
Era definitivamente bueno y tenía una paciencia de santo.
Sin hijos, se prestaba gustoso para cuidar sobrinos y muchas veces a estos y a sus amiguitos …
Su casa siempre era bulliciosa y él, desde un sillón, miraba a los mocosos travesear, correr, saltar y por supuesto, pelearse de vez en cuando.
Nada parecía alterarlo y es que tampoco nadie sabía de su secreto, y era que, en el cajón de su mesita de noche, dentro de una pequeña caja plástica, guardaba los audífonos que le permitían escuchar algo, porque era recontra sordo y la sonrisa que le bailoteaba en la boca, era de satisfacción por serlo.
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