Llovía, llovía mucho. ¿Cómo permití al borracho que se durmiera en la cocina? me dio lástima y puso cara de triste.
— Nomás esta noche —suplicó.
Y qué iba hacer, no tengo corazón para decir que no; y lloviendo, ni modo que lo echara.
Sólo tuve tres hijos. Los varones se fueron lejos y prometieron volver. La mujer, según supe, andaba por ahí rodando. Del marido se hizo silencio y humo.
Esta casa es mía, he pagado doble. La primera vez, fueron cinco años de lavar y planchar. Cuando me instalé, llegó la autoridad a cobrar el predial, multas y recargos. Si no pagaba, me embargarían la propiedad. Sentí que me moría, me ataqué de lágrimas, sofocos y de rabia.
Fui a la casa del presidente municipal. Mis manos sentían el frío y el filo de mi cuchillo. Esperé. llegó a la media noche: en la puerta de su casa…
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