“Escribí mi primera historia hace veintiséis años en una de las bases del ejército con más seguridad de Israel. Por aquel entonces tenía diecinueve años y era un soldado espantoso y deprimido que contaba los días para terminar su servicio militar obligatorio. Escribí la historia durante un turno especialmente largo en una sala de ordenadores aislada y sin ventanas, en las profundidades de las entrañas de la tierra. Me quedé de pie en medio de esa sala helada y miré fijamente la página impresa. No podía explicarme a mí mismo por qué la había escrito y qué propósito se suponía que tenía. El hecho de que hubiera tecleado todas esas frases inventadas era emocionante, pero también me daba miedo. Sentí como si tuviera que encontrar a alguien que leyera la historia enseguida, e incluso si no le gustaba o no la entendía, podría tranquilizarme y decirme que haberla escrito era…
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