Le decían “jardín”: se apellidaba Flores, su mujer, Rosa, era Ramos y a su hija -casi por broma- le puso Margarita; vivía en la calle las Mimosas y su negocio era, por supuesto, una florería.
El problema era que sufría de algo que parecía un chiste o una incongruencia: el médico le dijo que era anosmia, es decir que había perdido el olfato.
Es evidente que no podía oler la fragancia que destilaban, pero sí a través de la vista y el recuerdo. En mi caso, hace años que no como higos chumbos ni flores de acacia, pero aún tengo presente el sabor de ambos.
La memoria es poderosa, pero los olores traen recuerdos (como los sabores) y si no se percibe el olor o la fragancia, creo que hay dificultades… ¡Abrazo! 🙂 🙂