¿ALEA, JACTA EST…?


Lo menos que se puede decir, es que no resulta muy auspicioso…

El Presidente del Consejo de Ministros, electo y juramentado, señor Bellido, tiene abierta una investigación por apología del terrorismo, los aparentemente designados como ministros de Economía y Justicia, no habrían aceptado, no juraron y los dos ministerios no tienen ministro…

César Hildebrandt, respetado periodista peruano, opina…

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EL CIERRE DEL CONGRESO


Según una última encuesta, más del 80% de la ponlación peruana aprueba el cierre del Congreso.

Este video de Sebatián Thais reproduce el artículo que publicara el periodista César Hildebrandt en su semanario «Hildebrandt en sus trece».

Un grupo de juristas opina que lo hecho va contra la Constitución.

Creo que este video pone los puntos sobre las ies para entender la aprobación mayoritaria de la disolución, que era vista como la solución definitiva a un problema que la mayoría perlamentaria creó y se encargaba de hacer crecer día tras día.

 

Gracias a Sebastián Thais y a Youtube.

ODIO


Este artículo de César Hildebrandt, brillante periodista peruano independiente que tiene su propio periódico semanal- «Hildebrandt en sus Trece»-sin ninguna publicidad (todos los medios, especialmente la televisión, le cerraron hace tiempo sus puertas por incómodo, porque no se «casa» con nadie), hace un análisis brillante de lo que el fujimorismo, que quiere volver a gobernar al Perú  – con su jefa Keiko Fujimori (hija del dictador Alberto) que está en prisión como su padre, con la diferencia de que él está sentenciado por la Justicia y ella detenida por 18 meses mientras investigan y prueban su accionar al frente de lo que la fiscalía denomina como banda criminal (partido Fuerza Popular) – suscita.

El Perú, en lo económico, sigue desarrollándose pero en lo político es un verdadero desastre, lo que ya empezó a afectar la economía (detención de inversiones, pugna entre el Ejeciutivo y el Legislativo, etc.); por lo general, fuera de las fronteras nacionales esto es algo que no se entiende, escuchen, por favor, a Hildebrant en este su último artículo que un sitio de Youtube, ajeno a él, emite.

Manolo.

Emitido por Youtube

HOMENAJE A JULIO CORTÁZAR


julio_cortazar_paris_enero_1969

Escribir sobre uno de los autores más grandes que hayamos podido leer sin la capacidad real para hacerlo, pero con las ganas inmensas de expresar la pena por su partida, contrastada con las alegrías inmensas que encontramos en cada párrafo suyo, hace que me remita a éste verdadero homenaje que César Hildebrandt publica hoy en «La Primera». Gracias César por decirlo tan bien.


25 años sin Cortázar
“No quiero llegar a ser un viejo decrépito”, dijo alguna vez Julio Cortázar.

Y se murió a los 70, antes de ser un viejo de verdad siquiera. Los rufianes del chisme dicen que se murió de Sida, como si eso importara.

Se murió, sencillamente. Pero dejó una obra que lo sobrepasa, un ejemplo de coherencia que los tránsfugas siempre le envidiaron, y un modo de ser y de leer, de escribir y de jazzear, de puntuar y de vocear que lo hacen único e inolvidable.

Cortázar fue un escritor genial que no quería honores. Lo que tuvo siempre fueron lectores. Y lo que podía regalar era estilo.

Hay escritores de enorme talento sobre los que pesa, sin embargo, la desgracia de carecer de firma. Son buenísimos pero jamás le sacaron al idioma una franquicia que les permitiera algunas exclusividades (que en eso consiste el estilo, no me digan).

Cortázar, en cambio, dejaba la huella de un bisonte en cada página. No hay cómo confundirlo. Allí están sus parrafadas enormes que imitaban el oleaje, su antisolemnidad, su incapacidad orgánica de ser huachafo, sus cuentos sin sobras, sus guiños anarcosurrealistas, sus burlas despiadadas, su intelectualismo moteado de ternura (ejemplo: algunas conversaciones de Lucía -la Maga- con Horacio Oliveira).

Y por encima de todo eso estaba la marca Cortázar: un modo personal y brillantísimo de entender la narración, de quitarle sonsonetes al idioma, de incorporar ráfagas de monólogo interior sin perder de vista la exterioridad del relato.

Y unas ganas de joder que sólo podían venir de un hombre lúdico y de un espíritu burlón. Ejemplo clásico de estas ganas es el idioma inventado en “Rayuela” (el glíglico) para describir el sexo entre la Maga y Oliveira (¿o debería decir entre la Maga y cualquiera?). El glíglico consistía en frases como esta:

“Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa…”

La primera vez que leí “Rayuela” fue en 1966, a los 18 años. Leyendo esa página de jerga de cama (y hasta de camastro) reí como sólo se puede reír a los 18. Y lo increíble es que ahora, varias mujeres y décadas después, el “glíglico” me sigue alegrando y entonando.

Valga este recuerdo para quienes sólo quieren evocar al Cortázar comprometido y casi nicaragüense. Ese Cortázar valía -aunque escribió una mala novela que se llamó “Libro de Manuel”-, pero a su lado siempre estuvo el Cortázar intemporal que me cambió la vida con su prosa de gabardina sucia.

Y no hablo, claro, sólo de “Rayuela”. Hablo también de sus cuentos -los mejores que se han escrito en la literatura latinoamericana-, esas piezas maestras que nos llevaban al desespero (los de “Bestiario”), o a la parodia de la inviabilidad social (“La autopista del sur”), o a los lugares menos soleados de la creación (“El perseguidor”).

Cortázar fue un cuentista magistral de muchísimos cuentos y el novelista supremo de una sola novela. Y esa fue “Rayuela”, un libro actualmente proscrito, quizá porque nada tiene que ver con los aspartames seudoliterarios que hoy cotizan las editoriales y sus mafias.

“Rayuela” es uno de los pocos libros que me hizo mirar al mundo de otra manera y a la literatura de otra manera y al amor de otrísima manera. Jamás podré olvidar a la Maga siendo leal a Oliveira y defendiendo su soledad de hembra deseada en el París que hablaba de Mondrian:

“-No sea asqueroso -dijo monótonamente la Maga-. ¿Qué gana con querer embarrar a Horacio? ¿No sabe que estamos separados, que se ha ido por ahí, con esta lluvia?”

No hay muchos libros que te abran los ojos y que te llenen los oídos. “Rayuela” es uno de ellos. Y hoy que estamos cerca del vigésimoquinto aniversario de la muerte de Julio Cortázar he sacado de un estante el viejo libro -decrépito, él sí- y lo he ido brincando y salteando como si fuera lo que es: una rayuela, el juego misterioso que Cortázar nos hizo jugar, el juego que termina en un cielo pintado con tiza en una acera.