No tenía donde dormir y cada noche buscaba un nuevo portal o algún lugar donde el frío de la madrugada no lo hiciera toser y se arrebujaba en la vieja frazada mugrienta, tratando de retomar o no perder el hilo de sus sueños; porque soñaba con esa vida que nunca había tenido, pero que miraba en las vidrieras de las tiendas, en la gente que reía, en los restaurantes donde le daban las sobras que comía, en los niños que jugaban en la calle y en las motos que pasaban zumbando como moscas.
Soñaba que lo tenía todo y se resistía a despertar, hasta que un día no despertó porque lo único que le faltaba era dormir y dormir para siempre.
Ya me acostumbré a tus finales dramáticos, sino sueñan, duermen, pero definitivamente.
Bueno, creo que mi dormir ni morirse (o dormir para siempre), son dramas. Solamente son una pausa o un final. Y de pausas está llena la vida, que al final se convierte en muerte… 🙂 🙂
muerte pausada… bis, bis…
Bueno, Shakespeare decía algo como «Morir, dormir, tal vez soñar…» 🙂 🙂
Estudié la ciencia de la despedida
en las calvas quejas de la noche.
Rumian los bueyes y la espera se alarga,
la última hora de las vigilias de la ciudad.
Sigo el rito de esta noche del gallo,
cuando, tras llevar una penosa carga,
los ojos llorosos miraron a lo lejos,
y lágrimas de mujer se mezclaron con el canto de las musas.
¿Quién puede saber al oír la palabra «despedida»
qué separación nos aguarda?
¿Qué nos anuncia el canto del gallo
cuando la llama arde en la Acrópolis?
Y en la aurora de una nueva vida,
cuando en el zaguán perezosamente rumia el buey,
¿por qué el gallo, heraldo de la nueva vida,
en la muralla de la ciudad agita sus alas?
Y yo amo el hilo de la costumbre,
se desliza la canoa, susurra el huso.
Mira: a nuestro encuentro, como pluma de cisne
vuela ya, descalza, Delia.
¡Oh, mísera trama de nuestra vida,
donde es tan pobre el lenguaje de la alegría!
Todo pasó antes, todo se repetirá de nuevo.
Y sólo nos es dulce el instante del reconocimiento.
Que así sea: una figura transparente
yace inmaculada en el plato,
como la piel tersa de una ardilla.
Una muchacha, inclinada hacia la cera, la contempla.
No nos toca adivinar la suerte del Erebo.
Para las mujeres es cera lo que para los hombres es cobre.
A nosotros sólo en las batallas nos habla el destino,
y a ellas, les es dado morir leyendo el futuro.
«Tristia», de Osip Mandelstam, mi poeta favorito de todos los tiempos
Hermoso…! Mil gracias!!!
me da mucha pena que la traducción no refleja la melodía de esta poesía, pero algo es algo
La poesía tiene la «música de las esferas» y creo que no necesita otra. Tenía un letrero en mi oficina: «No hay música si las palabras no cantan» 😄😄