¡BANG, BANG, BANG…! ¡OH-LA-LA!


Que, en medio de las balas y una lluvia de vidrios, se atisbe, sacando la cabeza y se diga “¡Oh-La-La!”, no es lo mejor que puede suceder, o por lo menos, parece parte de una escena de ficción …

Bueno, las escenas de ficción esconden verdades que no tienen nada de imaginarias, sobre todo si eres parte de ella: Precisamente el que atisbaba, en medio de las balas y la lluvia vítrea … ¡Era yo!

Es que cuando uno tiene diecinueve años, puede ser lo bastante inconsciente como para pasar por situaciones           –vamos a decir – embarazosas, por no decir de peligro …

Tenía esa edad aproximadamente; edad en que la plata no alcanza y tampoco es que se presenten muchas oportunidades para ganar algo y evitar andar pidiendo en casa, propinas, que además de ser escasas, resultan –se piensa, con los labios apretados- vergonzosas, porque a esas alturas, muchos amigos ya trabajan y uno estudia algo por las mañanas y hace lo que le gusta por las tardes, pero por lo que no le pagan …

Finalmente, ese era mi caso: Poco dinero en el bolsillo, estudiar, ser y sentirme parte de un grupo que hacía lo que le gustaba, que era el teatro. Pero tengo que aclarar que mi acercamiento a este se debió a la amistad y a que a mí me gustaba “hacer sonido” –o sea, grabar sonidos y “editar” música diversa, para escuchar por horas y no tener que cambiar discos al hacerlo- y cuando un amigo me dijera si podía “poner sonido” a una obra teatral que iba a estrenar en la escuela de teatro de la Universidad Católica –el hoy mítico “TUC”- donde co enseñaba actuación, me pareció fantástico …

Era verano, no tenía mucho qué hacer en esas vacaciones de tres meses, me entusiasmé, lo repito, y dije que sí … Y así me encontré colaborando con Coco y con el “TUC” … Como dibujaba bastante bien, hice un par de afiches grandes para que formaran parte de la escena y diseñé el programa de mano, al que le hice, recuerdo, dos figuras, bastante sugeridas nomás, una blanca y la otra negra (para diferenciarlas) que querían representar a dos trapecistas, “volando” en el aire …

Iba por las tardes – noches a los ensayos, de “La Sentencia”, donde ponía en mi grabadora “Sony”, los efectos sonoros que había grabado… ¡Me sentía un “sonidista” de teatro!

En el “TUC” ya estaba también mi amigo Lucho e hice amistades que son inolvidables, empezando por el director y motor de la institución, Ricardo Blume (hoy fallecido), Silvia –su esposa- y un sinfín de otros entusiastas jóvenes -mujeres y hombres- que formaban en “TUC” un maravilloso grupo humano …

En algún otro lugar contaré más de mis andanzas teatrales (que no es que fueran muchas, pero sí muy intensas), pero volviendo a la historia inicial, tengo que decir que, de una casa productora de cortos para publicidad, pidieron al “TUC” actores, y se publicó un avisito en la pizarra de mensajes. La empresa llamada “Telecine”, era de propiedad de “monsieur” Henri Aisner, y huelga decir que fuimos, como se dice “en mancha” y aunque yo no era propiamente un actor, me sentía “teatrista” …, y por esas cosas que tiene el destino, me escogieron para interpretar un papel pequeñísimo, figurando como cantinero de los años ´20, en lo que sería un comercial para Ecuador, de una bebida gaseosa llamada “Manzana ¡Oh-La-La!”. Se trataba de introducir al mercado una nueva botella de la gaseosa, y para hacerla corta, contaré que la trama mostraba a unos “Bonnie & Clyde” que entraban a un bar y “barrían” con sus ametralladoras (de esas típicas, “de tambor”), con las botellas “viejas” de la bebida, que estaban alineadas en anaqueles, detrás del mostrador … Entraban, miraban,  disparaban, volaban las botellas y yo, el cantinero que se había escondido tras el mostrador al ver entrar a los “bandidos”, tenía que asomar la cabeza, poner cara de susto, decir “¡Oh-La-La!” y volverme a esconder …

Mi susto era tal (porque eran balas de verdad y los vidrios volaban por todas partes) que creo que ni Peter Sellers, guardando las abismales distancias, habría puesto una cara tan verídica de terror como la mía, en ese momento. Recién entonces comprendí el por qué me habían puesto dos planchas de metal, una en el pecho y otra en la espalda, debajo del chaleco que formaba parte de mi “vestuario/maquillaje”, con la corbatita michi, el pelo engominado, peinado con raya al medio, patillas largas pintadas con carbón, el bigote (postizo) y por supuesto, sin los anteojos que usaba siempre …

