tu regalo de cumpleaños te alegraría mucho…

 

Sí, lloro porque nunca pensé que llegara este día: que cumpliera noventa y supiera que ahora ya me puedo morir porque mi oído ve”.

 

 

Imagen: http://www.upload.wikimedia.org