
Tenía doce años y volar era su sueño.
Siempre seguía con la vista a los pájaros que pasaban volando por el cielo y se quedaba largo rato mirando a las gaviotas, desde el malecón, que volaban a ras del mar, zambulléndose de pronto, para salir y reanudar sus recorridos aéreos con la gracia de sueños color blanco…
Iba por las tardes al aeropuerto y con la nariz casi pegada a la gran ventana de observación, pasaba horas extasiado, viendo despegar y aterrizar a los aviones.
Por las noches, sus sueños, al dormir, estaban llenos de gaviotas, golondrinas y aviones…
Una mañana, en el malecón, se le acercó un muchacho: “¡Hola amigo…! ¿Qué haces…?” “Miro cómo vuelan las gaviotas, me gusta verlas hacer piruetas en el cielo… ¡Cómo me gustaría poder volar…!”, dijo. Y agregó: “También veo volar a los aviones, en el aeropuerto… Cuando crezca, voy a ser piloto, para poder volar…”
El muchacho miró al chiquillo, sonriendo, y guiñándole un ojo le dijo: “Aquí, en el bolsillo de mi camisa, tengo algo que hace volar como las gaviotas o como los aviones, sin que tengas que estudiar nada para ser piloto…” Y sacó un cigarrillo de marihuana, diciendo, “Ten, te lo regalo, pruébalo. Si te gusta, tengo más… Me buscas aquí, en el malecón…”
El muchacho se fue rápidamente y él lo siguió con la mirada. Miró después al cigarrillo mal hecho que tenía en la mano, después lo guardó en el bolsillo de su camisa, donde tenía las figuritas nuevas para el álbum de aviones y pensó: “Ahora tengo aviones en el bolsillo y también gaviotas…”
Esa noche puso las figuritas sobre su mesa de noche, encima el cigarrillo medio deshecho y soñó que volaba como las gaviotas, mirándolo todo desde detrás del parabrisas de su propio avión…
Imagen: fractalpoetico.blogspot.com
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