Yo había creído que reventarían cohetes entre las botellas o no me imaginaba qué trucosusarían para hacerlas saltar, pero … ¡Disparaban de verdad y las botellas volaban esparciendo una lluvia de vidrios…! Detrás del camarógrafo, había una persona que con una escopeta calibre 22 (después supe que se llamaba Manuel y fue mi amigo, lo mismo que quien filmaba, que era Alfonso), disparaba y me gritaban: “¡Ahora, sal…!”, cosa que yo no hacía de puro y “verífico” terror, hasta que, como insistían (y deben haber agregado un “¡carajo!” por ahí), lo hice y quedó filmada la escena, que tenía que hacerse en una sola toma, porque no había más botellas para repetir …

De la anécdota no recuerdo nada más, salvo que tenía el pelo engominado lleno de vidriecitos, que no me había pasado nada, que las dos planchitas de metal me habían “protegido” (no sé cómo lo iban a hacer, en realidad) de un posible balazo, que me cambié de ropa, y ya sin el bigote postizo, me lavé la cara y fui a casa, en un taxi, jurando que nunca más haría un “comercial” … Cosa que por supuesto, resultó ser mentira.

Bueno…, larga la historia. Estoy seguro que ha tomado mayor tiempo contarla, que el que tomó en suceder. Perdonen, pero así son los recuerdos …

Imagen (referencial): https://co.pinterest.com

PUBLICADO EN: «mentemochilera.blogspot.com«

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ALTAI, EL DE LOS OJOS AZULES


Le pusimos por nombre Altai y era un Siberian Husky, juguetón, “loco”, simpático, bueno, cariñoso y… ¡bonito! Yo, a quien le gustan los gatos, siempre he dicho que Altai era el perro “con más cara de gato” que he visto, aunque no sea cierto al final y tal vez fueran sus ojos azules los que me hicieron decir eso.

Altai es una cordillera o macizo montañoso de Asia central, que abarca territorios de Rusia, China, Mongolia y Kazajistán y así le llamamos, cuando el cachorrito blanco con negro y ojiazul, llegó a nuestra familia, como séptimo integrante; tremendo nombre para un perrito que creció rápidamente, cada vez más parecido a la imagen que uno tiene de un lobo, ganándose el cariño de todos y su lugar en la pequeña tribu que éramos Alicia, su mamá, mi mamá, Alicia María, Paloma y yo …

Divertido, nos seguía a todas partes en la casa y cuando íbamos a caminar con él, lo llevábamos con una traílla, terminada en un “collar de ahorque”, que puede parecer algo malo, pero que servía para que Altai –un perrazo fuerte ya- no corriera, tirando de la traílla… ¡y tal vez tirándolo a uno al suelo! Este asunto de la traílla y el collar, vinieron porque una vez que Paloma lo llevó al parque, sujeto con una driza larga (de las de jalar las cortinas), en una de esas, Altai echó a correr, dando vueltas alrededor de ella, que, como era verano, estaba con shorts y la driza le “latigueó” violentamente detrás de las rodillas, causando una “quemadura” por la fricción …

Fue nuestro engreído por mucho tiempo y recuerdo que cuando íbamos con él por la calle, las personas lo miraban y se cambiaban de vereda con cierto temor, creyéndolo un animal peligroso, feroz, sin imaginar lo bueno que era, y que confirmaba aquello de que “el hábito no hace al monje” …

Un día, como resultaba ser problema para las dos señoras mayores que eran doña Hortensia y María Antonieta, que podían perder el equilibrio a causa de las cabriolas y jugueteos de Altai, tuvimos que regalarlo, con una pena enorme, pero a alguien de nuestra total confianza …

Lo último que supimos de él, fue que estaba en la azotea de la casa donde lo tenían, se puso a saltar al ver que alguien conocido llegaba y cayó desde lo alto, rompiéndose las patas con el golpe. Un veterinario dijo que no tenía remedio y que, para evitarle sufrimiento, lo mejor era “dormirlo” …

Sí se fue Altai, el de los ojos azules y así también, de esa manera, nos dejó Pierce, la gata que –después de él- nos acompañó durante quince años. Achacosa, casi ciega y sin querer comer, durmió para siempre y estoy seguro que más allá, en el jardín eterno, están jugando juntos, y son amigos, porque perdónenme, pero Altai tenía cara de gato y los ojos azules, como los de Pierce

Imagen: nuestro perro Altai