Qué pena no tener una fotografía para mostrar como referencia y confiar tan sólo en la memoria que cuando falla, suele inventar para parchar el hueco.
La Tavernetta quedaba en el jirón Puno, frente a las oficinas del Ramo de Loterías de Lima y Callao y frente, claro está, a la Escuela Superior de Relaciones Públicas y Turismo del Perú.
La Tavernetta era un restaurante con mesas convertidas en apartados; es decir mesas colocadas entrando a la derecha, en forma perpendicular y banquetas corridas con espaldar, que daban una cierta intimidad a los cpmensales. Existía una barra y desde detrás, Baldo Baldi y su esposa dominaban el panorama y cuidaban la atención a los clientes.
Nosotros, alumnos de la Escuela de RRPP del frente, matábamos ciertas horas con un café alargado o un jugo que demoraba en terminarse. Llenábamos los ceniceros de colillas y conversábamos bajo la sonrisa de Baldo y las pocas pulgas de su mujer.
Cuando digo nosotros me refiero a Freddy Ego Aguirre, Luchi Figari, Mariella De la Fuente, Nelly Castle, Mirtha Balestra, Beatriz Sánchez León, Fernando Váscones, Sylvia Llerena, Javier Moore y otros cuyos nombres están guardados con llave en mi memoria de por allá el 66 y 67.
Es cierto que no estábamos siempre todos, pero a veces en dos mesas con cuatro o seis nos reuníamos animadamente antes de emprender excursiones por el centro de Lima, mirando como si fuéramos turistas. Recuerdo mucho haber entrado a la iglesia de LaMerced y sentados en las bancas conversar en voz baja, hasta que nos botaron por entrar a «enamorarnos». Queda grabada en mi memoria también la foto que nos hicimos, sentados en una de las cadenas que rodeaban la pileta central de la Plaza de Armas, gracias a los buenos oficios de un fotógrafo ambulante.
En La Tavernetta la ociosidad nos hacía dejar casi desatornilladas las tapas de los azucareros, sabiendo que el próximo cliente que quisiera endulzar su café vería esparcida el azúcar por la mesa. Hacíamos también agujeritos con un alfiler a los sorbetes que siempre se llamaron cañitas, para que quienes nos reemplazaran en la mesa tuviesen las mayores dificultades al tomar un jugo o una bebida, pues sería más el aire que absorbían que el líquido.
Supongo que a éso se debía la mala cara de la esposa de Baldo, que sabía que nadie sino nosotros, en nuestras eternizadas estancias podíamos hacer ése tipo de cosas.
Era muy raro que comiésemos algo, salvo algún solitario sandwich. Sin embargo nunca podré olvidar cuando pedí unos spaghetti que llegaron en plato hondo con la sencillez de la buena comida y fueron alabados por mi. Pocas veces vi a alguien tan contento como a la señora Baldi en aquél momento. Era que había salido de detrás del mostrador y los había preparado ella misma porque faltaba o había salido el cocinero. El muchacho serio pero molestoso que podía ser yo, se había transformado de pronto en un ragazzo que alababa il suo piatto! Se puso tan contenta…
Creo que después de aquella anécdota suavizó sus maneras y nos prohijó un poco a todos.
La Tavernetta cerraba los domingos, el día que nosotros íbamos al teatro Municipal a escuchar el concierto de la Orquesta Sinfónica. Llegábamos a instalarnos en cazuela que era donde nuestros teneres permitían. Después del concierto caminábamos hasta el costado del cine Colón, en Quilca, para tomar el ómnibus que nos repartiría por la Av. Arequipa y a mi me llevaría hasta Barranco, después de haber planeado encontrarnos en algún cine-club por la tarde-noche. Recuerdo dos: el del Ministerio de Trabajo y el del colegio Champagnat.
Javier Moore manejaba el auto de su padre, un Austin verde creo, que a veces nos regresaba del cine-club mientras los comentarios crecían y se acaloraban en el estrecho espacio del automóvil, ufanos de conocer actores, filmografías y directores.
La Tavernetta…
No creo que exista ya. Baldo y su esposa seguramente tampoco estarán y el mozo, uno gordo y sonriente que nos atendía no sé si viva aún.
Pero si pudieran leer estas líneas, si alguno de mis amigos de la Escuela llegara a ver escrito esto, quiero que sepa que recuerdo tanto ésos días y vienen a mi memoria tantas imágenes que se me hace difícil descifrarlas y separarlas.
El jirón Puno, La Tavernetta, Baldo Baldi, los «expresos» azules marca Mercedes Benz, los vendedores de maní confitado en las colas para subir al ómnibus; mis primeras pipas y el tabaco Half & Half comprado en La Colmena, en ésa pequeña tienda que vendía tabaco, pipas, cigarrillos de todas partes del mundo, revistas y pequeñas chucherías… Todo está aquí. Un poco mezclado tal vez, pero fresco en la memoria.