“Tengo miedo” dijo y tenía razón para tenerlo: su violador negaba todo el hecho decía que eran fantasías; la policía no le creyó cuando hicieron la denuncia; los medios que al principio “saltaron” sobre el caso, se fueron desentendiendo porque era uno más y no el de mayor “jugo”; el público le perdió atención porque entre la política y otros “hechos luctuosos” se disolvió en la nada de un acontecer diario que cada vez resultaba más difícil de comprender.
Tenía miedo porque el violador le había dicho que mataría a su abuelita si seguía señalándolo y era con quien ella vivía; tenía miedo a salir, miedo a dormir por las pesadillas y miedo a la gente que cuando la miraba, movía la cabeza, sonriendo; tenía miedo porque a una niña de once años, huérfana de padre y madre que dice una cosa tan tremenda, no se le cree.
Tenía miedo, porque el señor que la violó tenía terno y lo que a ella le faltaba: poder.
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