EL INGENIERO


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Hoy, 26 de diciembre mi padre hubiera cumplido 116 años; era ingeniero mecánico-electricista e ingeniero civil. Escribía poesía, pintaba, tomaba, revelaba e iluminaba sus propias fotografías, leía todo el tiempo y siento que  puso la valla tan alta, que saltarla en esta carrera que es la vida, por lo menos para mí, resulta imposible porque escalar paredes verticales no ha sido ni es mi fuerte.

 

He escrito muchas veces sobre él, que sin quererlo, ha sido un ejemplo desde que tengo memoria. Un ejemplo en todos los campos menos en el de la música, para la que era sordo; era mi madre la musical de la pareja y a Manuel Enrique, fusas, corcheas y semifusas lo traían sin cuidado.

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Era religioso y mucho, pero no “cucufato”; se ganó el apodo de “el Obispo Laico” por su permanente trabajo desde la universidad, en la Unión de Estudiantes Católicos, en los diferentes grupos parroquiales, en la Acción Católica Peruana de la que fue presidente varias veces; también fue condecorado con la Orden de Malta, militó en los Caballeros de Colón, actuó como locutor oficial de diversos Congresos Eucarísticos en Lima, Arequipa y Trujillo. Era de misa dominical fija y donde iba daba testimonio de vivir verdaderamente su religión.

Recuerdo, ahora que ha pasado la Navidad, que todos los años, los 4 domingos de Adviento, en la mesa, a la hora de comer, en cada lugar había una tarjetita primorosamente dibujada (cada una con una ilustración distinta) y una oración para leer en común, extraída de algún evangelio que mi padre preparaba pacientemente, con el tiempo necesario…

 

Siempre me impresionó cómo la religión era parte totalmente integral de su vida y cada cosa que hacía era una ofrenda para él, sin importar lo que fuese y su alegría contagiosa nos hacía sentir cuánto disfrutaba.

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Recorrió el país construyendo carreteras, pasó –como se dice- “pellejería y media”, fue catedrático universitario, escribió un libro importante sobre pavimentos (una de sus muchas especialidades profesionales), pero sobre todo fue un padre justo, que nos enseñó a vivir a mis hermanos y a mí, sin necesidad de decir una palabra, predicando, verdaderamente, con el ejemplo…

 

Dejo para el final su relación hermosa con Tony, mi madre ambos están siempre presentes, acompañándome, caminando agarrados de la mano, por las calles de ese Barranco que miraba sonriente a dos ancianos que se querían tanto.

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CUANDO UNA EXCEPCIÓN A LA REGLA HA SIDO TU COMPAÑERO DE COLEGIO


CUANDO UNA EXCEPCIÓN A LA REGLA HA SIDO TU COMPAÑERO DE COLEGIO

“…pocos conocemos le sucedió al Dr. Jorge Alva Hurtado (actual Rector de la Universidad Nacional de Ingeniería), él fue un perito contratado en el proyecto del Transvase Olmos por el estado, por vergonzoso cobro que hacía Odebrecht al estado, resulta que Odebrecht había solicitado mayor pago por la voladura de rocas en el transvase, la empresa Brasileña quería cobrarle 250 millones de soles (unos 75 millones de dólares) al estado Peruano, él Dr. Alva en su informe señaló que según los metrados a Odebrecht solo debía pagársele 17 millones de soles (5 millones de dólares). Se comenta que como venganza, Odebrecht les pidió a todos sus socios que no le den ningún trabajo de consultoría a la empresa consultora del Dr. Alva, y así fue. Este quizás sea uno de los muchos casos o ejemplos de cómo los ingenieros habían puestos metrados falsos, precios unitarios falsos, costos inflados para darle sustento y cobrarle, en este caso casi 15 veces más del costo real, dinero que al final no fue cobrado a pesar que los sinvergüenzas de Odebrecht apelaron al fallo.

 

Jorge Alva Hurtado, ingeniero civil, ha sido mi compañero de colegio y me siento muy orgulloso de él y aunque tal vez para muchos esto sea irrelevante, estoy seguro que todos los que compartimos con él nuestros años escolares en el viejo colegio de los jesuitas en la avenida “La Colmena” del centro de Lima, tenemos el mismo sentimiento.

 

El link (https://www.linkedin.com/pulse/quienes-elaboraron-informes-tecnicos-enga%C3%B1osos-para-la-luis-f-castro) que motiva este post lo pasó un compañero de clase y creo que esta es una muestra de que al final del túnel siempre hay una luz y que la esperanza es una planta que no necesita mucha agua para seguir viva; en medio del desmadre de corrupción que parece llevarse de encuentro todo en nuestro país el saber que hay personas como Jorge nos dice que no se perdió todo y hace que la fe en un mejor futuro se recomponga.

