WALK DON´T RUN


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La mamá de Tuco abrió una tiendita de venta de discos en una pequeña galería comercial que supongo por nueva y estar algo a trasmano no tenía mucha clientela; allí nos juntábamos para “ayudar” y lo que en realidad hacíamos era oír música y conversar. A veces nos acompañaba algún amigo, pero por lo general esas tardes de verano eran más bien musicales, de conversación y espera…

 

Allí descubrí a “The Ventures” con su famoso “Telstar”, con “Walk don´t Run”, “Apache”, Runaway y tantas otras canciones donde las guitarras eléctricas, el bajo y la batería nos hablaban en “moderno” y nos parecían lo máximo. Era, creo, nuestro refugio en un mundo que ya entonces aparecía un poco desordenado y medio agresivo. No existía Internet, las computadoras personales y los correos electrónicos eran algo que no se conocía, pero la música, las conversaciones, uno que otro cigarrillo (cuando la mamá de Tuco –que fumaba bastante- nos “dejaba a cargo), algún sándwich y Coca-Cola llenaban nuestras tardes antes de cerrar e ir a la cercana avenida Arequipa para tomar el “Mercedes azul” que a mí me llevaría hasta Barranco, atesorando un disco del grupo favorito, comprado con los ahorros y por supuesto con un descuento “especial” por ser “amigo de la casa”.

Recuerdo que el primero que pude llevarme fue precisamente “Telstar” y después “Walk don´t Run”: gloriosos vinilos de 33rpm que por las noches escuchaba una y otra vez en la radiola “Saba” de la sala de mi casa, hasta que llamaban a comer y el noticiero del televisor en blanco y negro reemplazaba a “The Ventures” con noticias que eran una ducha de realidad.

 

No sabría decir si fue una época feliz, pero creo que para la época, era feliz. No recuerdo ningún verano triste en Lima, con sus posibilidades de playa y sol, primero bicicletas y luego estirando cada día hasta la noche oyendo una música que hoy de pronto sería tildada de simplona y primitiva, pero que en esos sesentas sonaba a rebelión (porque en nuestras casas a nadie le gustaba mucho).

 

Ahora que pienso, ya en esa época, el título de la canción que “The Ventures” tocaban maravillosamente, me estaba dando un consejo: “Camina, no corras” y francamente no sé si lo escuché porque si hubiera caminado más y corrido menos, hubiera hecho que ese tiempo en el que fui feliz, durara más.

 

 

 

Y por si quieren escuchar más a “THE VENTURES”, aquí está el link a un concierto en Japón en 1965.

https://www.youtube.com/watch?v=D6DmtPQv7V8&list=PLq_Y-lcSMTsd-5yNJQubu9gju

 

Imagen: http://www.flickr.com

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LA COLMENA,EL LADRILLO Y EL TRANVÍA / II


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Aunque dicen que nunca segundas partes fueron buenas, me arriesgo y aquí va la segunda y última parte de “LA COLMENA, EL LADRILLO Y EL TRANVÍA”, que espero complete lo que quedó sin tocar, es decir, los dos primeros: La Colmena y el ladrillo”.

 

La Colmena es la calle donde queda el edificio que fue el colegio “De la Inmaculada” y que albergaba cerca al “Venezia”, restaurante sobre el que se tejían historias que nunca confirmé y al frente del colegio la bodega de los Chiappe, dos de cuyos integrantes familiares eran alumnos del colegio y que tenía en la puerta un gato gordo (“gato de bodega” le decíamos) que miraba plácidamente el discurrir de la gente y los días. Allí, en los mediodías escolares eran infaltables las empanadas para unas hambres pre-almuerzo, dignas de escolares famélicos…

 

Aunque “La Colmena” se extendía a la derecha y a la izquierda del colegio, una especie de límites no consignados en ninguna parte eran la plaza San Martín por un lado y la plaza Dos de Mayo por el otro; el cine “Le París”, que proyectaba películas “para adultos” (y a veces con “serias reservas morales”) según la censura –supongo que “oficial” y definitivamente católica-) que eran publicitadas por afiches colocados en las vitrinas y el “foyer” del cine y eran la atracción prohibida y culposa de los “inmaculados” que pasaban por allí, camino al trasporte que los llevaría a sus casas…

Recuerdo que en un acto de moralidad militante, un grupito comandado por el P. González Quevedo, preparó una ofensiva contra las “inmoralidades” que se veían en el “Le París”, llenando focos a los que se les había cortado la parte de rosca metálica y vaciado de filamentos internos, con pintura, que se taponaron con trapos o papel periódico, en el laboratorio de química.

 

Fuimos una tarde-noche, luego de quedarnos a “preparar” lo que ahora se llamaría “el atentado” y quitándonos los escudos del uniforme, caminamos hasta el cine y tiramos los focos con pintura sobre los “pecaminosos afiches”, para después correr de regreso al colegio, donde agitados por la “aventura moralista” comentamos, mientras escondidos en una clase, temíamos haber sido perseguidos por alguien…

 

Por supuesto nadie nos persiguió y supongo que quienes nos vieron se sorprendieron pero no hicieron nada; además éramos perfectamente identificables porque por la zona éramos los únicos chicos con uniforme de saco azul y pantalón gris, aunque no lleváramos el escudo metálico con la “C” y la “I” cruzadas, prendido en el bolsillo superior del saco.

