
Había cambiado, porque no solamente aumentó en edad, sino que hizo caso a todos los que le decían que debía “sentar cabeza” y dejar de ser un inconsciente muchacho, a sus dieciocho años
Le costó mucho adaptarse a la rutina diaria de un trabajo de fábrica, que fue lo único que pudo conseguir, porque no tenía preparación alguna, en nada, salvo en sobrevivir y para eso robaba.
Pero, aunque magro, su salario y la determinación de “sentar cabeza” le permitían continuar sobreviviendo, sin las tensiones propias de su primer “oficio” y el sobresalto casi permanente de otros días; sin embargo, se aburría, sintiendo que le faltaba “algo” y trataba de que la tranquilidad conseguida lo invadiera, convenciéndose que hacía lo correcto.
Hasta que una noche, caminando de regreso a su cuarto, lo detuvo una redada policial. Lo llevaron a la comisaría y allí, con el número de su documento de identidad, la computadora arrojó su historia. Por más que explicó que ya “había “sentado cabeza” y hacía tiempo que no robaba nada, quedó detenido “preventivamente”, para verificar si había alguna denuncia en su contra…
Sentado en una banca, tras la reja de una pequeña celda, cerró los ojos y pensó que a su cabeza, no le convenía para nada sentarse.
Imagen: filosofiadivague.blogspot.com
Debe estar conectado para enviar un comentario.