 

Es verdad que una golondrina no hace verano pero también es cierto que las golondrinas no vuelan solas.

 

Imagen: http://www.guiainfantil.com

EL «TERROR» POR «EL BALDOR»


https___4.bp.blogspot.com_-u8SyzEdUZcE_WmqHfBO6edI_AAAAAAAABcc_ikFOR8vulMcFazbRSnO11_7A7hmJkbe0ACLcBGAs_s1600_Libro_de_Algebra_Aurelio_Baldor

Este texto me lo pasó un compañero de colegio, es largo para un post habitual pero me ha parecido tan hermoso que quisiera compartirlo con ustedes. Las matemáticas nunca fueron mi fuerte y el libro de Aurelio Baldor («El Baldor») fue mi terror, ese que estoy seguro es  compartido con muchos estudiantes  de secundaria de América Latina.

Manolo.
Aurelio Baldor, el autor del libro que más terror despierta en los estudiantes de bachillerato de toda Latinoamérica, no nació en Bagdad. Nació en La Habana, Cuba, y su problema más difícil no fue una operación matemática, sino la revolución de Fidel Castro. Esa fue la única ecuación inconclusa del creador del Álgebra de Baldor, un apacible abogado y matemático que se encerraba durante largas jornadas en su habitación, armado sólo de lápiz y papel para escribir un texto que desde 1941 aterroriza y apasiona a millones de estudiantes de toda Latinoamérica.

El Álgebra de Baldor, aun más que El Quijote de la Mancha, es el libro más consultado en los colegios y escuelas desde Tijuana hasta la Patagonia. Tenebroso para algunos,misterioso para otros y definitivamente indescifrable para los adolescentes que intentan resolver sus «misceláneas» a altas horas de la madrugada, es un texto que permanece en la cabeza de tres generaciones que ignoran que su autor, Aurelio Ángel Baldor, no es el terrible hombre árabe que observa con desdén calculado a sus alumnos amedrentados, sino el hijo menor de Gertrudis y Daniel, nacido el 22 de octubre de 1906 en La Habana, y portador de un apellido que significa «valle de oro» y que viajó desde Bélgica hasta Cuba.

Daniel Baldor Reside en Miami y es el tercero de los siete hijos del célebre matemático.Inversionista, consultor y hombre de finanzas, Daniel vivió junto a sus padres, sus seis hermanos y la abnegada nana negra que los acompañó durante más de cincuenta años, el drama que se ensañó con la familia en los días de la revolución de Fidel Castro.

Aurelio Baldor era el educador más importante de la isla cubana durante los años cuarenta y cincuenta. Era fundador y director del Colegio Baldor, una institución que tenía 3.500 alumnos y 32 buses en la calle 23 y 4, en la exclusiva zona residencial del Vedado. Un hombre tranquilo y enorme, enamorado de la enseñanza y de mi madre, quien hoy lo sobrevive, y que pasaba el día
ideando acertijos matemáticos y juegos con «números», recuerda Daniel, y evoca a su Padre caminando con sus 100 kilos de peso y su proverbial altura de un metro con noventa y cinco centímetros por los corredores del colegio, siempre con un cigarrillo en la boca, recitando frases de Martí y con su álgebra bajo el brazo, que para entonces, en lugar del retrato del sabio árabe intimidante, lucía una sobria carátula roja.

Los Baldor vivían en las playas de Tarará en una casa grande y lujosa donde las puestas de sol se despedían con un color distinto cada tarde y donde el profesor dedicaba sus tardes a leer, a crear nuevos ejercicios matemáticos y a fumar, la única pasión que lo distraía por instantes de los números y las ecuaciones. La casa aún existe y la administra el Estado cubano. Hoy hace parte de una villa turística para extranjeros que pagan cerca de dos mil dólares para pasar una semana de verano en las mismas calles en las que Baldor se cruzaba con el «Che» Guevara, quien vivía a pocas casas de la suya, en el mismo barrio.

«Mi padre era un hombre devoto de Dios, de la patria y de su familia», afirma Daniel. «Cada día rezábamos el rosario y todos los domingos, sin falta, íbamos a misa de seis, una costumbre que no se perdió ni siquiera después del exilio». Eran los días de riqueza y filantropía, días en que los Baldor ocupaban una posición privilegiada en la escalera social de la isla y que se esmeraban en distribuir justicia social por medio de becas en el colegio y ayuda económica para los enfermos de cáncer.

