RECORDANDO.


La memoria hace cosas curiosas. Conforme pasa el tiempo, el recuerdo de lo que pasó hace mucho tiempo, aparece nítido, con algunos detalles increíbles. Recordamos sucesos que por mucho tiempo estuvieron sepultados en lo profundo o creímos olvidados. Sin embargo, hechos recientes, a veces recentísimos e importantes, se borran sin dejar huella aparente. Estoy seguro que volverán a aflorar más tarde, cuando menos pensemos.

Es cosa de la edad y de avanzar en ella, estoy seguro. Lo hemos leído, nos lo han dicho, hemos escuchado chistes al respecto. Pero no es sino cuando nos sucede personalmente, primero en forma espaciada y luego más frecuentemente, que realizamos que lo que les pasaba a “otros” nos está ocurriendo. Son como dicen “cosas del Orinoco, que tú no comprendes y yo tampoco”. Aunque sepamos que existe una memoria inmediata y otra mediata. Aunque hayan explicaciones para el fenómeno. Sucede, nos pasa. Está sucediendo conmigo.

Para muestra basta un botón: hace unos días estaba escribiendo algo sobre publicidad, cuando yo me iniciaba en McCann. De pronto, al narrar una anécdota sucedida hace por lo menos cuarenta años, surgió imperiosa una figura y estuve buscando en mis archivos memorísticos el nombre del personaje. Recordaba su puesto, lo estaba viendo físicamente y por más que hacía esfuerzos, el nombre no salía. De pronto pronuncié lo que estaba seguro era su nombre de pila y como si tirara de un hilito secreto, vinieron su apellido y muchas cosas más tras de él. Completé la anécdota y por si acaso apunté el nombre y apellido esquivo, su cargo y la agencia en la que trabajamos juntos. Hice de alguna manera lo que los habitantes del pueblo de García Márquez, para no olvidarse de las cosas: ¡papelitos! Luego rompí lo escrito porque había regresado a mi memoria un nombre clave, junto con múltiples hechos relacionados. Reparé en algo una rota telaraña que de seguro me llevaría a más anécdotas.

Me sucede cada vez más a menudo y por eso escribo sobre sucesos pasados. Los traigo fácilmente al hoy y juego con ellos, dándoles la forma que los hechos parecen haber tenido, por lo menos en mi recuerdo. Seguramente embellezco o afeo zonas.

No soy un historiador que cuenta exactamente lo que sucedió. Ni un cronista. Soy simplemente un tipo que cuenta lo vivido por él o lo que creyó escuchar, tal y como se lo dicta la memoria, esperando no cometer errores gruesos.

Con los años, si sigo en este empeño de escribir, mi archivo cerebral, seguramente se irá abriendo poco a poco y podré encontrar sucesos que olvidé que conocía pero que estaban ahí, esperando saltar de la caja, como un juguete y a los que solo hay que quitarles el polvo y ponerlos a la luz.

Ya está muy dicho eso de “Recordar es volver a vivir” y yo también lo he citado infinidad de veces. Pero es cierto, traer el pasado al presente hace que se sientan los olores, que ciertas texturas cobren vida de nuevo y en general que todo lo que uno vivió regrese.

Sobre este tema debe haberse escrito mucho, pero quiero ponerlo aquí, porque es lo que me permite revisar el pasado, tener de nuevo a quienes ya se fueron, dando cuerda a un mecanismo que parece retroalimentarse siempre.

LEER:…ESA RIQUEZA.


 

A veces escribir sobre escritores, parece ocioso o propio de críticos, de los cuales alguien dijo: “Son como los impotentes, como no pueden tener hijos, no los quieren…”.

A propósito de mi anterior post sobre Sábato, quisiera decir que son muchos los escritores que han influido en mí, en mi vida, en mi manera de escribir cuando lo hago. Eso quiere decir que he leído. Si Neruda (con la distancia que hay entre el sol y un  candil) pudo escribir “Confieso que he vivido”, yo podría redactar una especie de librito de memorias, que se llame “Confieso que he leído”.

