No tenía donde dormir y cada noche buscaba un nuevo portal o algún lugar donde el frío de la madrugada no lo hiciera toser y se arrebujaba en la vieja frazada mugrienta, tratando de retomar o no perder el hilo de sus sueños; porque soñaba con esa vida que nunca había tenido, pero que miraba en las vidrieras de las tiendas, en la gente que reía, en los restaurantes donde le daban las sobras que comía, en los niños que jugaban en la calle y en las motos que pasaban zumbando como moscas.
Soñaba que lo tenía todo y se resistía a despertar, hasta que un día no despertó porque lo único que le faltaba era dormir y dormir para siempre.
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