El 2 de enero de 1959 los hombres de barba que luchaban contra Fulgencio Batista se tomaron La Habana. No pasaron muchas semanas antes de que Fidel Castro fuera personalmente al Colegio Baldor y le ofreciera la revolución al director del colegio. «Fidel fue a decirle a mi padre que la revolución estaba con la educación y que le agradecía su valiosa labor de maestro…,
pero ya estaba planeando otra cosa», recuerda Daniel. Los planes tendría que ejecutarlos Raúl Castro, hermano del líder del nuevo gobierno, y una calurosa tarde de septiembre envió a un piquete de revolucionarios hasta la casa del profesor con la orden de detenerlo. Sólo una contraorden de Camilo Cienfuegos, quien defendía con devoción de alumno el trabajo de Aurelio Baldor, lo salvó de ir a prisión. Pero apenas un mes después la familia Baldor se quedó sin protección, pues Cienfuegos, en un vuelo entre Camagüey y La Habana, desapareció en medio de un mar furioso que se lo tragó para siempre. «Nos vamos de vacaciones para México, nos dijo mi papá. Nos reunió a todos, y como si se tratara de una clase de geometría nos explicó con precisión milimétrica cómo teníamos que prepararnos. Era el 19 de julio de 1960 y él estaba más sombrío que de costumbre. Mi padre era un hombre que no dejaba traslucir sus emociones, muy analítico, de una fachada estricta, durísima, pero ese día algo misterioso en su mirada nos decía que las cosas no andaban bien y que el viaje no era de recreo», dice el hijo de Baldor.

Un vuelo de Mexicana de Aviación los dejó en la capital azteca. La respiración de Aurelio Baldor estaba agitada, intranquila, como si el aire mexicano le advirtiera que jamás regresaría a su isla y que moriría lejos, en el exilio. El profesor, además del dolor del destierro, cargaba con otro temor. Era infalible en matemáticas y jamás se equivocaba en las cuentas, así que si calculaba bien, el dinero que llevaba le alcanzaría apenas para algunos meses. Partía acompañado de una pobreza monacal que ya sus libros no podrían resolver, pues doce años atrás había vendido los derechos de su álgebra y su aritmética a Publicaciones Culturales, una editorial mexicana, y había invertido el dinero en su escuela y su país.

La lucha empezaba. Los Baldor, incluida la nana, se estacionaron con paciencia durante 14 días en México y después se trasladaron hasta Nueva Orleáns, en Estados Unidos, donde se encontraron con el fantasma vivo de la segregación racial. Aurelio, su mujer y sus hijos eran de color blanco y no tenían problemas, pero Magdalena, la nana, una soberbia mulata cubana, tenía que separarse de ellos si subían a un bus o llegaban a un lugar público. Aurelio Baldor, heredero de los ideales libertarios de José Martí, no soportó el trato y decidió llevarse a la familia hasta Nueva York, donde consiguió alojamiento en el segundo piso de la propiedad de un italiano en Brooklyn, un vecindario formado por inmigrantes puertorriqueños, italianos, judíos y por toda la melancolía de la pobreza. El profesor, hombre friolento por naturaleza, sufrió aun más por la falta de agua caliente en su nueva vivienda, que por el desolador panorama que percibía desde la única ventana del segundo piso.

La aristocrática familia que invitaba a cenar a ministros y grandes intelectuales de toda América a su hermosa casa de las playas de Tarará, estaba condenada a vivir en el exilio, hacinada en medio del olvido y la sordidez de Brooklyn, mientras que la junta revolucionaria declaraba la nacionalización del Colegio Baldor y la expropiación de la casa del director, que sirvió durante años como escuela revolucionaria para formar a los célebres «pioneros». La suerte del colegio fue distinta. Hoy se llama Colegio Español y en él estudian 500 estudiantes pertenecientes a la Unión Europea. Ningún niño nacido en Cuba puede pisar la escuela que Baldor había construido para sus compatriotas.

Lejos de la patria Aurelio Baldor trató en vano de recuperar su vida. Fue a clases de inglés junto a sus hijos a la Universidad de Nueva York y al poco tiempo ya dictaba una cátedra en Saint Peters College, en Nueva Jersey. Se esforzó para terminar la educación de sus hijos y cada uno encontró la profesión con que soñaba: un profesor de literatura, dos ingenieros, un inversionista, dos administradores y una secretaria. Ninguno siguió el camino de las matemáticas, aunque todos continuaron aceptando los desafíos mentales y los juegos con que los retaba su padre todos los días.