Lo he hecho en desorden y mucho. Antes del último infarto cerebral mi promedio eran cuatro libros nuevos por semana. Eso sin contar los diarios y revistas. ¿Los temas?: casi cualquiera que me cayera en las manos. Digo “casi” porque las matemáticas y yo, siempre guardamos una prudente distancia. Sin embargo, sí he leído sobre algo de paradojas  matemáticas, algo de historia de los números por Stanley Gardner y cosillas así (mi padre fue ingeniero y su diversión eran las matemáticas y lo respeto siempre también por eso).

Siempre leí de todo y sin ningún plan previo. Es claro que hubo libros que me hicieron leer y que entendí bien, mucho después. “El Quijote” fue uno de ellos. A Cervantes y su Caballero de la Triste Figura, los reencontré a los años de la primera –inconclusa y escolar- leída. Recorrí sus palabras lentamente y no me pude desprender de las aventuras-desventuras que allí se narran. El contexto histórico, el saber un poco más sobre la época, el mirar la literatura no como obligación sino como un campo donde buscar tesoros, todo me hizo hacer creer que no había leído ese libro. No estaba preparado entonces. No sabía que dentro de “Don Quijote” se escondía tanta vida. Antes miraba las ilustraciones magistrales –es cierto- de Gustavo Doré e imaginaba. La relectura me hizo encontrar muchísimo más en las palabras.

A los clásicos tuve que releerlos para disfrutarlos. Sus primeras lecturas fueron hechas seguramente de resúmenes o simplificaciones. No eran entretenidos los clásicos a primera vista. Otra vez la historia, las comparaciones y la vida me dieron otra perspectiva. Era diferente Homero y lo eran muchos más. Eran voces que me llegaban desde siglos y contaban historias coloridas e increíbles.

¿Qué no podría decir sobre una actividad que siempre me fascinó? Podría contar mucho pero en un tiempo estaría repitiendo los superlativos. Como un niño que trata de describir los fuegos artificiales vistos por primera vez, así lo haría. Diría “fantástico, genial, el no va más, el acabóse…” Mis lecturas siempre me produjeron un íntimo goce, una satisfacción que me hizo vivir muchas vidas.

Agradezco a mi padre que avivó la llama y me permitió acceder a todo lo que él leía. Agradezco a mi madre que supo que leer era un buen paso para escribir y lo fomentó. Agradezco a Verne, Salgari, Rider Haggard, a  tantos y tantos autores que leí de chico y me hicieron conocer el mundo. Gracias a Hesse, a Wilde y a los que hicieron mi adolescencia. A quienes permitieron conocer más a través de ellos en mi juventud y a los que ya en una edad que llamaríamos madura,  me hicieron atisbar otros mundos grandes y pequeños, internos o externos. Gracias de veras, porque sin la lectura no tendría nada de lo que ahora tengo en mi interior. Y sería muy pobre, sin saberlo.

HA MUERTO EL HOMBRE QUE HABITABA EN SANTOS LUGARES.


Recién hoy me animo a escribir sobre la desaparición física de Ernesto Sábato, a punto de cumplirse el centenario de su nacimiento. A los 99 años el cuerpo dijo basta y decidió dejar de respirar. Se fue como había venido, sin llevarse nada. Se fue dejando la imagen del hombre que se busca a sí mismo y pasa de la ciencia a la literatura y luego hace ingresar a la pintura no sé si como una afición vieja o un descubrimiento más en su carrera de ser hombre auténtico.

 

Gracias a sus pocos escritos, leídos muchas veces, aprendí tanto que solo me queda agradecerle. Agradecer a alguien, al que no conocí, acompañarme en momentos difíciles y ayudarme a tomar decisiones en temas cruciales.