 

Supongo y ya no me acuerdo, que del cine se quejarían, pero ni nos acercamos a él para ver los “estropicios moralizadores” y guardamos absoluto silencio Estoy seguro que limpiaron el lugar y repusieron los afiches manchados por la pintura…

 

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El ladrillo era el material con que estaba construido el colegio y su mole rojo oscuro (“rojo ladrillo”) abarcaba casi toda una manzana y por supuesto todo el frente de la cuadra  6 de “Colmena izquierda”…

 

Después de misa, para los que habían comulgado y comprado su boleto de color azul que decía “A.M.D.G”, en la portería, había un “desayuno veloz” que consistía en leche chocolatada” que venía en botellas de vidrio ya vacías de “Coca-Cola” más un “chancay” (ese pan dulce tradicional, que en realidad eran dos pegados). A la bebida se llamó desde siempre, en el colegio, “ladrillo”, y existían los rumores –en broma, por supuesto- que se hacía con el polvo de los ladrillos… ¡Bien “tradicional” el asunto!

 

Y no puedo finalizar sin advertir que en la fotografía que ilustra la anterior y esta entrada, figura un tranvía cuyo “trole” es una especie de rejilla metálica que hace contacto con el cable que lleva la corriente eléctrica y en mi entrada anterior menciono una “ruedita” que es la que hace este contacto; bueno, los había de uno y otro modelo9, siendo el más común la “ruedita”.

 

Disculpen por lo largo del texto, pero ha tratado de no dejar fuera recuerdos que tengan que ver con los dos temas que aquí se trata. Es verdad que hay mucho más y que el ovillo va desenvolviéndose poco a poco, pero no se trata de cansar a nadie con mucho de algo…

 

Ilustraciones: Fotografía por Carlos Iturrino / Dibujo por José María Salcedo (de la carátula, revista “Gonzaga 63”).

 

 

 

 

 

NO ES MÁS QUE UN HASTA LUEGO


NO TE DIGO ADIÓS, SINO HASTA PRONTO

Por qué perder las esperanzas

de volverse a ver…

Por qué perder las esperanzas

si hay tanto que ver.

 

No es más que un hasta luego

No es más que un breve adiós…

Muy pronto junto al fuego

Nos reunirá el Señor.

 

Con nuestras manos enlazadas

y en torno al calor…

formemos esta noche

un círculo de amor.

 

No es más que un hasta luego

No es más que un breve adiós…

Muy pronto junto al fuego

Nos reunirá el Señor.*

*Canción de despedida de los Scouts.

 

Te vamos a extrañar, Javier, pero sabemos que pronto volveremos  a estar todos juntos en un recreo eterno, donde no importan   los goles pero siempre se necesitan jugadores y barristas.

Manolo.

CARTA OFICIAL


CARTA OFICIAL

Tendría unos trece o catorce años y en ese batiburrillo mental que se suele tener en la adolescencia, se me ocurrió, seguro sugestionado por las novelas policiales,  que sería ideal ser un detective del FBI y para eso se me ocurrió escribir una carta a la embajada norteamericana, preguntando qué debía hacer para lograrlo…

 

Era verano, había puesto en el correo el sobre como en julio –sin contarlo, por supuesto, porque mis fantasías eran mías y de nadie más- y con el tiempo pasado me olvidé de lo hecho, hasta que mi hermano mayor (doce años mayor, que en ese entonces estudiaba Derecho y trabajaba en el Ministerio de Gobierno), un día a la hora del almuerzo le enseñó a mi madre un sobre del correo que había llegado a mi nombre mientras yo no estaba en casa, sino en la playa, supongo que “reponiéndome” por haber perdido el año escolar suspendido en dos cursos: matemáticas y física/química en el colegio y… ¡también en los “cursos vacacionales” a los que tuve que asistir obligatoriamente durante dos meses a un colegio estatal (curioso nombrecito, casi burlón, ese de “cursos vacacionales” si tenemos en cuenta que las vacaciones son un tiempo de ocio y descanso, pero terrible como nombre y suceso en las perspectiva de un chico)…!

 

La carta era de la embajada norteamericana y mi hermano la abrió y leyó que mencionaban los pasos a seguir para naturalizarse norteamericano y por supuesto nada sobre el FBI: mi hermano, recuerdo bien que gritó “¿O sea que planeaste escaparte de la casa porque te jalaron de año…?” y sin dejarme decir nada ni explicar que mi carta a la embajada era de hacía más de seis meses, que entonces ni me imaginaba repetir el año escolar, que recién me respondían, que el FBI…, salió tirando la puerta  dejándome a mí mudo y a mi madre mirándome con tristeza; no almorcé nada y fui a encerrarme en mi cuarto, en el segundo piso, que colindaba con el de mi hermano, echando seguro a las dos puertas para estar solo, maldecir a la pérdida de año, a los gringos, a mi hermano y a mi suerte…

 

Ese fue mi intento fallido de hacerme detective del FBI sin pensar que había que ser gringo o naturalizarse para siquiera intentarlo; por supuesto, antes en mis planes había estado ser bombero o policía de investigaciones del Perú (PIP), pero seguramente me pareció más emocionante ser un detective de novela gringa, de esas que mi hermano compraba (y yo leía a hurtadillas) de la colección policial “Rastros” que creo se editaban en Argentina…

 

Claro, terminé siendo publicista, pero traté de ser cura y relacionista público antes.

 

Imagen: sp.depositphotos.com