Le habían dicho mil veces que no fuera allí: su madre se lo repetía siempre que él salía a jugar pelota con sus amigos del barrio.
A sus diez años estaba harto de que le dijeran qué hacer como si no tuviera decisiones propias y que los amigos lo tildaran de marica porque no los seguía; le decían: “Seguro que tu mamá no te deja…”, “¡Ándate con ella y tus hermanas y no vengas con nosotros, los hombres…!”
Varias veces le habían dicho para ir allí, pero no se atrevía a desobedecer hasta que decidió formar parte del grupo explorador; llegaron tras veinte minutos de calles solitarias hasta la tierra que daba paso al borde del acantilado desde donde era mejor no mirar abajo, al mar que rompía furioso contra la pared de piedra.
Al regreso, el grupo estaba silencioso y él no llegaría a su casa porque había perdido el equilibrio y caído allí, en el lugar que los suicidas preferían.
Imagen: samuelparrilla.blogspot.com
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