Leí todo lo que él publicó y estuvo a mi alcance. Leí lo que escribieron sobre él. Estuve al tanto de sus desavenencias con ése otro gran referente de la literatura que fue Borges. Y con su reconciliación supe que le había descubierto al escritor, ciego ya, que sus obras se vendían en los quioscos, para admiración de este. Hice lo que pude para saber algo más de la persona que me había llegado al corazón y había llenado mi cerebro de inquietudes.

 

Hoy no está más presente y los homenajes por su centenario seguirán adelante. Él no podrá participar personalmente, pero donde esté asistirá. Estará observándolo todo, tomando nota mental de todo, para después concluir con algo que nos asombraría. De Sábato no solo quedan  sus libros, sino él que anida en los corazones, de los que como yo, leyeron “El Túnel’, “El escritor y sus fantasmas”“Antes del fin”  entre otras páginas suyas y aprendieron que la vida es una, que se puede tomar un camino, pero que al final, lo que vale la pena es la búsqueda y que ella está en nuestro interior.

CUCARACHA.


Barranco, el viejo Barranco, es pródigo en personajes memorables.

Personajes que a su manera ayudaron a moldar el carácter de distrito y que le dieron personalidad. Una personalidad especial, que hoy, con el avance del tiempo, estoy seguro que mantiene. Detrás de las noches de juerga y la droga a pedido y bastante fácil, está el Barranco de siempre, con sus callecitas calladas, con alguna plaza que verdea al sol y con los eternos enamorados. Estoy seguro que uno puede ver a los viejos pierolistas de “La Casa de Cartón” extendiendo su pañuelo de hierbas y cortando el aire del malecón en finas lonjas, con el bigote.

En Barranco, personajes como “Cucaracha” saltan a mi memoria, ayudados, qué duda cabe, por lectores de este blog, como Gustavo Melgarejo, que desde Roma, proclama su “barranqueneidad” y me alegra con sus comentarios.

“Cucaracha” era cuando supe de él, cargador del Mercado de Barranco. Ese lugar del que hoy solamente parece quedar la fachada. Dentro es otra cosa: un supermercado proclama dudosas modernidades. Bajito, patizambo con un sombrero de fieltro que había conocido mucho mejores épocas perennemente en la cabeza y con un carrillo hinchado por lo que luego supe era un “piccho” o bola de coca, “Cucaracha” no tenía nombre, sino apodo.

Lo veía cargar bultos inverosímiles y seguramente pesadísimos, ataviado con saco y chaleco, sudando a mares, raleando los pocos pelos de su cara extraídos en parte por una primitiva pinza hecha de una chapita metálica de gaseosa seguramente, pisada por el tranvía para aplanarla y doblada por la mitad.

“Cucaracha” se ajetreaba desde muy temprano cargando y llevando de todo. Podía vérsele a lo largo del día por el Mercado y recuerdo que se quitaba el sombrero y semi sonreía cuando se le entregaba lo que era en realidad una propina en pago de su esfuerzo.

Siempre exhalaba un olor a suciedad y alcohol mezclados. “Cucaracha” bebía de una “chata” de ron que quién sabe qué alcohol contenía.

Yo lo evoco servicial, dentro de su estilo. Era bizco y parecía tonto. De pronto no era esto último, pero los estimulantes habían hecho mella en él.

Era parte integrante del Mercado. De pronto, allí estaba listo para cargar un cajón de naranjas o un bulto de verduras. Lo hacía, recibía el dinero ofrecido sonriendo enigmáticamente, se quitaba el raído sombrero y seguía un rumbo que estaba marcado por sus clientes fijos y aquellos que eventualmente necesitaban de su servicios.

Alguna vez lo vi en la calle, cargado con lo que le habían encargado. Los palomillas le gritaban “¡Cucaracha!”, corriendo a su alrededor. Él mascullaba en sabe Dios qué y amenazaba sin soltar lo que llevaba. A más gesticulaciones, más risas y chacota.

Finalmente, “Cucaracha” se perdía por alguna calle murmurando para sí.

Crecí, me casé, salí de Barranco y no supe más de él.

