
Era lo que se llama un “sabihondo”, no precisamente porque su saber tuviera profundidad, porque era más bien superficial, pero creía saber acerca de cualquier cosa y siempre intervenía en las conversaciones, acotando un “eso me recuerda que…” y agregando algún dato, que, si no conocía, imaginaba y declaraba sin empacho ninguno.
Se jactaba de su “sapiencia” y francamente tenía harto a todo el mundo con su airecito de “enterado”. Lo único que nunca supo es de qué iba a morirse, y no se imaginó nunca que moriría de algo tan prosaico, como de una indigestión, o más vulgarmente, un empacho.
Imagen: cuentosdemarieta.blogspot.com
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