Los sentía aullar cuando era de noche y había luna.
Era curioso, porque en su pueblo nunca se había tenido noticia de esos animales ni de otro más grande que una lagartija.
Sabía de su existencia porque de chico había leído Miguel Strogoff y allí aparecían.
Lo que no sabía era que su hijo estaba leyendo lo mismo y no dormía cuando había luna llena.
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