Tenía en mente escribir algo sobre un hombre humilde que puso su presencia en mi infancia. Hoy lo hago, porque personajes como “Cucaracha” dan sentido a los recuerdos.

DOS HISTORIAS Y UNA mÁS.


 

Estas son historias publicadas también en “Correo” el 14 de setiembre de 1972.

Así era como era Barranco.  Barranco visto por un niño y recordado por un joven.

 

El negro “Camote” tenía vocación marcial.

Cada veintiocho de julio organizaba su propio desfile, que partiendo del mercado recorría una a una las calles, hasta desbandarse en risas y caras sucias.

Los palomillas del barrio marcaban el paso como nunca y se reían de la seriedad de “Camote”.

Todas las tardes, la bajada de los baños conocía sus pasos y los pájaros se asomaban a los árboles para mirarlo.

“Camote” era de todo: cuidador de jardines, guardián del mercado, organizador de desfiles y devociones particulares, cargador perenne del anda del Señor de los Milagros, etc.

Su gorra de policía municipal y su casaca de color histórico, paseaban el parque, la parroquia, el puente de los suspiros, la bajada de los baños. Eran sus dominios. Su territorio.

Él gobernaba allí y su covacha estaba llena de estampitas y santos, de cera derretida y borracheras diarias y memorables.

El negro “Camote” era un personaje emérito, a su manera, en el distrito de Barranco.

Hace unos días mi madre fue a una misa por él.

“Camote” había muerto como vivió. Mayordomo especial del Señor de los Milagros, con sus ceras derretidas y una botella de mal pisco.

Su pito ha dejado de oírse y los pájaros extrañan sus pasos vacilantes y sus voces.

Los palomillas del mercado, no tendrán quien les organice su desfile el próximo 28.

 

 

 

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Cuando era chico iba con mi triciclo azul de madera y una chompa amarilla, a pedalear en el parque.

Las grandes palmeras goteaban lluvias pasadas y la pérgola ofrecía pequeños charcos a los gorriones que se confundían con el gris del cielo.

El parque era escenario de bailes de carnaval, enamorados y estudiantes. Las retretas animaban ciertas noches y yo escuchaba entre sueños, desde la casa,  las rigurosas marineras ejecutadas por la banda de la Guardia Republicana.

Lo más impresionante del parque era la mujer de la fuente. El triciclo era mi pretexto.

Podía mirarla largo rato y asombrarme con su blancura y con el agua que siempre salía de sus manos.

En .as pequeñas tardes de invierno, me compadecía de su frío y esperaba verla estremecerse.

Soñaba con ella y la mujer del parque era casi mi enamorada.

El otro día me detuve a mirarla. Sigue allí. Las retretas y los bailes de carnaval han quedado atrás.

Los gorriones siguen saltando entre los charcos de lluvia y la ex municipalidad se ha convertido en biblioteca.

La mujer de mi niñez sigue dejando escurrir el agua entre sus manos y me pareció ver incluso barquito de papel, que echara yo al estanque veinte años atrás.

 

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Su bastón, sin contera de goma, golpeteaba las tardes de mi infancia.

“Platanazo” (nunca supimos su nombre)  vivía a la vuelta de la casa, en una especie de buhardilla alta, con reminiscencias de torreón encristalado.

Su traje negro paseaba calles sin oficio aparente. Anteojos oscuros, cara picada de viruela.

Cada tarde, al pasar, el impulso nos vencía y un “¡Platanazo!” gritado apresuradamente desde el balcón, nos producía sensación de aventura. Él amenazaba al aire con su bastón y seguía adelante.

“Platanazo” tenía un hermano al que le decían “Gasolina”. A “Gasolina” lo mató un tranvía. Uno de esos tranvías que gorreábamos pasándonos del carro de adelante al acoplado, sin que nos viera el cobrador. Uno de esos tranvías grises que hacían temblar las casas de la avenida Pedro de Osma.

“Platanazo” también murió No supe de qué ni cuando. Simplemente dejó de pasear su figura flaca y su bastón repiqueteante.

