Los colores de la tarde iban cambiando para dar paso a lo que terminaría por convertirse en oscuridad; el reino de lo incierto se apoderaba de lo brillante y conocido trayendo extraños ruidos, ecos lejanos y ese escalofrío que ponía la piel de gallina ante la tremenda sospecha de algo que no podría controlarse.
La noche era lo opuesto al día y las criaturas de este temían a los fantasmas que, ciegos e inmateriales, hacían de las horas sin luz una verdadera eternidad.
Imagen: leyendohastaelamanecer.com
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