Con los años, Baldor se había forjado un importante prestigio intelectual en los Estados Unidos y había dejado atrás las dificultades de la pobreza. Sin embargo, el maestro no pudo ser feliz fuera de Cuba. No lo fue en Nueva York como profesor, ni en Miami donde vivió su retiro acompañado de Moraima, su mujer, quien hoy tiene 89 años y recuerda a su marido como el hombre más valiente de todos cuantos nacieron en el planeta. Baldor jamás recuperó sus fantásticos cien kilos de peso y se encorvó poco a poco como una palmera monumental que no puede soportar el peso del cielo sobre sí. «El exilio le supo a jugo de piña verde. Mi padre se murió con la esperanza de volver»,
asegura su hijo Daniel.

El autor del Algebra de Baldor se fumó su último cigarrillo el 2 de abril de 1978. A la mañana siguiente cerró los ojos, murmuró la palabra Cuba por última vez y se durmió para siempre. Pero sus siete hijos, quince nietos y diez biznietos, siempre supieron y sabrán que a Aurelio Baldor lo mataron la nostalgia y el destierro.

¡GRACIAS POR HABER SIDO ASÍ!


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A Tony y a Manuel Enrique, allá en el Barrio Eterno, les envío un abrazo inmenso hoy que es el último día del año y estarán celebrando como todos los 31 de diciembre, su aniversario de matrimonio; el día en el que la chica que se subía a los árboles, tocaba timbres  corriendo antes de que abrieran las puertas y el ingeniero serio, pero de gran sonrisa, empezaron esta familia de padres e hijos de la que ahora solo quedo yo.

 

Quiero darles esas gracias inmensas que estoy seguro no serán suficientes nunca, por haber sido como fueron, por darnos a mis hermanos y a mí ese ejemplo viviente que los llevaba, amándose, a superar dificultades, capear vientos y a disfrutar del sol, del mar, del campo y de las pequeñas cosas como el canto del pájaro o la risa del niño.

 

Gracias por enseñarnos a caminar, marcarnos el sendero para dejarnos -vigilándonos siempre- que solos encontráramos el rumbo con nuestro propio ritmo; gracias por enseñarnos que cada día es distinto y que trae consigo alegrías y penas.

 

Gracias a Tony y a Manuel Enrique por darnos lo que nadie podrá quitarnos nunca y es ese ejemplo de vida –perdonen si redundo- que construyeron con paciencia, hecho de días felices y difíciles, uniéndolos con la argamasa indestructible del amor.

 

Hoy que es el último día del año y que para ustedes fue el primero de una vida feliz, mi gratitud eterna, que es pequeña, lo sé, por haber sido como fueron.

 

Manolo.

 

 

EL JOVEN ENRIQUE


EL JOVEN ENRIQUE

Mi amigo Lucho le decía a mi padre “el Joven Enrique” y a mi madre “la Niña Tony”, tal vez porque en las películas de vaqueros que tanto nos gustaban y veíamos en el cine Balta de Barranco, siempre había un “joven” que se llevaba a la “chica” y él en vez de chica, cariñosamente, llamaba “niña”  a Tony; no lo sé con certeza, pero esa manera de nombrarlos definió siempre algo especial para mí.

 

Hoy, 14 de setiembre, hace ya años, el Joven Enrique murió mientras yo le hacía masaje al corazón y su amigo de siempre, médico cardiólogo, le daba respiración boca a boca hasta que pasados unos minutos me dijo que lo dejara, porque la sangre ya no llegaba a su cerebro y se echó a llorar mientras mi madre rezaba…

 

Casi a fin de este año, el 26 de diciembre, el Joven Enrique hubiera cumplido 115 años y se fue un año que se ha borrado de mi memoria, como se borran de ella las muertes de quienes sigo queriendo aunque no estén conmigo porque prefiero recordarlos en la cotidianeidad de sus sonrisas…

 

Tener juntos en el corazón y en las cosas familiares al Joven Enrique y a la Niña Tony que cogidos de la mano caminaron su camino enseñándome con el ejemplo que el amor es lo que permite vivir, hace que cada día sea como ese ayer que aunque sé que se ha ido, está en los recuerdos que se quedan amables; por eso, hoy que es viernes, me desperté pensando en el Joven Enrique y en que se fue en el día de la Santísima Cruz, el nombre de la parroquia a la que perteneció en Barranco.

SONRISA PAPY0002