
Entre las frases que solía decir mi padre y que hasta ahora, algún amigo de mi infancia recuerda- hoy, 26 de diciembre, pegadito a la Navidad, a unos días del 31, que es el día del aniversario de matrimonio de Tony y Enrique (¡90 años…!), y con un pie ya en el nuevo año…- que mi padre cumpliría 118 años, esta, la del título, lo pinta de cuerpo entero, porque siempre pensó que cada ser humano es único y tiene sus peculiaridades. Lo importante es aceptarlas…
Si a esas ocasiones señeras sumamos que Alicia y yo nos casamos un 30 de diciembre, tendremos, desde hace tiempo, un fin de año lleno de recuerdos, festejos, alegrías, ausencias y agradecimiento, porque hemos tenido la fortuna de vivir la aventura de la vida, jalonada por fechas memorables…
Tal vez se pensaría que, entre el tráfago de fechas, festejos, obsequios, villancicos, arbolito, nacimiento, tarjetas de felicitación, pavos nuevañeros y demás, el 26 pasó un poco desapercibido, pero la sonrisa de Manuel Enrique, brilló siempre y su luz sigue marcando para mí este día, en el que el hombre bueno nació. El hombre que habría de ser ingeniero, constructor de caminos, lector empedernido, un ferviente, comprometido y alegre católico, esposo ejemplar, malgeniado, profesor universitario, padre y abuelo incomparable…
Siempre que lo recuerdo, es su sonrisa la que viene a mi mente –lo he dicho siempre- y hoy, más que nunca, es una especie de faro que me guía en este embravecido mar, ese mismo mar que un día navegamos juntos y del que él me enseñó los secretos, para hacer de mí un buen marinero y me preparó para que –en mi propia barca- desafiara las olas…
¡Gracias, Manuel Enrique, por ser mi padre, mi amigo, mi maestro! Ojalá que pronto nos abracemos como cada 26 de diciembre…
Te quiero. ¡Feliz cumpleaños!
Manolo.
Ojalá. Saludos
🙂 🙂 🙂