
La distancia se acorta cada vez más y reflexionar sobre un suceso, termina dejando paso inmediato a la protesta. Muertos, heridos y un Marco Arana detenido. El incendio que avanza con atizadores y tímidos bomberos que además no son escuchados por el fragor de las llamas.
Es el Perú que se ve de adentro, no el país sonriente de las pantallas. Es el Perú de una tragedia que no quiere ser reconocida por muchos y trata de ser aprovechada por algunos: hoy es Cajamarca y los conflictos no resueltos puntean nuestro mapa. Ayer fue Cajamarca y los conflictos no resueltos punteaban nuestro mapa. Así parece que fuera siempre, desde que tengo memoria. Nunca hemos querido resolver los problemas sino que por alguna razón les dimos largas, maquillando las cosas y evitándolas. La Historia del Perú se vuelve la histeria de los que no alcanzan a comprender que lo que dicen las estadísticas sobre la pobreza y el sueldo mínimo son cifras que no pueden comerse.
El Perú que vivimos es diferente del país que soñamos y queremos ser. Un país donde cada esfuerzo cuenta pero que nunca se podrá resumir en una acción, en una frase o en una imagen. El Perú es un mosaico, un rompecabezas al que le faltan piezas
que hay que buscar entre las que están volteadas. El Perú es la sonrisa de bienvenida, pero también la rabia ante la injusticia y el llanto en los ojos de tantos.
Sé que estas son palabras, pero me ayudan, por lo menos a mí, a no creerlo todo y a fomentar las dudas. Porque he visto las muchas caras de nuestro país sé que la solución no es una y mientras no estemos dispuestos a enfrentar sus múltiples facetas seguiremos creyendo en cuentos de hadas y persiguiendo un “El Dorado” inexistente.
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