Con él se fue un poco de la infancia que inventaba juegos en los barrancos y en la quebrada de Armendáriz.

TURISMO


LUEGO DE UN DÍA COMO EL DE AYER, ME DOY 24 HORAS PARA POSTEAR. LO HAGO PONIENDO UN TEXTO QUE ESCRIBÍ EN EL PRIMER GOBIERNO DE ALAN GARCIA, CUANDO ME ENCARGARON UNOS GUIONES DE TV SOBRE LA SIERRA. LOS GUIONES SE HICIERON Y LOS VIAJES DE NECESARIA EXPLORACIÓN TAMBIÉN.

N. LO QUE NO SE HIZO FUE GRABAR Y PONER LOS CORTOS EN TELEVISIÓN. DE ESO HACE MUCHO TIEMPO…PERO DE NUEVO, PARECE QUE FUE AYER. U HOY.

TURISMO

Viajar es divertido. Especialmente si se toman las cosas con filosofía. Y eso es lo que he venido haciendo desde hace casi un mes. Un encargo profesional me ha llevado a recorrer diversas ciudades de nuestro país, mirándolo todo con ojos turistas.

Y las cosas se ven de diferente manera. Con susto, por decir lo menos.

¿Cómo no asustarse por ejemplo, cuando en un novísimo restaurante arequipeño por un piqueo, tres gaseosas y tres helados te cobran dos mil quinientos intis? ¿O como no abrir los ojos como platos cuando en Cajamarca una camioneta es ofrecida para hacer seis horas de recorrido turístico por doce mil intis?

¿Cómo no desear ser ministro de Estado o algo así, cuando un “aduanero” en el control oficial de San José en Arequipa, te amenaza con requisarte tu cámara fotográfica comprada en 1979, porque según él “está nuevecita” y tú has cometido el pecado de estar viniendo de Tacna?

¡Pobres turistas! Los ojos en lugar de paisajes se les deben llenar de lágrimas cuando se quedan varados, los maltratan, roban e insultan.

Lágrimas de rabia e impotencia porque ante la prepotencia estúpida y mañosa de un delincuente disfrazado de “autoridad” no hay quien lo defienda.

Porque cuando los asalten pasarán a engrosar – con honrosas excepciones- la estadística de gringos cojos con acento agudo, o se convertirán en anécdota. Porque cuando quieran llevarse la réplica de un huaco peruano, tendrán que obtener un permiso. Ojo que es una réplica, copia. No un huaco auténtico. Pero es que estamos en el Perú.

Pero no todo es malo, claro. También existen esas flores del desierto que se desviven dando direcciones, atendiendo y son un dechado de gentileza.

El Perú es una maravilla pero los peruanos estamos reventándola.

¿Cómo explicar que en los muros blancos de las casas de Recuay, manos venidas quién sabe de donde hayan garabateado consignas políticas destruyendo el trabajo de los pobladores?

¿Cómo no asombrarse al comprobar que en el inmenso Hotel de Turistas, de las isla Estévez, en Puno, no te dejan entrar si no demuestras estar hospedado, por “órdenes superiores”? ¿Qué administrador de hotel puede ser tan inepto para dar una orden así?

¿Cómo mantener como empleados a los “funcionarios” del aeropuerto de Juliaca que hacen formar filas a los pasajeros para un mismo vuelo: “Izquierda los que van a Arequipa (once) y derecha los que van a Lima (noventa y pico)” y después de dos horas de espera, llegado el avión, hacen pasar con lógica criolla, a los noventa y pico primero?

Sería muy largo de contar los asombros, indignaciones y otros sentimientos parecidos que experimentamos en estos días.

Ahora comprendo a un turista norteamericano que maldecía porque después de haber ahorrado durante toda su vida para conocer el Cusco, fue robado en Arequipa… ¡y acusado por el ladrón de haberle robado el gringo a él…!

Y ahora, no me van a creer: el trabajo que estoy haciendo es para promocionar el turismo hacia el Perú ¿Cómo la ven?