Esta vez, es una historia de terror y los protagonistas tienen nombre y si se los quiere encontrar, suelen estar – cuando van- en el Congreso de la República (la peruana, no la de Platón) …. No es una historia de las mejores y a quienes no estén en el Perú no les quitará el sueño.
Sin embargo, a mis connacionales (con excepciones congresales) y a mí, es un tema que no solamente impide dormir, sino que retrata a un grupo de indigentes mentales que regala lo de otros (nosotros), alborozadamente y zurrándose en la razón, para obtener el favor de una ciudadanía, que no entiende qué hacen allí estos jumentos -aunque votó por ellos-, pero ya que están regalando plata, dice…: “¡No se amontonen, hay para todos…!”
Aprueban leyes dadivosas (reparten plata que no hay, que lo que hay es ajeno, como si fueran caramelos) que el Ejecutivo observa, pero ellos insisten y las aprueban, para que el Tribunal Constitucional las desapruebe, por inconstitucionales, esperpénticas y estúpidas. Es que los congresistas –lo dice la Constitución peruana, la del Perú- NO TIENEN CAPACIDAD DE GASTO.
Ellos, como las moscas de verano, esas que se estrellan repetidas veces contra un vidrio que no ven ni imaginan, porque en su insecto cerebro no existe, insisten en tratar de ganar indulgencias con avemarías ajenas.
Es la repetición de la repetidera: a) Aprueban ley, b) Es observada, c) Insisten, d) Solicitud de opinión, del Ejecutivo al Tribunal Constitucional, e) El Tribunal Constitucional declara nula la norma… ¡Por inconstitucional!
No aprenden o no quieren aprender. Creen que, como suele suceder, ganarán por cansancio o dirán lorosos: “No podrán decir que no tratamos, insistimos y ellos tienen la culpa… ¡Somos buenos, con leche, como los cereales…! Ellos son insensibles.”
Y así estamos, con la historia sin fin. De terror. Construida a punta de patadas en la ingle, puñetazos al plexo, billeteras tragonas con las bocas abiertas, “negocios”, que en cualquier otra parte tienen pena de cárcel y delincuentes, a los que la inmunidad asegura impunidad total.
Perdón por contar una historia de miedo, de terror; por no hablar del Covid, de la canción de moda, o de la tele o las redes sociales. Es que la realidad “real”, se vuelve más fantástica –asustante– que cualquier otra historia que yo pueda contar y, además, a su lado, todo, absolutamente todo, resulta puro cuento.
Imagen: http://www.forbes.com