
Era monaguillo y con ocho años, quería tener dinero para comprarse dulces cuando se le antojara y no cuando recibía la pequeña propina que le daban en casa.
Les dio vueltas a muchas cosas, desechando una tras otra por difíciles o impracticables para él, hasta que recordó que en una clase de religión habían hablado de las reliquias, que eran como mágicas y tenerlas era un orgullo, sobre todo para las señoras mayores (o “grandes”, como él llamaba a todo el que tuviera más de 20 años).
Había visto que su abuela, encima de la mesa de noche, tenía un sobrecito transparente con un pedazo chiquitito de madera y la inscripción “Lignum Crucis”; cuando le preguntó qué era, ella le dijo que era una reliquia, un pedacito de madera de la cruz en la que clavaron a Jesús, que se la habían traído de Jerusalén y que estaba bendita…
Ahí estaba su fuente de riqueza…; el sábado se puso manos a la obra, y con una cuchilla le sacó una astilla al mango de la escoba, se consiguió un cartoncito donde la pegó y debajo, con su mejor letra de imprenta iba a escribir lo que había visto en el sobrecito de la reliquia que su abuela tenía, pero dudó y para asegurarse de cómo era, le preguntó, haciéndose el interesado, cómo se llamaba la tal reliquia. “Lignum Crucis”, le dijo la mujer, contenta, porque su nieto le preguntara algo, ya que generalmente ni le hablaba y ese parecía ser un tema…
Escribió en el cartón, lo metió en una hoja de plástico que dobló y cortó con cuidado, le pegó atrás otro cartoncito para tapar los dobleces y contempló lo que le pareció una obra maestra; el domingo, bien peinado, fue a la iglesia para cumplir con su tarea de monaguillo durante la misa de las diez de la mañana. Su plan era “probar” y ver si su “invento” funcionaba, para hacer más…
Esperó pacientemente que salieran los fieles de la siguiente misa, la de once, y se ubicó más o menos cerca de la puerta. Estuvo mirando ansioso a la gente que salía, en busca de una señora “grande”, hasta que ya casi cuando iba a desistir, vio a una señora bastante mayor que venía hacia donde él estaba y se atrevió a acercarse, diciéndole sonriente y muy bajito, como una carretilla: “Señora, esta es una reliquia muy verdadera de la cruz y si usted me da dos soles, se la lleva…”. En ese momento acertó a pasar el cura párroco y él, nervioso se fue corriendo, pensando que mejor dejaba eso y pensaba otra cosa nuevamente, porque el padre seguro que “sabía” y además lo conocía …
La señora miró extrañada al chico que corría y sacó los anteojos de su cartera, se los puso y examinó el pequeño cartón forrado con plástico, que tenía pegado un pedacito de madera y escrito con lapicero, “LIÑUN CRUSIS”
Imagen: http://www.holyart.es
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